ndrés Manuel López Obrador y su partido Morena surgen y ganan la Presidencia en medio de la descomposición del sistema político que emergió con la transición a la democracia. El Presidente ha acelerado esta descomposición que ahora se vuelve un problema para él, pero sobre todo para la sociedad que no necesariamente celebra ese descalabro monumental, pero sí ha cultivado esperanzas y expectativas de que con el cambio podría seguir un real mejoramiento de su situación.
Además, el lema usado por López Obrador por el bien de todos, primero los pobres
remite a encarar una cuestión social acumulada por décadas de mal crecimiento y envenenada no sólo por la pobreza masiva y la desigualdad imperturbable que nos caracterizan, sino por la presencia impune de la criminalidad organizada a todo lo largo de la geografía nacional.
Estamos en problemas, pues, porque los pilares clásicos de los que cualquier sociedad puede agarrarse para sortear una crisis de esta magnitud no aparecen por ningún lado. Los que ganaron y mandan no dan muestras claras de que saben gobernar o que les importe hacerlo bien, y los que perdieron no aciertan a acuñar un discurso de aliento a partir de una crítica racional y congruente que sustente una formulación creíble y viable de alternativas para la conducción del Estado y la rectoría promisoria de la economía por parte del Estado.
Estamos en problemas, pues, porque no encontramos rumbo y no pasa la hora en que no lleguemos a la inaceptable conclusión de que no hay nada qué hacer y que, ni modo, aquí nos tocó. El alboroto desatado por las denuncias de Emilio Lozoya; las jurídicamente inaceptables revelaciones filtradas de sus dichos ante el Ministerio Público; la indiscriminada aspersión de zafiedad y majadería que toca a políticos y representantes populares de varios partidos, etcétera, nos colocan ante un escenario de descomposición progresiva del espíritu público, una crisis orgánica, como suele llamarla mi amigo Fernando Cortés, de enormes proporciones e implicaciones que conspiran contra toda idea de unificación nacional para acometer las arduas tareas de recuperación económica y reconstrucción social.
Tal es la circunstancia que hoy nos rodea y definirá nuestras opciones. No tenemos escape. Nos queda la palabra y como siempre el recurso meditado a la cultura y la memoria, no sólo para no perder la esperanza, sino para construir visiones y horizontes que muevan y conmuevan a todos para dar paso a una nueva unidad que supere la adversidad y nos devuelva la confianza en nuestra capacidad de decidir y gobernarnos. Así ha ocurrido y puede volver a ocurrir, pero hay que construir.
Estos párrafos fueron escritos como telón de fondo para mi reflexión dominical en La Jornada. Antes de pasar a su reelaboración como artículo de opinión, me llega la información de que la revista Nexos, de la cual soy uno de sus fundadores, fue inhabilitada
como proveedora o contratista del sector público federal, aduciendo una monstruosidad burocrática que no tiene congruencia ni asomo de veracidad. Es un truculento y mal facturado artificio autoritario que no podemos, en primera persona del plural, sino entender como una agresión a la libertad de expresión y a una publicación que en el curso de su ya larga vida ha dado lustre y dignidad a su ejercicio.
Admitir desde el poder del Estado una acción como la emprendida por la Secretaría de la Función Pública, es contribuir a una descomposición mayor de nuestra convivencia y a envenenar letalmente nuestros entendimientos fundamentales sobre lo que son la democracia, el derecho y las libertades políticas por los que muchos mexicanos hemos luchado y ahora debemos defender sin miramientos.
No sólo estamos en problemas. Sino ante el peligro inminente de echar por la borda lo que tanto ha costado conquistar. Cuando falla la política se instaura la desmesura y la violencia. No renunciemos a la política; apostemos por compromisos y actuaciones transparentes.