Instantes del poema
l instante continuo del poema.
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En cierto modo la poesía se encarga de extraviarse de la norma (del lenguaje diario, acostumbrado) y, de en efecto serlo (poesía), profundizar en la ley (del lenguaje sin más).
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Uno puede tener claro lo que quiere hacer, pero difícilmente lo que va a hacer –y menos lo que va a ser, lo que será de su querer–, pero puede, tal la confianza del artista, así sea difusamente intuirlo. Antepresencia, ese futuro ser lo que será ya está siendo: propone diálogo, acción. Sujeto más que objeto, se muestra (rigurosa, crítica aunque amable) compañía, y desde una firmeza inesperada, con fe no exenta de cuestionamiento, convoca e interpela al yo profundo que se supone somos. Obra, nos dice, quiero (ser) obra. Acatar su mandato, si es que de arte hablamos más no hay, procede entonces.
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No necesariamente yo, sino quizá mi voz, que sabe más de mí, entiendo, que yo, escribe esto. No es que quiera escribirlo, es que quiere que le haga caso y me pone a ponerlo por escrito. Quiere que sepa que ella sabe, y que la acate, que no ande hablando así nomás por ahí, a lo lírico y sin fondo. Viene desde un fondo que no tiene fondo. No siempre es clara. Turbia, oscura, siempre algo dice que yo debo escuchar, traducir como pueda mediante un método que ella ha denominado traducir sin traducir. Acaso traducir no sea el término –hace como que duda paciente, dispuesta a ser oída no tanto como sea sino al nivel, pero afinado, del oidor–, puede ser aplicar. Aplica lo que digo, invita, recomienda, y después, según veas que te funciona o no, ve haciendo ajustes. Verás que cada vez te acercas más a tu verdad desde esta mía, la que en ti habla.
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Que mejor que el oficio se deje ver en tu labor el amor al oficio y que si tal ocurre no haya la propia voluntad en ello parte.
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El poema es lenguaje escuchando (el, al) lenguaje.
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Silencio armónico es lo que una vez dicho, una vez hecho, deja, si poema, el poema.