16 de mayo de 2020 • Número 152 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver
Escena durante la “gripe española”.
 

Editorial Fastidiar al coronavirus
Por una historia sobrenatural

No somos pura biología, somos sociedad.
1918. La prensa mundial y la epidemia de gripe.

España, 0ctubre 3, 1918. Se ha extendido hacia otros puntos de la península española la epidemia de gripe que afecta últimamente la región de Cataluña y de forma especial a la gran urbe de Barcelona. Alarmados ante el desarrollo de esta epidemia, que ya ha cobrado víctimas mortales, las autoridades han decidido adoptar urgentes medidas de carácter preventivo y paliativo. El Ayuntamiento ha aprobado un presupuesto especial y el claustro universitario ha declarado el cierre, por tiempo indefinido, de la Universidad.

Alemania, diciembre 31, 1918. Desde el mes de septiembre próximo pasado hasta la fecha, ya son 196,000 las víctimas mortales que ha cobrado la epidemia de gripe que se encarniza implacablemente sobre Alemania, sin que las medidas sanitarias que se habían adoptado hayan servido para detener la mortandad. En los Estados Unidos la situación también es gravísima, y las cifras de muertos a causa de la epidemia de gripe alcanzan la aterradora cantidad de medio millón. Es como si una ciudad de las proporciones de Barcelona hubiese sido aniquilada.

México, octubre 7, 1918. Se multiplican en Laredo los casos de influenza española, epidemia a la que hasta ahora se da este nombre y que causa numerosas víctimas. También en El Paso, Texas, y en Torreón hay un veinte por ciento de los habitantes enfermos.

México, octubre 9, 1918. Se ordena la cuarentena para el vapor Alfonso XII, que trae muchos enfermos de la influenza española. En un tramo inmediato al pueblo de La Piedad, están tirados como un rebaño, centenares de enfermos. En la Villa de Guadalupe hay 30 soldados atacados del mal. Los médicos no aciertan a definir de qué enfermedad se trata; las víctimas, antes de morir, arrojan sangre por la nariz y la boca. En la Comarca Lagunera mueren 300 personas en 48 horas y en Monterrey se calcula que hay 30 000 enfermos. En Ciudad Juárez el Hipódromo se ha convertido en lazareto y faltan médicos y medicinas…

Vendrán los virus, vendrán,
pero les haremos frente.

Entre 1918 y 1919 la influenza española infectó a 500 millones (un tercio de la humanidad) y mato a 50 millones, entre ellos el poeta Guillaume Apollinaire. También enfermaron, pero sobrevivieron, las escritoras Virginia Woolf y Katherine Ann Porter.

Traigo a colación estas notas porque documentan el pasmo con que se vivía en el momento una pandemia comparable a la nuestra; no los balances históricos o las reflexiones a toro pasado, sino las inmediatistas y crudas versiones periodísticas.

Y hago esto porque creo que necesitamos empezar a transitar de las muy pertinentes y necesarias consideraciones epidemiológicas, ambientales, económicas, sociológicas, políticas… que ponen filtros disciplinarios entre nosotros y lo que nos está ocurriendo, a reconocer también lo que tiene de inédito para las últimas generaciones el que Ramonet ha calificado de “hecho social total” y que yo llamaría experiencia desnuda planetaria. Porque en estos días todo se mueve y debieran moverse igualmente algunas convicciones.

La presente crisis biosocial se expande a través del orden civilizatorio que hemos construido. Y algunos pensamos que nos obligará a transformarlo profundamente, pues sus males -que ya eran conocidos- muestran toda su virulencia a la hora de hacer frente a la pandemia. La economía del lucro, la desigualdad y polarización social, los intensos flujos de la globalización, el ecocidio en curso, el racismo colonialista, el sexismo patriarcal y el autoritarismo político se desenmascaran como nunca y causan sufrimiento y muerte evitables.

Por ejemplo; es vergonzoso y aterrador que la mayor potencia del mundo esté gobernada por un hombre capaz de decir públicamente y como presidente peligrosas incoherencias como la siguiente: “Sabes, si mantuvieran a la gente por más tiempo con los cierres, también vas a perder a la gente de esa manera. Y ya lo has hecho, estoy seguro… Pero ante el abuso de las drogas y, según dicen, el suicidio, hay muchas cosas diferentes. Solo para que sepan, no hay gran forma de ganar, de un modo u otro… El hecho de que estamos dejando que las personas salgan y vayan a sus trabajos, es porque tienen que hacerlo. Y sí, es posible que haya algunos muertos”. Con la misma irresponsable ligereza el vicegobernador de Texas, dijo: “Los abuelos debieran sacrificarse y dejarse morir para salvar la economía”. Sin duda, en este mundo algo tiene que cambiar.

Sin embargo, hay que reconocer que en el principio no fue la economía, no fue la pobreza, no fue la batalla por los mercados, no fueron las guerras, no fueron las trasnacionales, no fue el cambio climático y el deterioro medioambiental, no fue el racismo, no fue el patriarcado… fue un pinche virus que ni siquiera está vivo. Como en el caso de los terremotos y los tsunamis, en el origen de la pandemia está la naturaleza.

Para los antiguos las pestes eran un castigo de los dioses, debido, quizá, a las infracciones por nosotros cometidas, pero decidido por ellos y originado en ellos. En cierto modo sigue siendo así; somos responsables del modo en que la pandemia se propaga y maneja, pero su fuente está fuera; en la otredad radical que para la sociedad (cualquier sociedad) es la naturaleza, la interna y la externa. Por eso, además de malestar social, hay angustia ontológica. La pandemia nos remite a nuestra finitud biológica. Y lo hace de manera dramática, pues la muerte -que a todos nos espera- en las pandemias nos busca, nos persigue, nos acosa… Y es selectiva, quiere sobre todo a los viejos y a los enfermos… me quiere a mí.

Hablemos a calzón quitado. Lo cierto es que un murciélago le pasó un virus a un pangolín y este a un humano que enfermó y contagió a otros. No es nada nuevo ni tiene que ver con la modernidad ni con el capitalismo: los virus zoonóticos llevan millones de años desafiando nuestras defensas.

Pero la naturaleza es sabia y este mutante se va contra los viejos y los enfermos, individuos débiles que la especie humana había acumulado en demasía y biológicamente eran un lastre. La humanidad saldrá del trance saneada y rejuvenecida. Podría decirse que la pandemia es una poda necesaria.

Pues no, porque sucede que los humanos ya no somos pura biología, somos sociedad, y no pensamos someternos así nomás a los crueles designios de madre natura, que para eso llevamos milenios tratando de domeñarla. Entonces nosotros, los humanos, nos empeñamos en defender a nuestros viejos y a nuestros enfermos fastidiando de esta manera al coronavirus y a su jefa la Pachamama. Y está bien, porque así nos afirmamos como humanidad, no contra la biología sino más allá de la biología.

La crisis de la modernidad y el legítimo rechazo a sus dislates tecnocientíficos, potenciados por la lógica del lucro y el mercado, nos estaba llevando a un ingenuo neonaturalismo pachamámico. La pandemia nos obliga a reconocer que los heroicos esfuerzos por contener y controlar a la naturaleza no son lastre sino aporte de la modernidad. No más hambrunas y pestes negras aniquiladoras por más que sean biológicamente racionales y necesarias. Nuestra historia ya no es historia natural sino sobrenatural, artificial, social… Vendrán los virus, vendrán, pero les haremos frente. •