A finales del siglo XIX las políticas estatales europeas invirtieron en la educación de varias generaciones de jóvenes rurales, lo que implicó acelerar la transformación tecnológica, la construcción de escuelas agrícolas y el desarrollo de la agricultura moderna. El gol fue modernizar las estructuras productivas y educar a las y los jóvenes del momento, creando instrumentos político-económicos para que se convirtieran en agentes del cambio.
Las instantáneas de muchachas y muchachos de distintos pueblos nos relatan los desafíos del ser joven rural: la vergüenza de ser campesino, el estigma de labrar la tierra, el poco dinero ganado por trabajar con las manos y lo difícil que resulta obtener una parcela. Todas nos hablan de las formas adulto-céntricas para organizar el trabajo en el campo, del linaje patriarcal en la herencia de la tierra, la necesidad de una educación libre de sesgos urbano-céntricos y la falta de apoyo político para la formación en la autogestión.
“Caminar dos días para ir al hospital, es morir en el intento” (joven chiapaneco, 2015).
“Estar con un pantalón todo el año es bien difícil” (joven guatemalteco, 2013).
“En mi pueblo, las mujeres no podemos trabajar en el campo agrícola, solo cuidando a los niños y a los animales. A mí me gustaría poder estudiar” (joven paraguaya, 2011).
La contemporaneidad ha reforzado poderosos modelos juveniles que convocan a las y los muchachos viviendo en rancherías, ejidos, comunidades y pueblos para salir e irse a alcanzar aquello que no está en su lugar de origen. ¡Este es el reto más grande! Querer ser distinto a lo que se es y lograr enraizarse con lo que se tiene. Para las y los jóvenes de la ‘ruralidad’ el problema no está en la niñez rural que regularmente nos habla de júbilo e interacción con la naturaleza, sino en el momento crucial en que las y los chicos buscan ‘algo más’ y eso no está ahí. Esto se re-crea con las representaciones de la urbanidad, la modernidad y la/s juventudes. Cuando ‘no hay más qué hacer’ porque no hay escuelas y no hay trabajo, entonces sólo se puede buscar novio o novia, casarse, huirse o irse del pueblo. Si las nociones de desarrollo y civilización están puestas fuera de su espacio y lejos de sus ejemplos de vida, ‘sus padres’, entonces el reto es mayor.
En América Latina tenemos a campesinos organizados por la lucha de la tierra, indígenas de ruralidades distintas convencidos en que el trabajo colectivo y comunitario educa para la paz y la salud humana. Convencer a las generaciones adultas y viejas que el futuro y la mejora no están en superarlos a ellos, ni en que las y los muchachos logren cambiar su vida, estudiando, obteniendo trabajos asalariados y convirtiéndose en obreros para dejar de ser campesinos; es un gran reto.
Las y los jóvenes del Movimiento Sin Tierra (Brasil), los de la Vía Campesina (AL), los Rurales en Movimiento (Panamá), la Red de Juventud Rural (Uruguay), entre otros más, reclaman su reconocimiento como pilares de la economía familiar campesina y el goce pleno de sus derechos. Frente a la pluriactividad rural, las y los jóvenes tienen desafíos importantes ya que cuentan con pocas garantías laborales, carecen de apoyos gubernamentales mientras se les exige ser líderes y sacar adelante al campo. En ellos recae la promesa de la vida rural venciendo a la pobreza estructural.
El reto no está en la ruralidad sino en el acceso al poder y al recurso tierra para seguir habitándola y transformando la vida, lejos de los despojos, las militarizaciones, el narcotráfico, el patriarcado y la violencia. Gran parte de las y los jóvenes que viven en, por y del campo, están dispuestos a trabajar su tierra, pero pocos la tienen, esto es resultado de crisis agrarias, expropiaciones y formas patriarcales para acceder a ella. Cuando la descendencia es femenina regularmente ocurre la exclusión, las hijas generalmente no la heredan y tampoco manejan sus propios recursos. Falta promover una mayor participación de las muchachas del campo desde la libertad y la autonomía, desapegadas de los roles de género y de la edad asociadas al grupo doméstico; esto es, al cuidado de las y los otros y a la ayuda de las madres.
Las asambleas y los consejos marginan a las y los jóvenes rurales de la toma de decisiones para ordenar la vida del campo. Las estructuras regularmente son sexistas y gerontocráticas. De ahí que las y los jóvenes rurales busquen políticas de juventud que les brinden respeto y garantías. Sobre todo, insisten en una educación agroecológica, sustentable y soberana alimentariamente, con bases políticas para el desarrollo de capacidades auto-sostenibles.
Muchos trabajan desde niños (labrando la tierra, echando tortilla, cosechando cafetales, pescando en los ríos, rasurando los borregos, produciendo artesanías, tejiendo telares, cargando a hermanitos) en su adolescencia tienen ya experiencia y conocimientos al respecto ¿por qué no dignificar sus proyectos y decisiones? Si claramente son jóvenes prometedores y ¡capaces! •