Martes 18 de agosto de 2020, p. 5
Madrid. El editor y escritor Manuel Arroyo-Stephens murió a los 75 años en su residencia de El Escorial, donde se refugió para tramar sus últimos proyectos –algunos aún sin ver la luz– y escribiendo sus textos postreros. Nacido en Bilbao en 1945, desde joven se inclinó por el mundo literario, primero, al fundar, en 1970, la primera librería de Madrid con títulos en otras lenguas; después, desarrollando sus habilidades de editor, ya sea al publicar títulos y autores prohibidos por el régimen franquista o al recuperar textos valiosos y hasta entonces olvidados, y también con la creación de la editorial Turner. Tuvo una relación intensa y entrañable con México, donde vivió un tiempo y desarrolló algunos de sus proyectos editoriales de los que estaba más orgulloso.
Manuel Arroyo-Stephens padecía cáncer desde hace varios años, por lo que decidió apartarse de la dirección de la editorial y dedicarse a culminar algunos de sus muchos proyectos en puerta, así como a escribir un libro, todavía sin publicar, basado en su biografía y en los personajes que se fueron cruzando por su vida. Con su personalidad heterodoxa y refinada, imprimió esos valores a su casa editorial, que lo mismo publicaba textos apologéticos de economía o política que antologías poéticas de autores marginados y censurados por el franquismo. También era amante de la fiesta de los toros y estuvo vinculado con esta industria, así como con la musical, en la que destacó sobre todo por haber redescubierto en la década de los 90 a la cantante Chavela Vargas.
Desde que se le detectó la enfermedad, su vida transcurría entre Berlín y El Escorial, pueblo serrano donde tenía una biblioteca en la que guardaba joyas bibliográficas. Arroyo fue escritor, economista, librepensador, cosmopolita y padre de dos hijas, Trilce y Elisa, quienes estuvieron junto a él hasta el final.
En 1970 inició su andadura en el mundo editorial, cuando abrió, en la calle Génova, en Madrid, la Turner English Bookshop, que se convirtió en la primera librería de la capital española donde se podían encontrar libros en inglés, francés, alemán, italiano y otros idiomas, algo habitual ahora, pero que entonces, en plena dictadura franquista, era señal de apertura y libertad. En la librería también se podían encontrar libros de contrabando que cruzaban ilegalmente la frontera, desde Alemania, Argentina, México o Venezuela. Muy poco después, Arroyo se convirtió en editor sobrevenido, cuando vio que nadie se animaba a publicar los libros que él quería vender. Así fundó Turner, nombre que debe no al pintor, sino al segundo apellido de su madre.
En una conversación con el escritor Félix de Azúa, que dio a conocer la casa editorial con motivo de su fallecimiento, Arroyo-Stephens explicó: “Un editor como yo se pasa la vida soñando con una biblioteca en el bosque. Los pasillos de la Feria de Fráncfort, que para otros son el paraíso, para mí fueron algo apasionante y ajeno. Nunca fui pájaro de feria. Gracias a Dios nunca tuve un best seller, no compré números en esa lotería. Tanto como en el bosque, habito en la lectura. De eso se trataba y lo supe desde el principio. Leer y leer, sin orden ni concierto. Editar por eso y para eso”.
Entre algunos de sus grandes logros editoriales destacan La forja de un rebelde, de Arturo Barea. En México publicó, de su propia autoría, Por tierra (El Equilibrista, 1992) e Imagen de la muerte (Aldus, 2002), y en España, Pisando ceniza (Turner, 2015). Contra los franceses fue publicado de manera anónima en Madrid en 1980.
Pionero en cruzar el Atlántico para buscar fortuna, inspiración y lecturas en México, su país de adopción, donde vivió un tiempo y trabajó, y en el que el sello Turner conserva oficina. Junto con Juan García de Oteyza y por parte de Fondo de Cultura Económica, Gonzalo Celorio y Hernán Lara, crearon la colección Noema, donde se entremezclan ensayos innovadores sobre ciencia, historia, arte y música.
El actual director de Turner, Santiago Fernández de Caleya, afirmó: Me enseñó una profesión. Un medio de vida a través de una empresa que él fundó y a la que dio carácter, la cual yo no he hecho más que empujar. Tenía memoria prodigiosa. La peor de sus pesadillas consistía en que se le desordenaran los recuerdos. Hacía estragos por ejercitar la memoria recitando los sonetos de Shakespeare o las letras de José Alfredo Jiménez
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