Lunes 8 de junio de 2020, p. 28
Matamoros, Tamps., Kuatzambi Matondo, nacido en El Congo en 1983, llegó hace más de dos semanas a Matamoros con su esposa y tres hijos; hace unos días se quedaron sin la vivienda que por mil 500 pesos rentaban en Las Brisas. Fueron desalojados.
A pesar de ello, Matondo ya no piensa cruzar a Estados Unidos, como era su intención. Felices de estar aquí, niños están bien, ya comieron gracias a que nos apoyaron (los vecinos)
, dice en su entrecortado español.
Igual que a esta familia, varias más ya no les interesa el sueño americano, sino permanecer en esta localidad fronteriza y rehacer sus vidas lejos de la guerra y la hambruna que dejaron en sus pueblos.
Familias completas (alrededor de 100 africanos) se han asentado en el fraccionamiento Las Brisas, uno de los sectores más poblados de Matamoros, donde rentan viviendas y sobreviven de actividades informales y la caridad de los vecinos. Son trasterrados.
Ellos obtuvieron en la estación Siglo XXI, en Tapachula, Chiapas, salvoconductos que les permitieron cruzar el país de sur a norte hasta esta ciudad fronteriza, afirmó Gladys Cañas, directora de la asociación civil Apoyándolos a Triunfar.
“Tuvieron que hacer la solicitud de refugio en Chiapas; allá mismo debieron haberlos orientado, pero no fue así. Cruzaron todo el país y se quieren asentar aquí, pero sucede que no encuentran trabajo por la contingencia sanitaria y están teniendo muchos problemas. No hablan español, sólo inglés o francés. Son familias enteras que a veces no tienen que dar de comer a sus niños.
Hay muchos empleadores que tienen miedo de darles trabajo por temor a una multa de migración. La crisis (del coronavirus) los alcanzó: tienen gastos y no saben qué hacer.
En el caso de Kuatzambi Matondo, el arrendatario se quedó con el dinero y los dejó en la calle, donde vecinos los rescataron y guiaron a otro domicilio del sector, en Rincón Independencia 13, donde otras tres familias africanas viven hacinadas en una vivienda de 30 metros cuadrados.
Cuando Matondo huyó de África Central y emprendió el camino a México sabía que iba a ser un trayecto difícil, pero mientras muestra su permiso legal ya en la frontera se dice contento.
Señala que espera que pase la emergencia sanitaria por el Covid-19 para encontrar un trabajo. Por lo pronto, sobrevive con el dinero que su esposa e hija obtienen trenzando el cabello de las vecinas del sector: unos 200 pesos diarios.
Junto a un charco de aguas negras, Drugui, su hijo menor, juega con dos carritos, mientras Debra, su hermana de 16 años, espera que alguna vecina llegue a hacerse trenzas a fin de obtener algo de dinero para comprar la comida del día.