a prisa nunca ha sido buena consejera. Es sinónimo de premura, precipitación e impaciencia. Con frecuencia conduce al traspié, al descuido, al yerro. La prudencia, en cambio, es sensatez, cordura, moderación y juicio.
Despacio, que voy de prisa
, solía decir el emperador Napoleón durante sus campañas guerreras hacia la conquista de Europa. La frase, cuentan algunos de sus biógrafos, parecía un contrasentido, pero no lo era. El francés se refería a la relevancia de avanzar sin apresuramientos, con buen juicio… hablaba del cuidado de los detalles.
Por eso llama la atención que el gobierno mexicano haya decidido reabrir su economía cuando todos los indicadores sanitarios indicaban que aún no era el momento, que existían cabos sueltos, detalles sin amarrar. Cuando se aconsejaba a la prudencia y no a la prisa.
México optó entonces por reactivarse justo en lo más alto del pico de la pandemia, en lo rojo del semáforo epidemiológico, cuando los contagios y las muertes se cuentan por centenas todos los días. Decidió abrir sus puertas en un momento que no era su momento, sino el de otras economías y, con ello, se ha puesto en riesgo la salud y las vidas de miles a quienes la gradualidad del ingreso a la llamada nueva normalidad nada les dice o muy poco les importa.
Es cierto que desde mucho tiempo antes de ser presidente de México, Andrés Manuel López Obrador ha sido particularmente sensible a las necesidades y demandas de los que menos tienen, de quienes sobreviven el día a día y de aquellos que siempre, pero aún más en calamidades como ésta, tienen que salir a trabajar porque, de no hacerlo, dejarían de comer sus familias.
Tal vez debido a ello, ante la difícil disyuntiva de tener que elegir entre lo malo y lo malo, el gobierno de la Cuarta Transforma-ción se inclinó por empezar a afrontar desdeahora, lo antes posible, lo que ya ha comenzado a resentirse en los bolsillos de los mexicanos y que se vislumbra al final del túnel como una catástrofe económica, con miles de empresas quebradas, millones en el desempleo y el irremediable decrecimiento de una economía mediocre que no ha logrado despegar por décadas.
Sea como fuere, la elección no deja de ser precipitada. Pareciera un reflejo del ansia incontrolable que contradice y atropella las recomendaciones de los científicos, en un momento clave: quédate en casa y no relajes las medidas sanitarias
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Las imágenes que desde el lunes pasado circulan a través de los medios de información, que muestran a peatones apelotonados en las calles de nuestras principales ciudades, sin respetar la sana distancia ni hacer uso de los insumos sanitarios mínimos, como el cubre bocas, son malos augurios. Es obvio que la apertura paulatina y gradual no fue entendida por la población y ahora la amenaza de los contagios acelerados se ha hace más latente.
Hace unos días tuve la oportunidad de ver y escuchar una conferencia a distancia de Judith Butler, una de las activistas estadounidenses más aguerridas, pero al mismo tiempo más lúcidas del momento. Invitada por la UNAM a reflexionar sobre la peste del coronavirus, ella decía a propósito de las aperturas precipitadas: quienes creen que la salud de la economía es más importante que la salud de la población siguen una receta que indica que el lucro y la riqueza son, a final de cuentas, más importantes que la vida humana
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En emergencias como la que estamos viviendo, continuaba, se abre la economía con el pretexto de ayudar a los pobres, pero al mismo tiempo esas vidas son las que se consideran desechables y sus trabajos, remplazables. Butler define estas decisiones como el capitalismo pandémico
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“… No es posible disociar el bienestar de la vida propia, de otras vidas. Las condiciones de una vida vivible tienen que estar garantizadas, y no sólo para mí. Esa –agregaba en su conferencia– es una lección de índole ética y social que nos enseña la pandemia”.
No tengo dudas de que las motivaciones de López Obrador para reactivar nuestra economía distan mucho de las consideraciones filosóficas de la Butler. Pero me parece que México está todavía muy lejos de dejar de contar a sus enfermos y a sus muertos. Lo he dicho en este mismo espacio y lo reitero: la salud de la población debe ser la prioridad.
En estas circunstancias es preciso y recomendable escuchar con atención a la ciencia. Y el consejo inequívoco de ésta es aguantar un poco más, para luego avanzar sin dilaciones, pero sin prisa.