Opinión
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Fantasía o realidad
C

uando realizaba la investigación para escribir la biografía novelada de doña Josefa Ortiz de Domínguez, me llamó la atención que la casa donde vivió y falleció en la Ciudad de México estaba en la calle llamada Indio Triste. Hoy lleva el nombre Del Carmen y después se volvió Correo Mayor. Ahí sigue la casa de doña Josefa, con una plaquita, convertida en un bazar de chucherías.

Muchas de las calles del Centro Histórico tienen una placa de cerámica que dice el nombre que tuvo en siglos pasados y, generalmente, detrás hay una interesante historia; algunas se refieren a la institución religiosa o civil más importante que había en la vía, en otras la referencia es por una familia destacada, unas más al gremio sobresaliente y en otras a añejas leyendas.

Para conocer los secretos de los apelativos callejeros hay dos extraordinarias fuentes: la principal, por su gran seriedad, es de don José María Marroquí, con su obra monumental La Ciudad de México, la otro es de don Artemio del Valle Arizpe, agudo cronista capitalino que a la verdad añade un poco de fantasía y nos deleita con sabrosos relatos. Uno de sus textos clásicos es Historia, tradiciones y leyendas de las calles de México.

Ahí nos enteramos del porqué el nombre de Indio Triste: un cacique indígena, de muy buena posición económica, favorito del virrey a quien prestaba servicios de espionaje y dedicado a la vida disipada, no se enteró de una conspiración que estuvo a punto de costar el puesto del mandatario. Enfurecido, mandó a confiscar todos los bienes del sujeto dejándolo auténticamente en la calle. En total depresión ayudada por el pulque, se sentó en las afueras de la que había sido su residencia, vestido con hilachos, en posición fetal, viendo pasar con expresión de tristeza a los transeúntes que lo insultaban y uno que otro que se compadecía dejándole algo de comer.

Así sobrevivió muchos meses, sin cambiar de lugar ni posición, hasta que finalmente una fría madrugada murió. El virrey mandó a labrar en cantera una escultura con su efigie, en la pose que guardaba en los meses de penitencia, y la colocó en la esquina de la casa para que sirviera de ejemplo a los espías ineficientes. Verdad o fantasía, o un poco de ambas, el hecho es que la calle se llamó por muchos años Indio Triste.

De la llamada Puente del Cuervo, ahora República de Colombia, cuenta don Artemio que ahí vivía un viejo pícaro, parrandero, desaseado y escandaloso que llevaba por nombre Santiago Amendola. Todas las noches organizaba ruidosas bacanales; a la misma hora los vecinos veían llegar a un cuervo negro que se paraba en un puentecillo cercano, al sonar las 12 desaparecía y se dieron cuenta que entraba a la casa del señor Amendola. Curiosos lo espiaron: el viejo y el pájaro tenían extrañas pláticas salpicadas de sonoras carcajadas. Un buen día ambos desaparecieron; después de varios días entraron a la casa donde descubrieron un cuarto cerrado con tres llaves; al forzar la puerta encontraron un Cristo de madera con huellas de haber sido azotado y por todos lados plumas negras. Ahí no paró la cosa, ya que el cuervo continuó regresando y emitiendo horribles graznidos para desaparecer a la medianoche y, de paso, bautizó la vía.

Como ésas hay decenas de leyendas que hacen fascinante recorrer el Centro Histórico de la mano de estos autores y nos hace preguntar qué gracia o interés tendrán las placas que verán nuestros bisnietos de los apelativos que les hemos puesto a las calles: Eje Central, Eje Uno, Dos, Tres.... ¡Viaducto Miguel Alemán! Bulevar López Mateos. Los países centro y sudamericanos, muy queridos, pero por qué quitar los nombres tradicionales que conservaban la memoria histórica de la antigua ciudad que sigue siendo el corazón de México.

Por cierto, en la calle Del Carmen 69 está el restaurante El Taquito, que desde hace 103 años ofrece cocina mexicana tradicional, en un ambiente taurino y con una galería de fotos de las celebridades que han pasado por ahí. Muy especiales las criadillas de toro en salsa verde, el mole y la arrachera.