Elena Poniatowska recuerda al cronista, su amigo, como un intelectual con sentido crítico único
Sábado 20 de junio de 2020, p. 3
Existen generaciones que se saltan las trancas, los años, los convencionalismos. A sus integrantes los reúnen, más que el azar del calendario, los gustos literarios, los intereses sociales y las cuestiones éticas. Una de las generaciones más pródigas en páginas escritas, causas sociales y firmes convicciones políticas se conocieron en un restaurante de comida abundante y barata donde había muy buena cerveza, aunque ninguno la bebía. Elena Poniatowska, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis coincidieron en el Fritz y de allí saltaron al Kikos y a muchos otros lugares. Sólo queda Elena de esa generación brillante y, como siempre, tiene una memoria prodigiosa y ningún pelo en la lengua.
–¿El 68 te acercó más a Carlos?
–Sí, muchísimo. Tengo unas cartas de Carlos desde Londres hablándome de La noche de Tlatelolco, y a partir de ese momento y a su regreso a México empezó a llamarme por teléfono en las mañanas muy temprano. Le hablaba a Bolívar Echeverría, muchísimo a Iván Restrepo, y a mí. Comentaba de los acontecimientos y se enojaba si yo no sabía quién era el diputado tal o cual. Y yo la verdad no sabía quién era Sánchez López, y al principio yo no sabía ni quién era López Obrador.
–Siempre se quería abastecer de información. Era una memoria que absorbía datos para procesarlos…
–Y lo que no sabía lo adivinaba, porque tenía como una luz a media cabeza y sabía quién era quién. Viajamos juntos a Israel; visitar un museo con Carlos era de veras un aprendizaje, una lección absolutamente excepcional por todo lo que sabía. Era un hombre de cultura fenomenal. Yo creo que una sola idea que le decían se le quedaba para toda la vida; una sola impresión también. Tenía un cerebro que ojalá lo hubieran podido conservar, porque era único. Un cerebro que captaba todo; además, con enorme generosidad y sentido del humor. Tenía un sentido crítico que no he visto jamás en ningún otro ser humano.
–¿No conoces a nadie con su capacidad?
–No, nunca, se llevaba de calle a todos: a Carlos Fuentes, a cualquiera… a Octavio Paz. Paz veía su obra, su poesía, y también era un extraordinario ensayista, pero no.
“Carlos Fuentes le pareció un gran novelista, sobre todo por La región más transparente, pero sus últimos libros le parecieron malísimos; los primeros le gustaron e interesaron, pero después se le cayó un poco.
A Carlos Monsiváis le interesaba el ensayo, la crónica. Le parecía más importante en México la crónica que la novela. Él mismo hacía una crónica insuperable y, finalmente, los lectores preferían leer la crónica que cualquier novela: les decía más, les enseñaba más, les emocionaba muchísimo más, y era más fundamental para la cultura de México la crónica que la novela. Lo que le interesó siempre fue la poesía. De allí su devoción por Octavio Paz.
–Hizo una antología estupenda de poetas del siglo XX y José Emilio del siglo XIX.
–Fue buenísima, y se lo dijeron todos. Incluyó en su antología a Jorge Cuesta. Eso no lo hicieron Gabriel Zaid ni Octavio Paz, lo dejaron fuera en otra antología.
Poesía para razonar
–Decía que la poesía ayudaba a fijar el idioma, a entrenar el oído, pero también para disparar ideas y hacer otras lecturas no literarias. Le pregunté cómo era eso, cómo un poema le ayudaba a entender una cuestión política, y me dijo que era por la forma de construcción del lenguaje, pues la construcción lingüística te hacía razonar las cosas de otra manera y Carlos, como sabes, siempre razonaba sobre zonas o momentos no registrados habitualmente.
–Yo fui un poco su adoradora. Yo casi le rezaba a San Carlos Monsiváis. Le rezaba por el enorme cariño que sentía por él y porque su inteligencia era como dardos. Nunca tiró uno que no diera en el blanco. En ningún campo. Eso es absolutamente increíble. Carlos Fuentes jamás logró lo que Monsi. Él logró abarcar a todo México, logró abarcar disciplinas que otros jamás lograron abarcar. Si viajabas con él a París, parecía que lo sabía todo de París; ibas a Israel, y lo mismo. Sabía todo de todo. Cuando interrogó a Moshé Dayán le hizo preguntas muy inteligentes. Estar junto a él era el máximo privilegio que puede tener cualquiera al que le guste la cultura.
–¿Qué otros escritores mexicanos le entusiasmaron?
–Carlos Fuentes con La región más transparente. No le interesaban mucho las mujeres. Le interesaba mucho Elena Garro, pero como personaje más que como escritora. Le interesaron las llamadas novelas indigenistas, cosa que no le gustaba a Rosario Castellanos. Le interesó la poesía de Rosario, aunque José Joaquín Blanco dijo que era una plañidera; se lanzó a decir algo muy despectivo.
Carlos era muy generoso. Él criticaba en privado, pero si lo oías en una conferencia, decía cosas muy chistosas o agudas, como una cuchillada, muy hirientes, por un lado, pero yo nunca lo vi que molestara porque sí. Fue un hombre que nunca tuvo ningún fragmentito de veneno adentro. Él no era así, no tenía veneno.
–No tenía rencores…
–Siento que no, porque él finalmente barría con todo, era superior.
–¿Le dolió no estar en El Colegio Nacional?
–Sí le dolió, y creo que sintió un poco que José Emilio Pacheco no había hecho mucho para que entrara. ¿Tú cómo ves eso? ¿El tenía que estar en el Colegio Nacional? Bueno, finalmente en el Colegio Nacional están unos burros solemnes que se toman muy en serio. Entonces tampoco era su lugar.
El pertenecía a una cultura que tenía que ver más con la gente de todos los días, la gente de la calle, la del Blanquita. Yo no sé si en el Colegio Nacional lo veían mal por eso. Él era muy amigo de Margo Su, admiraba a Tongolele. Abarcaba todos los campos. Además en el Colegio Nacional están muchas personas que ni siquiera deberían estar, porque, ¿qué le han dado al país? De los que ahora están en el Colegio Nacional ninguno le ha dado a México lo que ha entregado Carlos Monsiváis.