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Diálogos entre fantasmas
S

í, cada vez es más frecuente el conflicto entre grupos con diferentes niveles de simbolización; ex braceros, seguridad; campesinos, autoridades; delincuentes, policías; ciudadanos, gobierno.

En realidad, se tiene la impresión de estar girando siempre en torno de una ausencia, sin llegar a definiciones. ¿Y cómo generar un estado de derecho en un México desigual, económica, cultural y simbólicamente?

Dice la Rayuela de este miércoles 22: No sean montoneros. Vayan de uno en uno. Son los emporios farmacéuticos, refresqueros y algunos mediáticos. Todos contra López-Gatell. Al mismo tiempo se consumió la elección de los cuatro consejeros del Instituto Nacional Electoral que parece retrasar la democracia en el país.

Es lugar común decir: hay que dialogar; sí, hay que dialogar, pero para dialogar hay que estar mínimamente de acuerdo, decía Antonio Machado. Ante la incomunicación entre civilizados y primitivos, centralistas y marginales. Más, el diálogo no pasa solamente por el aprendizaje de una cierta apertura al objeto de la búsqueda y el otro: la presencia del espíritu, de la que habla Platón. Porque se ocurre pensar que unos y otros tienen un sentido de abstracción que no se corresponde.

Basta con pasar de una lengua a otra para ver cómo no se realiza de la misma manera en ambas, la captación y codificación de la realidad. Basta observar a un niño en un ambiente lingüístico determinado para ver sus intentos por adherirse al mundo conceptual de dicho ambiente. Ver cómo este mundo lo admite y es, al mismo tiempo, inteligible para él.

Todo pensamiento es generalizador y simbólico, y por ese motivo se fundan las palabras del lenguaje. Pero el sistema particular de abstracción proporcionado por un ambiente lingüístico determinado exige una cierta adaptación del pensamiento a sus normas, y decir que el marginal no tiene el sentido de abstracción, porque no tiene el mismo sistema de abstracción que el civilizado, es generar la incomunicación.

Si el marginal no tiene algo que nosotros los civilizados hemos adquirido, tendríamos que preguntarnos si al haber conseguido un nivel del pensamiento discursivo y abstracto, no hemos perdido uno de percepción más intuitiva de la realidad y cierta sensibilidad respecto de ella.

Se pierde el contacto casi carnal con la naturaleza y con el otro que nuestra civilización ha borrado, disecado y hecho imposible. El pensamiento del mundo moderno –bombas sobre marginales a explotar–, la misma relación sexual, son vínculos en los que desaparece la vida.

Hacemos el amor con fantasmas y con fantasmas nos destruimos.

Nadie puede ser uno mismo, si el interlocutor no le deja espacio necesario para serlo. Se ve claro que el civilizado citadino no deja este espacio, ni al niño que ya no quiere ser, ni al marginal que considera como primitivo y a quien intenta enseñar todo.

Pero nosotros los civilizados que hemos llegado a ser, ¿a quién dirigimos una frase plena? Navegamos entre prejuicios, chismes, chistes, lavaderos, presupuesto, triquiñuelas, y chocamos contra obstáculos escondidos en la sombra: los marginales, ¿dos terceras partes de la población mexicana?