Recuerdos // Empresarios (CXXXII)
quel adiós a Lisboa. Sí, con cuánta tristeza y dolor llegó el momento de decir adiós a Lisboa y, ni hablar, Conchita lo escribió con aquella su estupenda dote de escritora, y seguro estoy de que los amables lectores estarán de acuerdo con éste, su servidor.
Continuemos, pues.
“La finca quedaba cerca de San Martinho. Rodeando un bosque de pinos, divisamos la casa, larga ella, de un solo piso y pintada de rosado, con ventanas y puertas verdes, los típicos colores de las antiguas casas portuguesas. Frente a sus parras ondeaba el trigo y más adelante, centelleando bajo el sol invernal, relucía la bahía de Martinho.
“A menudo he pensado, al hojear la revista Selecciones, que José Tanganho debía ocupar algunas de sus páginas dedicadas a Tipos Inolvidables
. Cuando este hombre con sus 60 años de edad, alto, derecho y fornido, ágil como una pantera y fuerte como un búfalo, se nos acercó, adiviné en seguida de quién se trataba: era el hijo de un cochero de la región, que habiéndose aficionado al arte de Vitorino Froes, formó parte de los jóvenes que allí se juntaban. El señor Vitorino al verlo tan aficionado lo enseñó a montar y José Tanganho no volvió a salir de la finca, habiéndose quedado, al morir su patrón, como administrador de sus hijos. Intentó el rejoneo como profesión, mas no tuvo suerte. En cambio, gozó de gran popularidad al ganar el primer raid hípico de Portugal. Aún se habla de ello.
“Vestido con una vulgar chaqueta, pantalón de talle y sombrero ancho, Tanganho se convirtió en parte de nuestra vida. Todos los días le veía y, diariamente, horas sin fin, nos ayudaba con los caballos: ora montando, ora paseando, ora castigándolos. En este menester era peligrosa su intervención, pues raramente se acordaba a tiempo de su enorme fuerza física. Una vez al ver que un caballo traicionero se me desbocaba en dirección al bosque, solucionó el caso con un palo. El golpe que propinó al animal fue de tal orden, que éste cayó sin sentido. La voltereta fue tremenda.
“‘Era preferible aquí que no contra un pino’”, opinó el señor José al levantarme, ilesa, del suelo. El caballo, si lo pensó, seguramente no estuvo de acuerdo.
“La salud era cosa que no le preocupaba. Un día, después de una dosis de camarones, calamares y langosta, se sintió mal de la úlcera que el doctor Graca le había advertido que tenía. La receta fue tres días en cama, pero no me sorprendió nada al verlo al poco rato en pijama, con sombrero ancho y a caballo.
“Domesticar un toro bravo, encerrándolo entre cinco bueyes mansos, lo he visto hacer en Portugal. Es un acontecimiento triste. Mas a José Tanganho lo vi domar a seis toros de casta, enganchándolos, con la ayuda de seis sogas y seis árboles, a una carreta llena de piedras. Fue un espectáculo colosal.
“Los casos del señor José son innumerables. Lo vi desde dejarse coger –y de espaldas– por un toro para demostrarme la suerte portuguesa de La Pega, hasta quedarse con dos banderillas en la mano de otros tantos palcos de la plaza de Nazareth. Esto, porque parece ser que unos pescadores no querían desocupar los lugares ilegítimamente ocupados. Ante el temblor, salieron todos como por encanto.
“A mí me divertía muchísimo la personalidad tan rara del contemporáneo gladiador. En su cuerpo de Hércules latía un corazón de niño, y su faz viril y tosca podía iluminarse con las más ingenuas sonrisas. Era un hombre bueno, cuya única afición era el caballo y para quien el colmo de la diversión era engañar a su compadre.
“¿Dónde va, señor José? –le preguntaba yo en ocasiones al verlo salir muy tempranito. Parando con estrépito la brillante camioneta que manejaba como nadie, José Tanganho se quitaba el sombrero cortésmente.
“Voy a Caldas, Menina –me decía–. Tengo una vaca manca, la he arreglado y quiero ver si engaño a mi compadre.
“Y el compadre, aunque eran muy amigos, le pagaba con la misma moneda.
“Por aquellos días se celebró la feria de Golegá, la feria de ganado caballar más importante del país. Inútil será decir que la víspera apenas conseguí dormir: íbamos a la feria.
“El pintoresco mercado de Golegá dura tres días. En el centro del pueblo, en su Plaza Mayor se instalaban caballerizas.
(Continuará) (AAB)