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Nuestro kilómetro cero
E

n ciertos países el kilómetro cero de sus comunicaciones, su teórico epicentro nacional, es una localización geográfica ubicada usualmente en la capital de la nación. En una catedral, cruce de calles o monumento, desde la cual se miden las distancias a cualquier sitio. En México se fijó desde la Colonia. Para confirmarlo, en 2016 la SCT, el INAH y la Conservaduría de Palacio Nacional realizaron una investigación sobre la ubicación histórica del punto cero.

Lo localizaron 11.85 metros al oeste de la puerta principal de Palacio Nacional. Ese extraño número seguramente es equivalente a un número de unidades de medida de algún momento. Quizá la vara española equivalente a poco menos de un metro del sistema actual.

Se hizo oficial por un decreto presidencial expedido por López de Santana en 1842 y no se conocen cambios. Para el interés futuro se identificó mediante una placa de bronce, ¡vaya usté a buscarla, quizá ya se la volaron!

Puestos en nuestro momento actual, sea individual, de segmento social o de la comunidad nacional ¿cuál es el kilómetro cero de nuestras vidas? ¿a dónde y cómo iremos a ser después de él?

Podría haber acuerdo en que nuestro K-0 es la pandemia. A partir de ella a todos y en todo nos habrá cambiado la expectativa de vida, la que variará de acuerdo con el interés, intensidad, enfoque y consecuencias del drama para cada persona.

¿Quién está pensando en el inmediato mañana? o más deseable, en el mañana lejano, donde se resolverá la vida de nuestros hijos y nietos. Es cierto que la nación más fuerte del mundo tampoco está diseñando su futuro, como tampoco Argentina, Gran Bretaña. Posiblemente ni la insigne Alemania. O quizás ellos sí.

Lo que es de anticiparse es que a ninguno le irá mejor que como fue ayer. Es cosa de relatividad. Como en la perinola, ahora todos pierden. Es el cruel dilema de quién pierde más, menos y a costa de cuál. Darwin estará presente. En la distribución de la riqueza universal ganará el mejor. En ese inhumano arrebato, ¿México dónde está?

Como está registrado en la historia, el más eficaz factor de cambio será el comercio con sus conexiones naturales: la competencia en calidad, transporte, costos, finanzas y vicios de todos ellos. Privará una vez más el atropello de los grandes ante lo incauto del débil.

Eso será lo que inicialmente impactará a las nuevas realidades nacionales, ya fuera esto derivado de ser sensata política pública, el empuje social o quizá, lamentablemente, sólo producto de nuestra indiferencia e individualismo. Esta enorme duda está siendo relegada, preferimos disparar contra el doctor Hugo López-Gatell.

Corresponsables de identificar nuestra nueva vida hay muchos, personas e instituciones. La duda es sobre la voluntad de arriesgar ideas. Hay detentes que los enfrenan. ¿cuáles y por qué? Serán quizás el pudor frente a lo público, ante el compromiso vinculante, un sucio compromiso o la falta de imaginación correspondiente a la profundidad del momento.

Para tiros y troyanos, seres e instituciones, ojalá identifiquemos pronto a las dos amenazas letales que pronto confrontaremos: 1) la indiferencia y 2) el individualismo. La pasividad como estado de ánimo es propia de quien no se siente parte del deber ante el interés colectivo o necesidad ética de actuar ante un elemento perturbador. Los estados anímicos neutros provienen de que se desdeñan el derecho ajeno.

El individualismo, desde el punto de vista social, simplemente es una actitud inaceptable, aunque se proclame ser representante de la dignidad moral del individuo, del ejercicio de sus libertades, ser la raíz de los derechos del hombre. Su tacha es la mala distribución del bien existente, del acto injusto socialmente. ¡Que se joda el prójimo!

Ante estas dos caras oscuras de la conducta humana nos veremos y aunque en México hemos gastado oportunidades irrepetibles, siempre será urgente empezar a promover nuevamente la cohesión social, esfuerzo en el que todos tenemos competencia al menos con nuestra conducta propia.

El rediseño del México inmediato y futuro puede partir desde el poder, de las organizaciones sociales o de ejemplos extranjeros que ya pasaron por las mismas si se toma como ejemplo a las arrasadoras guerras del pasado. Lamentablemente, ante esta obligación emergen las dos letales condiciones humanas: indiferencia e individualismo que son connaturales de nuestra idiosincrasia tan peculiar.

Siendo este rasgo de personalidad un obstáculo del desarrollo en todo sentido y en todo tiempo, la educación debería habernos llevado por caminos generosos. No parece que será así. Nuestra educación, mala antes del virus, irremediablemente mañana será peor. De ser un factor de justicia ahora será un factor más de desigualdad.

Estamos de pie sobre nuestro kilómetro cero. Es una marcación estática si la queremos registrar así. Puede ser el inicio del nuevo destino, del que nada se sospechaba en la Navidad pasada. El país del mañana está tocando a la puerta, puede ser recibido como destino funesto o como horizonte provechoso. La decisión es nuestra. ¿Qué opinará AMLO, entretenido con su trenecito?