16 de mayo de 2020
• Número 152
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Viticultura y Covid-19
Martha Judith Sánchez Gómez Instituto de Investigaciones Sociales, UNAMMaría Brignardello Facultad de Ciencias Sociales, Universidad del Salvador
En las zonas de producción de vinos del Nuevo Mundo Vitivinícola, que buscan posicionarse en mercados altamente competitivos, se realizan una serie de actividades a lo largo del ciclo anual, con el objetivo de lograr uvas de calidad. Estas actividades requieren diferentes perfiles de trabajadores en momentos puntuales del ciclo anual.
Una de estas actividades se refiere a la práctica del injerto, que requiere la habilidad y conocimiento de los injertadores. Estos trabajadores realizan una labor especializada, temporal y que demanda un esfuerzo físico importante; trabajan en la tierra, a la intemperie y sujetos a las inclemencias del tiempo. Si el trabajo se realiza en vivero y no se realiza en mesa sino en el suelo conlleva también un fuerte desgaste físico. Para lograr buenos resultados, el injertador debe desarrollar una destreza que requiere acumular experiencia a lo largo de los años. Dicha destreza no es retribuida en términos económicos ni reconocida socialmente; así lo expresa la mujer de un injertador “ellos no tienen vacaciones, ellos no tienen nada, le digo yo. Por ahí son mal mirados, porque a lo mejor andan mal vestidos o que se yo”. El hijo de un injertador comenta: “Suele pasar que los dueños de fincas los traten como ignorantes y quieren pagarles menos”.
Dependiendo del país en donde se realice el injerto encontramos variantes en el perfil de los trabajadores, la forma de organizar del trabajo y la remuneración.
En las últimas décadas el injerto en Mendoza, principal provincia productora de uvas y vino de Argentina, ha servido al proceso de reconversión productiva. En dicho proceso, el cambio de la estructura varietal por variedades de alta calidad enológica, principalmente Malbec, es un componente fundamental.
Los inicios del trabajo del injerto se remontan a la llegada de un italiano al departamento de Rivadavia, quien enseña a los pobladores de la localidad Santa María de Oro. Actualmente, los habitantes de esa población tienen un gran prestigio y reconocimiento, llegándose a nombrar al lugar como “la cuna de los injertadores”.
El injerto es un trabajo que está caracterizado por la informalidad, no median contratos, ni entre el finquero que solicita la actividad, ni entre el cuadrillero injertador y sus obreros. La organización del trabajo implica una jerarquía ascendente con posibilidades de independizarse. En lo más alto de la jerarquía está el cuadrillero injertador, que percibe los mayores ingresos y que generalmente es un varón, son muy pocas las mujeres cuadrilleras. El prestigio acumulado por el trabajo bien realizado a lo largo de décadas le permite tener contratos en la temporada de injertos. Además de conseguir los contratos, el cuadrillero-injertador debe contar con recursos económicos suficientes para hacerse cargo de los gastos que este trabajo implica. Entre ellos, encontramos el transporte: si el lugar de trabajo no excede los 100 km., recoge a los obreros en sus hogares, concentrados espacialmente en Santa María. Si la distancia es mayor a 100 km el injertador cuadrillero se encarga, además del desplazamiento, de proveer alojamiento y alimento durante la estancia. Asimismo, debe responder por la calidad del trabajo realizado; en caso de no cumplir el porcentaje de prendimiento esperado, tiene implicaciones en el pago pactado.
Le siguen en jerarquía los ayudantes que tienen mayores responsabilidades e ingresos que los obreros. Sus tareas pueden ir desde el traslado y pago semanal de los trabajadores, la organización y supervisión del trabajo, hasta la elaboración de las comidas en caso de que se requiera. Generalmente, el ayudante del cuadrillero-injertador es un miembro de su grupo familiar, varones preferentemente, pero también mujeres o, en su defecto, algún trabajador de confianza. Finalmente, en la base, están los obreros, que realizan tanto el injerto como el atado, trabajando en parejas, y reciben un pago semanal. Con el tiempo los obreros pueden ascender a ayudantes y/o eventualmente independizarse y formar su propia cuadrilla, aunque es un proceso complicado porque deben competir en un mercado crecientemente saturado. En contextos de crisis disminuye la demanda de esta actividad, ya que es un trabajo que implica costos elevados para los productores.
Además de la informalidad del empleo, que conlleva vulnerabilidad económica y desprotección social, en el contexto de la pandemia del COVID-19 se potencializa la precariedad de estos trabajadores. En principio, las tareas agrícolas en Argentina formaron parte de las actividades exceptuadas a la cuarentena decretada por el gobierno nacional el día 20 de marzo. No obstante, en el trabajo del injerto no es posible guardar la distancia exigida por las políticas de distanciamiento social, ya que, como mencionamos, el injerto se realiza de a pares. Además, dentro de los riesgos para estos trabajadores está el transporte al lugar de trabajo: el cuadrillero suele contar con una sola camioneta, en la que viaja la mayor cantidad de trabajadores posible. Asimismo los lugares de alojamiento suelen ser comunes, precarios y en condiciones de hacinamiento.
En el trabajo de vivero los injertadores han visto modificada su rutina de trabajo: horarios escalonados para reducir las personas trabajando al mismo tiempo, utilización de barbijos y máscaras protectoras. No obstante, no se mencionan otras medidas señaladas en las Buenas Prácticas para la Producción Agropecuaria para el COVID-19, como el control de temperatura diario, acceso a elementos necesarios para la higiene personal, mayor desinfección del lugar de trabajo y de lugares comunes.
El prestigio que han ganado estos trabajadores los ha llevado a trabajar fuera de su región, incluso en países vecinos -Chile, Uruguay- y en países europeos. Esta movilidad si bien representa un complemento importante para sus ingresos, también conlleva vulnerabilidades relevantes como la temporalidad, la informalidad y las condiciones en que se ingresa en otros países. El cierre de fronteras y las restricciones a la movilidad son retos a los que ahora tendrán que enfrentarse. •
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