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El estante de lo insólito

Carlos Enrique Taboada. La sugestión y el terror

““De repente, el color desapareció, cesaron las pulsaciones, los labios recuperaron la expresión de la muerte y, un instante después, todo el cuerpo adquiría el frío de hielo, el lívido color, la intensa rigidez, el aspecto consumido y todos los horribles rasgos de quien ha sido, por muchos días, habitante de una tumba.”
Edgar Allan Poe. Ligeia.

N

ació en la Ciudad de México en 1929. Hijo de la pareja de histriones Aurora Walker y Julio Taboada. Estuvo ligado al teatro, la radio… es decir, la comunicación y el espectáculo, pero también le apasionaba la medicina, disciplina de la que tuvo estudios profesionales. También dio cátedra en las carreras de antropología y ciencias políticas, desarrollando después sus mejores talentos como argumentista, cineasta y director de programas en televisión, de la que fue uno de sus pioneros, con proyectos novedosos como la serie de suspenso La telaraña. Hizo con maestría algo que pocos dominaban bien en México: el terror sicológico. Sus historias siguen inquietando, con escenas que pueden quitar el sueño. Sin duda, fue uno de nuestros directores más talentosos y su nombre era garantía en la producción audiovisual. Así fue Carlos Enrique Taboada.

Dominador de géneros

Guionista de tiempo completo, Taboada fue dominador del oficio en todos los géneros. En algunas ocasiones con argumentos de gran pretensión y en otras cumpliendo con los modelos genéricos del que se alimentaban las producciones por encargo. Lo mismo escribió Orlak, el infierno de Frankenstein (Rafael Baledón, 1960) que el western La máscara de jade (Arturo Martínez, 1962) que la adaptación del cómic Chanoc (Rogelio A. González, 1967) o La mafia amarilla (René Cardona, 1972), para lucimiento de Blue Demon, y Anónimo mortal (Aldo Monti, 1972, guion compartido con Jaime Jiménez sobre un argumento de Taboada), para que El Santo enfrentara a un grupo de nazis. Debutó como director en 1964 con La recta final, una trama interesante sobre carreras de caballos y la vida estresante y apasionante de los jokeys. Dirigió varios largometrajes como La trinchera (1968), película de relatos contados y vividos por revolucionarios fortificados en jacales mientras esperan un ataque mayor; o la muy estimable y menos conocida Un vagabundo en la lluvia (1968), donde el suspenso y el manejo de personajes evidencia todos sus talentos.

Taboada, con una marcada obsesión por las rubias (casi siempre hay una bella en la trama, preferentemente en peligro, de cabellos dorados), tuvo el genio de provocar al espectador con todo lo que nos hace voltear dos veces al espejo, emparejar la puerta a nuestras espaldas, no mirar hacia la escalera que acabamos de cruzar o estar seguros de que la sombra que vimos no era la nuestra sino la de algo más. La inquietud del despertar a nuevos horizontes, como la desmedida imaginación y crueldad infantil, la adolescencia, la iniciación sexual, las emociones por un cambio de casa (las mudanzas son una constante temática), permitieron a este creador abrir la puerta para poner al espectador frente a otra realidad.

Las mujeres fueron sus grandes protagonistas. Cada impulso de acción surge de la determinación de una niña o una mujer, mientras las opacidades, dudas y errores mayores son propiciados por sus personajes masculinos, como pasaría después, en otra clase de terrores, con la ambición y el aprovechamiento inescrupuloso que se exhiben en su cinta Rapiña (1975). Algo para analizar es su distanciamiento del horror como una vertiente de la fe y los estándares modélicos católicos imperantes en su tiempo. Siendo un hereje de barba, ya que incluso escribió un conjunto de cuentos para desmenuzar y cuestionar las enseñanzas religiosas en su texto Introducción a la herejía (1953), Taboada nunca planteó sacerdotes, aguas benditas o templos religiosos como centros percutores de su trama. No hay nadie sufriendo extra pensando en el castigo divino, ni tampoco hay santos, crucifijos o letanías que sirvan como fuerza para encarar a las fuerzas malignas.

