l proceso de selección de los aspirantes a consejeros electorales del INE ha sido azaroso y espinoso. Por momentos ríspido, ya que la lista de 20 finalistas propuestos por el Comité Técnico de Evaluación decepcionó a la mayoría parlamentaria. Las quintetas han sido impugnadas por la bancada del PT y por un número significativo de diputados morenistas. Rechazaron a todos los integrantes y exigieron la reposición total del proceso. Parece que la línea negociadora y moderada de Mario Delgado se impuso, ofreciendo elegir, dentro de las reglas establecidas, a las cuatro mejores propuestas posibles. En ese sentido, el poderoso grupo parlamentario de Morena en la Cámara se entrevistó, ayer martes, sólo con siete aspirantes.
La atmósfera está muy contaminada por posturas radicales, tanto de aquellos que dicen defender la autonomía del INE como morenistas que buscan posicionar sus candidatos afines a la 4T y dar un golpe de timón en el instituto. Con el perfil de los actuales aspirantes parece que dicho proyecto se dificulta. Prevalecen aún los intereses políticos, lamentablemente persiste la lógica de cuotas y se presumen negociaciones subterráneas como factores que imperan en la conformación del próximo Consejo General del INE.
Es lastimoso que no estén los mejores prospectos ni los más aptos. Éstos ni siquiera entraron a las listas y muchos ni atendieron la convocatoria. El INE se ha convertido en coto autorreferencial que se ha distanciado de sus orígenes ciudadanos. Estamos muy lejos de aquel INE con ciudadanos cuyas trayectorias y presencia, imponían respeto y otorgaban legitimidad a una institución que ha venido languideciendo su gravitación. Prevalece la sospecha del juego perverso de las lealtades. Con el perfil de los actuales aspirantes, estarán aquellos que al menos no accedan al juego sucio, sea agrietar el proyecto obradorista, pero tampoco dinamitar al INE, institución que ha venido erosionando su credibilidad y aceptación ciudadana. El consejero de consigna partidaria es el pecado original que hasta ahora había prevalecido, en la vieja cultura del agandalle partidario; sin embargo, restan residuos.
Hasta ahora, la tónica consistía en que el partido mejor posicionado en la elección anterior lleva mano en colocar sus posiciones en los consejos electorales. Es la regla no escrita en la elección de consejeros y en la conformación de los consejos. Pacto entre los partidos. Es un pervertido canon que ha contagiado toda la cultura política electoral. Morena irrumpe en 2018 con más de 30 millones de votos, pero no cuenta con posiciones en el Consejo General ni consejeros en los Oples. Por tanto, según las reglas no escritas, quiere hacer valer su mayoría. Pero la oposición de opinadores, más que los partidos aún aletargados, advierten que, si Morena impone dicha mayoría, estallarían la soberanía e independencia del INE. Y los costos sociales serían catastróficos, así imperaría la imagen dictatorial tanto de la 4T y como la imposición del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Hay que admitir que los principales actores de los últimos consejos del INE defraudaron las expectativas de recomponer el rumbo de la institución, que se ha venido hundiendo desde la elección traumática de 2006. El interés de la reforma de 2014 era centralizar funciones y arrebatar la designación de consejeros de los Oples a los gobernadores. Sin embargo, hubo un efectivo sabotaje encabezado por Marco Antonio Baños, quien agrupó a cinco consejeros de consigna priísta. Y defraudó rotundamente al designar 126 consejeros de 18 institutos locales, la mayoría con fuertes vínculos con el PRI. La autonomía del INE, como si en algún momento la tuvo, se vería una vez más profanada. El entonces representante del PAN, Javier Corral, hoy gobernador, se lamentó seguir el sendero de las cuotas. En una sesión dijo de manera contundente: ¡Participé, defendí y avalé esta integración por cuotas, fracasé! Este proceso muestra la fragilidad de la institución y la flaqueza de la democracia
. Esta vieja y caduca cultura política hay que transformarla porque es patógena.
Ahora con teatralidad, Lorenzo Córdova afirma que, como nunca en la historia, el INE enfrenta una atmósfera hostil y adversa. Junto a Murayama, se convierten en cruzados electorales, opositores patrióticos que con devoción chapucera defienden la supuesta integridad del INE como la piedra angular de la democracia mexicana. Y lanzaron una señal de rudeza provocadora al imponer la relección del secretario general Edmundo Jacobo. El INE tiene que matizar, sin duda, este épico relato, de que cualquier intento de socavar su autonomía es una amenaza a la libertad del ciudadano. Por tanto, el INE se convierte en intangible, en pieza de fina porcelana intocable que es la esencia de la democracia mexicana. La frágil democracia mexicana.
Por tanto, la narrativa de defender al INE es equivalente a preservar la democracia y constituye una tarea sublime. Cuando en realidad, el INE se ha convertido en una arena de debate fuerte de las más diversas corrientes políticas del México contemporáneo. Así fue diseñado.
Es paradójico pensar que uno de los primeros retos del nuevo Consejo General del INE no será electoral, sino político. Deberá recomponer la relación del INE con el actual gobierno. La relación actual está envilecida. No conviene al país seguir la ruta de la confrontación entre la 4T y el órgano electoral federal. Ni Córdova ni su fiel escudero Murayama tienen ya la capacidad de interlocución. Ésta deberá ser propiciada por la nueva atmósfera del nuevo consejo y quizá por uno de los nuevos integrantes.