es tomó años situarse en la que aparecía como cúspide de una pirámide de prestigios, influencia, riquezas y poder. Los escalones que conducen a esa punta, a veces entrevista y muchas otras sólo ensoñadas, no eran fáciles de pisar. Resbalosas grietas y pequeños espacios las definían. Aún así, una cuasi muchedumbre iniciaba el viaje, con la mente fija y el entusiasmo subsumido en la piel para llegar a la cumbre. A medida que se avanzaba, a pleno día o en la penumbra vespertina, se podían advertir los resbalones padecidos por ciertos adelantados que no pudieron continuar la aventura. Éstos y otros rezagados por falta de equilibrio o furia fueron quedando a la vera de la inicialmente congestionada ruta, sin más esperanza que un efímero rescate o un golpe de suerte que todo lo cambiara y les permitiera emprender la ascensión de nueva cuenta, aunque sin los mismos bríos de inicio. El camino fue por demás arduo, dilatado, con altibajos y sobresaltos continuos. Pero, bien valía el empeño si, al final, se podía contemplar, desde esa atalaya, el abigarrado panorama de abajo.
Allá, en la cima ansiada, todo parecía en calma. Se había llegado por medios distintos, pero de cualquier forma apreciados por su efectividad. Unos lo hicieron acumulando riquezas que les permitieran sentirse por encima de los muchos que no la tienen, pero la añoran. Otros impersonando a distintos agrupamientos que requieren de guías, conductores o representantes. No pocos más que optaron por la representación que otorgan las urnas. Poco importaba, en esos tiempos incipientes, la legitimidad derivada del voto. Con respingos, dudas y reclamos, fueron estos últimos los reconocidos como caras de un conjunto minoritario, pero solvente. Otros, unos cuantos, pero que ocuparon sitiales preferentes, les permitió arrellanarse en posiciones de respeto por la solidez intelectual de sus planteamientos, por la visión escrutadora mostrada en numerosas ocasiones de turbulencias e incomprensiones. Actores útiles cuando la angustia apretó los aparejos de miles. Y, no sin el valor suficiente, llegaron también los que se ganan un lugar ambicionado, por los méritos de sus trabajos académicos, estrellatos populares o influencia mediática. Tampoco faltan, claro, en esta selección de notables, los que pueden adueñarse del mérito ajeno o por la simulación de sus logros.
Hay, en todo este apretujado pero ralo grupo de élite, los que llegan dando rodeos y escalando con ayudas externas a sus propias capacidades. Son hijos, herederos, incluso, personeros de otros que tienen, por ser llamados los consagrados
suficiente fuerza para guiarlos y aposentarlos en la cumbre.
Una casi regla general rigió en todo este tinglado: el uso continuo y creciente de varias clases de componendas, de negocios cruzados que se cristalizan en las ya famosas complicidades: acuerdos ocultos de beneficios compartidos a costa de los bienes públicos. Son estos rejuegos de intereses, abiertos o encubiertos, pero instrumentales, útiles a sus oficiantes en su lucha por ascender. No pocas veces sin grandes dificultades reales hasta la mera cumbre. La medida del volumen o el peso de la complicidad, articulada por individuos o grupos, daba la categoría y comodidad con la que, tales personajes, se movieron en los privilegiados cuartos de poder.
Los arreglos descritos se fueron perfeccionando con los años. En verdad se compaginaron durante décadas hasta que su prolongación se hizo insostenible por la descomposición provocada en todo el sistema de convivencia. Y fue así porque el perjuicio a los intereses colectivos se acrecentó en desmesura. La injusta repartición de oportunidades y bienes acarreó doloroso malestar. Una seria rebelión de la base dio al traste con casi todos los ocupantes y sus celosos guardianes. El hueco fue llenado, con prontitud y decisión, por un conjunto de nuevos ocupantes que empezaron a poner orden, transparencia, valores solidarios y nuevos enfoques en el manejo de los asuntos colectivos. El desplazamiento ha sido, sin duda, violento. Sin contemplaciones y con muchos dolores y afectaciones. Los desplazados no se resignan a quedar fuera de las acostumbradas mieles que dimanan del ejercicio del poder, la influencia para modelar y conducir necesidades ajenas y las muy ventajosas modalidades de acrecentar riquezas. Consolidar lo recién logrado por los renovados ocupantes implicará manejar un complicado proceso de estira y afloja, de logros, faltas e imprevisiones que harán difícil la tarea transformadora prometida. Cuentan, en verdad, con los apoyos y la voluntad de esa parte mayoritaria de la sociedad que les otorgó la confianza. Conservar tan sutil y delicado capital político será encomienda cotidiana que debe cuidarse con esmero, eficacia y honestidad a toda prueba.