ierre de librerías y baja de ventas de libros son otras tantas de las consecuencias de la pandemia del Covid-19 y el confinamiento. La crisis económica es mundial y deteriora los más diversos sectores. Uno de los más afectados es la cultura y, en particular, la edición. Desde la anulación del Salón del Libro de París, en marzo, el panorama editorial francés se ha ido oscureciendo y hoy parece desolador. ¿Cuántas personas pueden aún pensar en comprar un libro cuando aumenta el desempleo y no cesa el temor del contagio al salir de nuevo a la calle? Sin embargo, un libro desafía en estos momentos los más siniestros presagios. Prensa escrita, radio, televisión y redes sociales hablan de este volumen cubierto de críticas y elogios. Se le discute y comenta. Se anuncian ventas dignas de un best seller. Los periodistas se pelean por obtener una entrevista del autor de Le Temps des Tempêtes ( El tiempo de las tempestades).
Cabe preguntarse quién es el escritor que se eleva por encima del oleaje desencadenado de mares en crisis. ¿Se trata de J. K. Rowling, la autora de Harry Potter? ¿De un confidente tardío de Bernadette Soubirous, conocedor de las revelaciones ocultas de la Virgen de Lourdes? ¿De las profecías de Nostradamus sobre la vida después del coronavirus?
No, el autor no escribe aventuras de ficción ni es portavoz de seres celestiales. Tampoco emite augurios. El autor habla de la realidad, la suya en todo caso, durante un lapso de dos años. Su nombre es Nicolas Sarkozy, presidente de Francia de 2007 a 2012; es decir, un quinquenio, pues perdió su relección.
Muchos escritores ávidos de celebridad y ventas podrían lamentarse de una concurrencia desleal. El nombre de un ex presidente francés es conocido por todos los ciudadanos de Francia. Su vida en el Elysée inspira curiosidad. Sus relaciones con otros jefes de Estado despiertan interés. Pero imaginar que haber sido presidente asegura la vacarme en los medios de comunicación y las filas de compradores es una consoladora equivocación para los autores cuyo genio no será reconocido sino por la posteridad, esa última y póstuma esperanza de vender sus libros.
Escribir sus memorias
, tradición casi obligada para los antiguos inquilinos del Elysée, aunque no sea sino para intentar forjarse una buena imagen en la historia de Francia, no da siempre éxito comercial. De las páginas históricas escritas por De Gaulle, encarnación viva de una idea de la Francia, a los titubeos erráticos de Hollande, hay un abismo. Las memorias del general De Gaulle hacen reflexionar y engrandecen. Los recuerdos de Hollande empequeñecen cuando no provocan la risa. Las memorias de Chirac, quien modestamente reconoce haberlas dictado, le permiten una entrada digna en la historia, mientras los libros con pretensiones novelescas de Giscard provocan vergüenza ajena, sobre todo cuando describe sus sentimientos mientras se guillotina a un hombre a quien no concedió la gracia…
Sarkozy escribe él mismo sin tomarse por un escritor. Acaso por ello, su libro posee la veracidad de una voz auténtica. Cierto, presenta su mejor imagen, pues no es masoquista. Puede ser feroz, y sus retratos al vitriolo de algunos personajes son excelentes. Bush lo recibe en cama a causa de un dolor de cabeza, mientras Putin se muestra cordial aunque sale del dentista. Cohn-Bendit, quien “no se refiere sino a periodistas… vive en su burbuja”. Audaz, habla de su divorcio de Cecilia o su matrimonio con Carla Bruni. La pluma de Sarkozy aletea con ligereza, pero es seria cuando hace el elogio de Rocard, un hombre sin sectarismos. Profunda cuando relata una confidencia de Ángela Merkel: Nací en Alemania del Este. No teníamos el derecho de viajar antes de la edad de la jubilación. Mi única impaciencia era, pues, tener 65 años
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Sarkozy responde que este libro no es un intento de volver a la presidencia. Es creíble: un ex presidente no puede dar dimensión a sus memorias sino cuando ya dejó el poder atrás.