Al igual que muchos trabajadores no asalariados, Juan Manuel López –agrónomo de profesión y organillero de oficio– no dejó de salir durante el confinamiento para llevar a la gente la música de su viejo aparato y sustento de su hogar.

A casi cuatro meses de empezar la emergencia sanitaria uno de sus primeros efectos fue despoblar el Centro Histórico; más que afligirse, fue positivo salir del primer cuadro y recuperar la tradición de recorrer las calles de la ciudad.

Aunque muchos de sus compañeros buscaron lugares turísticos con la esperanza de encontrar más gente, como Chapultepec y Santa María la Ribera, él se fue a las colonias Portales, Villa de Cortés, Narvarte y Álamos, en la alcaldía Benito Juárez, aunque implica más trabajo, más desgaste, tienes que estar caminando bajo el sol, pero al final casi estamos por allí de lo que ganamos en el Centro.

Con 40 años en el oficio, volvió a barrios que caminó cuando empezó como cilindrero. Ya en su época de estudiante, mientras cursaba su carrera, llegó a hacer rutas que le ocupaban todo el día, sábado y domingo de 8 de la mañana a 10 de la noche, hasta 12 kilómetros desde La Merced, Insurgentes, Santa María la Ribera y de regreso, pero luego fue más cómodo quedarse en el Centro, en Izazaga, Isabel la Católica, Correo Mayor y frente a Catedral, lo que secundaron muchos compañeros: La verdad es que nos volvimos una plaga y lejos de ser agradable se volvió molesto.

Aunque el Centro retoma sus actividades, voy a seguir pasando por acá, con su organillo de 45 kilogramos, junto a sus sobrinos Viridiana y Juan Roberto Cerón López, todos visten con pulcritud. Bien uniformados, limpios y con un organillo que toque bien, se despoja incluso del cubrebocas al posar para la foto, porque no encaja la imagen que quiero reflejar con mucho orgullo.

En la siguiente esquina saca del cilindro las notas de Es la historia de un amor, que popularizó Pedro Infante, y anuncia que tal vez regrese en dos meses, aunque la ciudad es muy grande, da para que no vuelvas en un año.