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¿La fiesta en paz?

Indignación del maestro Paco Camino // La incultura no conoce niveles

C

on relación a las declaraciones de Pablo Iglesias, vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, de España, antitaurino para añadir credenciales, en el sentido de que le incomoda enormemente que se reivindiquen las corridas de toros como algo cultural, el maestro sevillano Paco Camino expresó –una expresión vibrante fue otro de los rasgos de su privilegiada tauromaquia– al portal Mundotoro en reciente entrevista:

Es un sinvergüenza. Me da igual decirlo, no me ha callado nadie en una plaza de toros, con miles de personas y dos pitones delante; no me va a callar ahora tampoco nadie desde un sillón en un despacho. No respeta nada. Lo que no le gusta, lo quita. Y tiene entre ceja y ceja acabar con el toreo. No sé qué le habremos hecho nosotros, pero él a nosotros nos está robando el segundo espectáculo de masas de este país y nuestra libertad para poder presenciarlo. Estoy muy descontento con la gente del Gobierno. Son unos golfos, el toreo era lo más grande, e insisto, nos lo están robando. Así es, inolvidable maestro, pero abundan quienes confunden la lucidez con sus fobias.

Por eso, con frecuencia los más altos niveles de gobierno lucen invaluables perlas de funcionarios semialfabetizados por la televisión en sus dos vertientes: violencia y vulgaridad. Fueron de pena ajena los lapsus de la entonces pareja presidencial del cambio –fallido– al llamar José Luis Borgues al escritor argentino o cambiarle de sexo a la escritora india Rabindranath Tagora.

En plenos afanes transformadores, otra perla de nuestras lagunas culturales televisivo-dependientes gringas fue la que lució la mismísima Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, desde donde un grupo de descerebrados tuvo a bien hacer mención en un cartelito, por no dejar, del poeta y escritor nayarita Amado Nervo, en el 101 aniversario luctuoso de su fallecimiento. Ahora no alteraron nombre ni cambiaron sexo, sino la nacionalidad del poco apreciado prosista mexicano, al convertirlo en uruguayo por el histórico hecho de que al hombre le tocó morir en Montevideo. Así andamos.

Es de desearse que el año próximo, con motivo del centenario luctuoso del autor de La Suave Patria, aficionado a los toros como Nervo, a ninguna institución oficial y mucho menos a la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, se le ocurra poner Román donde es Ramón, ni Suave Petra ni que es oriundo de Monterrey o que nació en El Salvador. Aunque todo será posible después de la plandemia, como ya empiezan a llamarla algunos suspicaces.

Hará unas cuatro décadas las autoridades del país renunciaron a su responsabilidad de preservar valores culturales y dejaron al criterio de las empresas poseedoras de una licencia de funcionamiento, ya como propietarias o como concesionarias de una plaza de toros, la defensa de la tradición taurina de México y de los derechos del público aficionado. Fue otra muestra de que por acá todo se nos volvió ciencia y que los autorregulados absorbían esa expresión identitaria.

En ese lapso, la fiesta ha carecido de verdadera protección por parte de la autoridad, dejando al estrecho juicio de las multimillonarias empresas la defensa, apuntalamiento y promoción de la fiesta. Así, quienes deberían cumplir con el reglamento taurino son quienes deciden cómo y cuándo lo cumplen. Autorregulación irresponsable, neoliberalismo también en lo taurino y debacle de otra expresión identitaria que, si continúa con los mismos criterios, se nos escurrirá entre las manos, con o sin plandemia.