n los países donde el confinamiento era ley, el momento esperado con más impaciencia por sus habitantes, constreñidos a encerrarse en casa, fue la fecha de liberación: la del desconfinamiento. En Francia, los medios de comunicación siguieron con atención este instante vuelto casi histórico. Justo antes de medianoche, micrófonos de radio y cámaras de televisión registraron actitudes y conductas de la gente contando los últimos segundos que faltaban para terminar el encierro y salir en libertad cuanto se antoje.
¡Oh, sorpresa! El suceso histórico que se produjo no había sido previsto por ninguno de los aguerridos periodistas ni por expertos observadores, sociólogos o historiadores. La imagen más difundida en las pantallas de televisión fue: ¡un salón de belleza! En este lugar, devenido histórico, sacralizado de súbito, a las 12 de la noche en punto, un cliente se instaló para aprovechar desde el primer segundo su nueva libertad y satisfacer la más urgente de sus voluntades: la de cortarse el cabello. ¿Cuál historiador habría podido prever tal acontecimiento?
Cabe recordar el pensamiento del filósofo Blaise Pascal: Si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo habría cambiado
. No sin ironía, esta afirmación permite comprender que los eventos de la Historia pueden escapar, en ocasiones, a las leyes de la lógica más racional y depender del azar o de una causa tan inesperada como inexplicable. El día de hoy, un investigador audaz, filósofo o historiador, podría emprender un trabajo muy documentado, como place hacer a algunos universitarios imbuidos de ciencia, sobre la importancia capital del cabello en la Historia. Comenzar tal vez por citar la Biblia y el célebre episodio consagrado al trágico destino de Sansón. Ese temible gigante dotado de fuerza sobrehumana. ¿De dónde provenía su fortaleza excepcional? De su larga cabellera. En ella se hallaban el secreto y el origen de su poder. En consecuencia, era el punto que bastaba atacar para destruir su fuerza. Misión de la cual se encargó la fervorosa Dalila. Nuestro sabio universitario, siguiendo el sistema de pensamiento que tanto ha beneficiado a los inventores del método estructuralista, podría estudiar en seguida si la moda de dejarse crecer una muy larga cabellera, como hicieron los Beatles cuando se lanzaron a la conquista del mundo, no escondía el deseo de multiplicar de enorme manera su fuerza viril, a la manera del ancestro Sansón. Lejos de darles ese aspecto afeminado que tanto les reprochaban sus padres y todos los elegantes de la generación precedente, esta provocación capilar no era acaso sino una prueba histórica de la importancia del cabello. Y qué decir de la corte de Versalles, donde la etiqueta impuesta por el rey exigía, además de vestir extravagantes atuendos, ponerse pelucas más monumentales una que otra.
Al constatar la precipitación de los infelices confinados hacia los salones de belleza, desde el primer minuto del desconfinamiento, cabe preguntarse si los historiadores han realmente dado al cabello todo el lugar que merece en la Historia. Entre otros ejemplos, la tradición guerrera del escalpe, rito cumplido por el vencedor cuando arranca una mecha de pelo con todo y cuero cabelludo al cadáver del vencido, blandida como trofeo y prueba material de su victoria. Escalpe que da una señal clara sobre el sentido que acordaban los llamados primitivos a la figura del heroísmo impuesta más allá de la muerte. En forma menos cruel, la mecha hurtada por los amantes, cuando desean llevarse a la vez una parte del ser amado y un signo tangible de su amor, demuestra la importancia simbólica del cabello venerado como reliquia.
Las mentes razonables dirán que, al ir con tanta urgencia al salón de belleza el día de su liberación, los confinados obedecían en primer lugar a una elemental regla de higiene. Aunque también es posible admitir que el corazón tiene razones que la razón no entiende.