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Vox Libris
Un café con Voltaire
Periódico La Jornada
Domingo 17 de mayo de 2020, p. a12

Todos los grandes temas que se debaten en la actualidad ya eran centro de análisis en centurias pasadas, particularmente en el siglo XVIII en la obra de intelectuales como Voltaire, quien ahora se convierte en el anfitrión de charlas con sus contemporáneos más ilustres en Un café con Voltaire, de Louis Bériot, publicado por la editorial Arpa. Este libro es un original retrato en movimiento del filósofo más carismático de su tiempo hecho de ficción y realidad, ideas y actos, filosofía y literatura. Gracias a la editorial, dejamos a nuestros lectores un avance de este título.

El exilio inglés

El sol brillaba sobre el estuario del Támesis. Las largas hileras de navíos en los muelles, en ese mes de mayo de 1726, daban fe a ojos de Voltaire del poderío marítimo de Inglaterra. El escritor francés soñaba desde hacía mucho tiempo en visitar ese país, que su poderoso y rico amigo, Lord Bolingbroke, había elogiado por el ambiente de libertad, tolerancia y respeto democrático que en él reinaba. Así pues, el exilio al que el rey Luis XV lo acababa de forzar, lejos de afligirle, le resultó más bien agradable.

No se trataba de su primer exilio y ya había pasado unas cuantas temporadas en la Bastilla, esa prisión real que había conocido ocho años atrás por haber fustigado, mediante libelos y poemas tan injuriosos como talentosos, la conducta del duque de Orleans, regente del reino, acusándolo de mantener relaciones incestuosas con su hija Mesalina, la duquesa de Berry. Su libertinaje había acabado siendo de dominio público, y Voltaire no tenía nada que envidiarles. No obstante, con sus escritos sobre el Regente, Le Bourbier y Régnante Puero, había ido demasiado lejos. La orden real no se hizo esperar y el impertinente François-Marie Arouet, que todavía no llevaba el nombre de Voltaire, se halló alojado en las celdas de la Bastilla durante nueve meses. Tenía 24 años.

Su segunda encarcelación fue ordenada a petición del caballero de Rohan-Chabot. Los dos hombres se habían increpado en el teatro. El señor de Rohan, tan arrogante como estúpido, al cruzarse con Voltaire en el camerino de una actriz le habría soltado un desdeñoso: Monsieur de Voltaire, monsieur Arouet, ¿cómo os llamáis realmente?.

El escritor, que tanto aborrecía sus orígenes burgueses que había querido romper con su apellido familiar, aunque su padre fuera consejero del rey y receveur des épices en la cámara de cuentas, se hacía llamar entonces de Voltaire, y le respondió con la actitud afilada y displicente que lo caracterizaba: ¿Se puede ser al mismo tiempo Rohan y Chabot? Con vuestras palabras, deshonráis vuestro nombre; con mis escritos, yo inmortalizo el mío.

Voltaire no ignoraba que desde la muerte de Luis XIV la alta nobleza, despreciada desde la época del Rey Sol, había reconquistado sus poderes y su influencia bajo el reino del Regente. Los Rohan-Chabot estaban por aquel entonces en la cresta de la ola.

Dos días después de su salida de tono, el joven escritor fue apaleado por lacayos del caballero, el cual, allí presente, exclamó: ¡No le golpeéis la cabeza! ¡A lo mejor todavía es capaz de soltar algo bueno!.

Aquella humillación, que no recibió muestra alguna de compasión por parte de sus amigos influyentes, entre los cuales se contaba el duque de Sully, en cuya casa cenaba aquella noche –Voltaire no pertenecía a su mundo–, le hizo sumirse en un estado de cólera silenciosa. Juró vengarse y matar a Rohan-Chabot. Incluso se instruyó en el manejo de la daga y de la espada con unos rufianes. El secretario de Estado, Maurepas, le hizo entonces encarcelar con el pretexto de protegerlo de Rohan. Voltaire fue liberado dos semanas más tarde a condición de que se exiliara.

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▲ Louis Bériot (París, 1939), en una imagen tomada de su página de Facebook
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Su primera estancia en Londres empezó bastante mal. Poseyendo una fortuna de nueve mil libras, obtenida tanto gracias a sus obras literarias como a su talento como especulador, se la había confiado a un banquero judío de la capital, un tal Mendès. Ese tipo perdió inmediatamente esa fortuna mediante operaciones dudosas y cerró la puerta con llave. Voltaire se enojó mucho, pero no lo persiguió; así daba a menudo pruebas de cierta indulgencia frente a aquellos que abusaban de su confianza.

Tuvo la suerte de ser acogido por un riquísimo mercader de especias a quien había conocido en París, Everard Fawkener, que lo introdujo en la buena sociedad londinense y lo presentó a la élite del mundo de las artes y las finanzas. Conoció, entre otros, a Alexander Pope, célebre poeta y escritor, quien sentía una admiración sin límites por Newton y por su principal discípulo, el científico Samuel Clarke, párroco de St. James. Entusiasmado por la erudición de este último, Voltaire se aventuró a afirmar:

–¡Clarke es seguramente más grande que Newton!

A lo que Pope replicó:

–Posiblemente sea cierto, pero es como si dijerais que uno juega mejor a pelota que el otro.

El poeta ironizó así sobre lo absurdo de aquella comparación y Voltaire admitió su equivocación.

Como no había oído más que elogios sobre Isaac Newton, al que muchos científicos europeos calificaban ya como el mayor filósofo de todos los tiempos, insistió a su médico personal, el doctor William Chedelsen, a quien había conocido en casa de Fawkener, para que le concertara una cita con él.

El médico alegó que su célebre paciente se encontraba muy enfermo y que temía lo peor para él. Newton estaba a punto de cumplir 85 años, no era de natural muy cordial y no estaba en absoluto dispuesto a recibir a un escritor del que nada había leído, y por añadidura francés. Sin embargo, seducido y hasta fascinado por el espíritu de Voltaire, por su curiosidad y su cultura impresionantes, William Chedelsen le prometió que intentaría organizar el encuentro.

Informó al sabio que el joven intelectual francés era ya famoso en toda Europa, que era rebelde al reino de Francia y que sus escritos, en especial su famoso poema La Henriada, a la gloria del rey Enrique IV, iban a traducirse en Inglaterra. Le contó también que, para su gran sorpresa, Voltaire había aprendido la lengua de Shakespeare en apenas seis meses y que desde entonces escribía normalmente en inglés. Newton comprendió que quizás podría utilizar la notoriedad de aquel fenómeno para divulgar su pensamiento en aquella parte de Europa en la que todavía reinaban, sin discusión, los dogmas de la Iglesia de Roma, hostil a cualquier idea nueva, a cualquier descubrimiento y a cualquier teoría que pudiera poner en cuestión la Biblia.

Se decidió que la reunión se celebraría en casa de Newton una mañana de invierno de 1727, en Kensington, en la casa de campo del sabio. Y tuvo un fuerte impacto en la vida del escritor francés.

Alexander Pope había pedido participar en la entrevista, lo cual no gustó demasiado a Voltaire, que habría preferido un auténtico tête-à-tête; pero no tuvo el coraje de rechazar a su amigo, ni tampoco a Jonathan Swift, el autor de Gulliver, al que llamaba el Rabelais de Inglaterra, que se unió al grupo. Con su novela satírica, Swift había sido acusado de mofarse de Newton, pero de manera errónea, y es por esta razón que quería conocerle y testimoniarle su admiración.