El cineasta construyó cuatro películas de culto sin propósito inicial, es decir, las historias no se tocan y tampoco se produjeron como un conjunto narrativo. Se cuentan como la tradición de las leyendas de miedo que hemos oído desde siempre. Las cuatro joyas marcaron a los espectadores mexicanos con su llamada Tetralogía Gótica, que comenzó con Hasta el viento tiene miedo (1968), donde la joven Claudia (Claudia Bonet) despierta para descubrir a una mujer colgada frente a su cama. Gran juego de iluminación (fotografía de Agustín Jiménez) con sombras de la ahorcada, relámpagos contra la ventana, mientras ésta se azota con fuerza, viento feroz… es una pesadilla. A la chica se le diagnostica reposo, pero la severa directora del colegio de señoritas, Bernarda (Marga López), apodada Bruja por las estudiantes, obliga a que la chica vuelva a clases. Después, hay lances rebeldes y picarescos de Kitty (Norma Lazareno), quien escandaliza a sus compañeras, cuyo cerrado grupo es forzado a pasar las vacaciones en el colegio. El encierro agobia a las estudiantes y al propio espectador, porque vendrán episodios de sonambulismo, muertes, y el espectro visitante de una antigua estudiante de la institución.

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Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

En El libro de piedra (1969), Eusebio Ruvalcaba (Joaquín Cordero) lleva a su hija Silvia (Lucy Buj) a vivir a una nueva casa en espacio boscoso de grandes jardines. Pero las cosas van mal desde que la pequeña acepta de mal modo a Mariana (Norma Lazareno), su madrastra. Accidentes y comportamientos extraños de la niña ponen en alerta a su padre. Peor para todos, cuando Silvia dice haber encontrado a un amigo, el niño Hugo (el hoy comentarista Pablo Carrillo). Como hay una escultura cercana de un niño con ese nombre, se cree que Silvia puede tener una afectación mental. La película tiene momentos majestuosos, como la aparición de Hugo reflejado en el espejo que contempla Mariana. La cinta mantiene una gran tensión, con ambientes que por momentos permiten la duda del espectador: ¿hay eventos paranormales o la niña está perdiendo la cordura? Cuando la pequeña pretende hacer un ritual para revivir un lagarto, los pies de Hugo son visibles bajo la cortina. ¿Es una presencia real?

Taboada volvió a impactar a todos con Más negro que la noche (1975), donde la rubia actriz responsable y buena onda Ofelia (Alicia Encinas), recibe sín calcularlo la herencia de su tía Susana (Tamara Garina) una gran residencia antigua. La única petición para tenerla es cuidar de su querido gato Becker, que es más negro que la noche, y sobre cuya única posible ascendencia narrativa se remite a The Black Cat, relato clásico de Edgar Allan Poe. Ofelia se traslada a vivir a la casa con las chicas con las que ya compartía departamento: Aurora (Susana Dosamantes), Marta (Lucía Méndez) y Pilar (Helena Rojo). El gato Becker es la representación pura de la tía: la fidelidad incondicional, la definición de los territorios íntimos, la defensa salvaje de lo propio. Becker es la intuición, el instinto, el juez y la imagen del horror capaz de volver sobre sus pasos para cobrarse la afrenta de su propia aniquilación.

Veneno para las hadas (1984) cerró la obra de Carlos Enrique Taboada, al narrar la relación entre las niñas Verónica (Ana Patricia Rojo) y Flavia (Elsa María Gutiérrez), que pasa muy pronto a una amistad viciada, con la gran influencia de Verónica para cometer maldades y empujar a su amiga a seguir sus dictados. Al crecer en una familia rara, donde hablar de fantasmas parece una cosa normal, Verónica pregunta a la nana: ¿Cómo se hace un pacto con el diablo? Flavia tiene un conejo azul y un gato de compañía, además de su muñeca Bety, pieza rara de gran tamaño, con un gorro puesto. Pequeña atrevida, lista y cruel, Verónica obliga a su amiga a regalarle a su querido perro Hippie.

Como línea narrativa de gran resolución en composición de planos y uso dramático, nunca se aprecia el rostro de los adultos. Tomas en overshoulder, siluetas, perfiles y sombras en la pared (buena fotografía de Guadalupe García), permiten al realizador sentir la presencia de los adultos sin mostrar sus caras. Los únicos momentos con rostros de adultos a cuadro, son la cara de la abuelita como rostro maléfico de bruja ancestral, y la de la instructora de piano en un féretro como parte de las visiones de la atribulada Flavia. Galardonada con muchos premios, la película tiene un final inesperado y brutal. Los jadeos, rostros cubiertos y gritos en el cine, fueron la confirmación de su encumbramiento como clásico del horror mexicano.

Taboada decidió retirarse de la dirección fílmica con sus premios Ariel a la mejor cinta y al mejor director por Veneno para las hadas. Quizá consideró que su obra estaba completa, cuando menos así se pensó hasta que en 1989 se lanzó a filmar Un jirón de niebla, la que supuestamente sería su quinta cinta de terror gótico. Lamentablemente, aunque el rodaje se concluyó, nunca llegó a las salas, algo atendido en el documental Jirón (2004) de Christian Cueva. Taboada se fue de este insano mundo mortal el 15 de abril de 1997.