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¿Cómo escribir la historia de los derrotados?
V

einte años después de la derrota del villismo y casi 15 después del asesinato de Pancho, algunos de sus compañeros empezaron a escribir memorias e historias en que lo reivindicaban (ejemplarmente Juan B. Vargas). Un famoso escritor que lo acompañó unos meses sin ser nunca su partidario, arregló y publicó unas memorias muy anecdóticas que lo hicieron popular, pero no ayudaron mucho a comprenderlo (Martín Luis Guzmán). Pasados 37 años del asesinato, un antiguo oficial de la División del Norte (por cierto, del ala derecha del movimiento) intentaría hacer un balance político y social del villismo (Federico Cervantes).

Medio siglo después de su muerte, para la historia oficial y para el poder Pancho era un apestado, un bandolero, un criminal sin proyecto. Y muchos sectores pusieron el grito en el cielo cuando un presidente al que recordamos por su carácter autocrático y represor (Gustavo Díaz Ordaz) ordenó inscribir su nombre en letras de oro y así integrarlo al panteón oficial.

En realidad, lo que buscaba ese presidente era arrebatar la bandera villista a los campesinos rebeldes que, en las mismas regiones en que había ardido el villismo, retomaban sus reivindicaciones sociales y agrarias, y a quienes la represión y los asesinatos de dirigentes convirtieron en guerrilleros. Los mismos que el 23 de septiembre de 1965 atacaron un cuartel del Ejército, dando inicio simbólico a casi dos décadas de lucha armada en México (la historia de ese movimiento campesino y popular y de cómo encontró completamente cerrada cualquier posibilidad de transformación pacífica, la cuenta Jesús Vargas Valdez en Madera rebelde).

Tuvieron que pasar 77 años del asesinato del Centauro del Norte para al fin, leer su primera gran biografía abarcadora que, a la vez, era una historia social de su movimiento: la de Friedrich Katz. Y esperar siete años más para entenderlo como persona, en la pluma de Paco Ignacio Taibo II.

Las clases poderosas odian a quienes las desafían en serio. Por eso odiaron tanto a Villa y enfatizaron su etapa más violenta (1917-1919, con un preludio el 1º de diciembre de 1915), eliminando de las narraciones el proyecto de transformación social (1913-15). De 1920 a 1970 la historia del villismo estaba bien en sus rinconcitos (revistas como Mujeres y Deportes o El Legionario), para sus veteranos y para algún académico. Sacarla de ahí era pecado.

Así nos pasó ahora con otra historia: en julio pasado escribí sobre el movimiento armado socialista de 1965-80: nos acercamos ya al momento de contar esta historia (https://bit.ly/3dqos8n).

Claramente me equivoqué: a medio siglo de la guerra sucia, la historia de los guerrilleros está igual o peor que la de los villistas en 1960: totalmente arrinconada y, cuando sale de su rincón, es sólo para llamarlos asesinos y criminales. Se pueden escribir memorias o reflexiones, siempre y cuando se queden en su rinconcito y no molesten a las buenas conciencias. Como escribió Alejandro Peñaloza sobre la Liga Comunista 23 de Septiembre: La derrota verdadera no estaba en su aniquilamiento físico y el consiguiente fracaso de su proyecto político, sino en ni siquiera hacer mención de su existencia y, por tanto, de su razón de ser en la historia contemporánea mexicana (https://bit.ly/3gJQjCn).

Contra ese manto de olvido podríamos usar el libro de Fritz Glockner que, aunque ya lleva meses en circulación, sigue sin hacer el ruido que merece un trabajo tan honesto, tan apasionado, tan bien documentado. Los años heridos: la historia de la guerrilla en México es más que una cronología comentada, como define el autor: es un esfuerzo de síntesis sobre una historia que quieren que no contemos, quieren sepultada. Dice Fritz: La idea original era escrutar las razones que llevaron a dos miembros de mi familia a incorporarse a las filas de un movimiento armado y clandestino, se ha ampliado por todos estos años de convivencia intensa con los personajes de esta historia, quienes paulatinamente se han convertido en parte de mi estirpe; nombres como el de Jesús Piedra Ibarra, Raúl Ramos Zavala, Lucio Cabañas, Genaro Vázquez Rojas, Ignacio Salas Obregón, así como el de un centenar de hombres y mujeres más cuyo idealismo aún se mantiente intacto.

Jesús fue desaparecido en su Monterrey natal en 1974; Raúl fue abatido por la policía en 1972; Lucio, ejecutado en 1974; Genaro, liquidado en 1972; El Oseas, desaparecido en 1974. Ese mismo año fueron torturados, ejecutados y tirados a la calle, en represalia por la muerte de los empresarios Eugenio Garza Sada y Fernando Aranguren, los guerrilleros José Ignacio Olivares y Salvador Corral. Pero eran muertos de otra especie que aquellos: muertos del silencio.

Han pasado más de 40 años y aún exigen el manto de olvido o la criminalización. Sigamos rasgando ese manto.

Twitter: @HistoriaPedro