l presidente López Obrador acaba de presentar lo que bien puede llamarse su concepción del desarrollo. Lo hace motu proprio pero fincado en la cuidadosa reflexión de las necesidades y aspiraciones populares. Todas ellas recogidas durante sus andares por todo el país. Las continuas y detalladas lecturas de la historia patria tienen, adicionalmente, lugar primordial para moldear su pensamiento. El resultado ahora se concreta en el nuevo modelo a seguir por su gobierno. Jerarquiza su propuesta central de política económica en cinco principios fundamentales: democracia, justicia, honestidad, austeridad y bienestar.
En pocas palabras, AMLO adelanta un supuesto angular en su exposición a la manera de hipótesis. La crisis actual, dice, no es causada por la aparición de un virus peligroso, sino por el agotamiento y derrumbe del hegemónico modelo neoliberal imperante en casi todo el mundo. Tratar de rescatar o reponer ese conjunto de recetas es, en esta perspectiva, una efectiva necedad. Los turbulentos tiempos imponen un cambio y éste debe ser drástico. Uno que ha sido ofertado, con claridad, precisión y sencillez, a los mexicanos y votado por ellos, con toda libertad y suficientes números para no dejar duda del enérgico y legítimo mandato.
Las acciones y los pronunciamientos de gobierno, que se han sucedido desde la inauguración de estos tiempos de exigida transformación, son congruentes con dicha propuesta de política económica. Hace falta, por tanto, ir por un régimen que sitúe, a la igualdad y el bienestar, como medidas de todo lo demás.
La crítica entrenada y adaptada al antiguo régimen injusto y concentrador propone, una y otra vez, medidas ya probadas por ineficaces. En el pasado, dichas recetas –fiscales y de creciente endeudamiento público– usadas para paliar el descalabro en salud y los daños al aparato productivo, indujeron mayor desequilibrio en el reparto de la riqueza. El rechazo presidencial a las insistentes recetas que, con adjetivada dureza, reclama buena parte de la oposición, se finca en este modelo ya bien delineado en sus puntos neurálgicos. No se aceptarán las insistentes sugerencias y condenas que pretendan torcer el rumbo legítimamente votado. Los opositores y creyentes en el aún hegemónico modelo concentrador no han logrado su pretensión y acusan a López Obrador de oídos sordos y cerrazón autoritaria. Sólo propone lo que él quiere y trasmite un sabor nostálgico.
En lugar de un plan de gobierno se trata de una fantasía, aseguran a contracorriente de lo que se ensaya sin temores a diario. No se reconoce que hay congruencia y fidelidad a lo ofertado en sus tres campañas consecutivas. Los enormes bolsones de pobreza y marginación que plagan a México son consecuencia inevitable del modelo camino al destierro. Sin embargo, con sus cotidianas y terminales propuestas opositoras, se resiste a su expulsión.
Lo que ahora plasma el Presidente como política económica tiene coherencia interna y crítica certera respecto de lo que observa como decadente realidad. Falta, eso sí, que a medida que avanza la aplicación de sus acciones derivadas, se vean y evalúen los resultados. La oposición, en un enorme coro sincronizado, clama por el más rotundo de los fracasos. Se acusa de excesiva concentración de poder; de hacer un gobierno de novela, es decir, irreal; desfasada de tiempo, lo que significa no ser actual. Añaden ahora un calificativo de hondo desprecio: es una política provinciana (Luis Rubio, Reforma, 17/5/20). México, afirma, no es un pueblito anclado en el pasado. Lo moderno, avanzado y real, por factible y eficaz, es aplicar, sin contemplaciones, el conjunto y conocido recetario neoliberal.
No es un espectáculo que se aprecie, como práctica corriente, ver a un líder armado de unas cuantas cuartillas de su propia creación, presentarse ante el pueblo para avanzar un escenario posible. AMLO trata de plasmar en decisiones prácticas aquello que ha prometido hacer: enfocar su política económica hacia los pobres. Usar los recursos para paliar los efectos de la crisis ocasionada por la cuarentena teniendo en mente a los marginados de siempre y a los que ahora se añaden por las variadas privaciones impuestas por la pandemia. Recargarse –a través de deuda– para salvar empresas con el señuelo de hacerlo por los trabajadores, además de profundamente injusto, es regresar a lo trillado. El futuro no es halagüeño. Hay una recesión en puerta. La oposición intentará, como lo viene haciendo, culpar al Presidente de sus dañinos efectos. Será una lucha continuada por reponer ese poder que se ha extraviado frente al nuevo modelo que deberá probar su fuerza transformadora.