l misterio de la vida empieza con el misterio de la fiesta.
Celia Chávez de García Terrés cumplía 90 años. Con tiempo nos invitó a muchos de entre sus muchos amigos a la celebración. Con tiempo y entusiasmo algunos aceptamos, gustosos. Y lustramos nuestros zapatos, para plantar sin mancha los pies sobre la tierra, y planchamos nuestra ropa de fiesta y cruzamos los dedos, que todo salga bien, a medio día del sábado 14 de marzo de 2020, en la Ciudad de México, en una casa, un jardín, que no eran donde Celia llevaba la vida invitándonos a reunirnos, siempre a celebrar, ya fuera esto o aquello. Celia ha sido, desde antes de que yo la conociera, y yo la conocí hace más de medio siglo, la maestra de la celebración. Solía situar sus celebraciones, cualesquiera que fueran, en su casa de las Lomas, en la Avenida Reforma esquina con Monte Líbano, una casa grande en medio de un jardín frondoso y bello que Celia cuida con sus manos y ama con el corazón, un jardín sólo comparable con el de Meche Oteyza, que también cuida el suyo personalmente. Sueñas el jardín de Celia y te ves en él rodeada de plantas, de flores, de amigos, todos con ánimo festivo, inspirado por Celia, que celebra la vida me parece que desde que nació, bien dispuesta, alegre, con los brazos abiertos. En esta ocasión, celebraríamos no en su casa sino en la de Claudia Walls, más lejana para W y para mí, y también para Elena Poniatowska, que vivimos en Chimalistac. Así que pasamos temprano por Elena para llegar juntos y a tiempo a la cita, en donde Celia nos esperaba, ahora con expectativa redoblada, pues, entre el día en que giró sus invitaciones y la fecha de la fiesta, se interpuso, en la vida del mundo entero, la pandemia del Covid-19 que, por lo pronto, a los invitados que aceptamos la invitación, nos impediría abrazar a Celia y celebrarla con la emoción y la efusividad que sus 90 años de vida, con su don de la amistad, merecían.
Temerosos de acercarnos por la alarma del virus, deseosos de abrazar a Celia, la encontramos angustiada. Algunos cancelaron, quité mesas
, nos confía. Pero las que quedaron puestas se ocuparon. Guillermo Soberón y su hija Gloria, Tere Facha, Coral Bracho y Marcelo Uribe, Gala, Magui de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, Montse Pecanins y Brian Nissen, Patricia Agraz y Bruno Newman, Tere Silva Herzog Márquez, Mercedes Pesqueira y Abel Quezada, Socorro Soberón y Joaquín González Casanova, Jaime Martuschelli, Cuauhtémoc Cárdenas, Anna Romagosa García, los tres hijos de Celia y Jaime, Alonso, Ximena y Ruy.
Fuimos cumpliendo los pasos de toda fiesta. Desde reunirnos en el jardín, pasar al salón, ocupar un lugar en alguna de las mesas, comer, tomarnos una copa de vino o dos, hasta llegar al pastel (para el que Celia pidió a Vicente, del grupo, su amigo más antiguo, colaborador de Jaime García Terrés en Difusión Cultural, UNAM, Jaime, de quien Celia había enviudado, que cortara con ella la primera rebanada), cuando la banda de música tropical se impuso y Alonso, el hijo mayor de Celia, bailó con ella el primer baile, nos incitó a todos a seguir el ejemplo y llenar el espacio bailando, todos con todos, tanto los que sabían bailar como los que no. Bailamos, con una pareja, con otra, todos juntos, incluidos niños, jóvenes y adultos, todos alegres y festivos, formamos tríos, parejas, grupos, baile y baile.
Bailaba con Manuel Felguérez, el decano de los amigos reunidos, de 91 años de edad, que rodeaba mi cintura con una mano y con la otra se apoyaba en el bastón, cuando elogié su buen ritmo. A su vez, Manuel me comentó, Y eso que ésta no es mi música
, la tropical; ¿Entonces, cuál es tu música?
, le pregunté; El rock
, me contestó.
Vicente, el único abstemio entre los invitados, que al día siguiente cumplió 88 años, apenas cruzaba el umbral del salón hacia la salida, cuando se topó con un carrito de supermercado y giró sobre sus talones para regresar bailando al salón, las manos apoyadas en el manillar, color rojo.