e terminó la paz, si es que alguna vez la hubo, en la batalla por ganar las próximas elecciones en Estados Unidos. Donald Trump y sus asesores decidieron que es tiempo de abrir el fuego indiscriminado en contra de todo lo que sea o parezca representar los ideales del partido demócrata. Los nueve puntos que en las encuestas de popularidad separan a Joseph Biden del presidente, y en sus aspiraciones de reelegirse, son motivo de honda preocupación en la Casa Blanca a sólo tres meses de las elecciones. En opinión de quienes conocen la política y sus tiempos, a menos que suceda algo inesperado, Trump tiene que subir una cuesta muy empinada para alcanzar a Biden.
Tres son los principales obstáculos que el presidente tiene que superar, por el momento: la pandemia y la pésima forma en que la ha enfrentado; la situación crítica de la economía, derivada de la pandemia; y la respuesta no menos equivocada que ha dado al conflicto racial, cuya punta del iceberg fue el asesinato de George Floyd, un joven negro, a manos de un policía blanco en Minneapolis. La semana pasada Trump dio los primeros pasos de algo que asemeja una estrategia para superar la crisis de opinión en la que se encuentra.
Reanudó las conferencias de prensa para informar sobre el estado que guarda la pandemia. Hace dos meses decidió suspenderlas porque no soportó el cuestionamiento de los periodistas sobre las contradicciones entre lo que declaraba y lo que realmente sucedía. El presidente lo entendió como ataque personal y, en uno de sus acostumbrados berrinches marcados por su atrofiado ego, decidió cancelarlas. A decir de los periodistas, la veracidad de la información aún deja mucho que desear ahora que las ha reanudado. Tal vez el único cambio fue que después de cuatro meses en que los especialistas le advirtieron la necesidad de promover el uso de máscaras para evitar el contagio, al fin admitió y anunció, públicamente, la recomendación. Casi cien mil muertos y un millón de contagios fue el irresponsable resultado por ignorar ésa y otras recomendaciones de su propio equipo de especialistas.
Paso siguiente, envió fuerzas federales a los estados y ciudades gobernadas por demócratas so pretexto de proteger las instalaciones del gobierno federal de quienes protestan por la brutalidad policiaca y el racismo institucional. La ciudad de Portland, en el estado de Oregon, fue su primer objetivo. El problema es que las fuerzas federales salieron a las calles a golpear, gasear y detener a quienes protestaban pacíficamente. Su presencia en las calles linda en lo ilegal, ya que es a la policía a quien corresponde vigilar las calles, más aun, cuando las autoridades locales no solicitaron su presencia. El presidente amenazó con repetir el desaguisado militarizando otras ciudades como Chicago, Filadelfia, Nueva York y Oakland, advirtiendo que no tolerará más disturbios en las ciudades gobernadas por demócratas
. Trump intenta justificar su decisión en una campaña millonaria en televisión con un llamado a detener las hordas que pretenden imponer anarquía y destrucción
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En este marco de de-sesperación no podían faltar sus ataques contra su blanco favorito: los migrantes. Interrumpió el proceso para que los llamados dreamers continúen sus trámites para regularizar su situación migratoria, violando una decisión de la Suprema Corte. Y reiteró la orden de perseguir a todo el que parezca o sea indocumentado, incluso en las ciudades que se han declarado santuarios para darles cobijo.
Es de esperarse que en estos meses que median previo a las elecciones, las mentiras y los manotazos del presidente serán más frecuentes, burdos e incluso ilegales en el intento de recuperar a los millones de electores que ha per-dido por su arbitraria forma de gobernar. Es notorio que algunos legisladores de su propio partido están buscando la forma de saltar de un barco que hace agua por doquier. Zozobra a la vista.