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Disquero
Beethoven. Sonata 32
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▲ Mitsuko Uchida (Tokio, 1948), sobre estas líneas. Abajo, álbum Beethoven sonatas, de Daniel Barenboim, publicado en 1969.
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Periódico La Jornada
Sábado 16 de mayo de 2020, p. a12

Año Beethoven.

Las nuevas maneras de escuchar música ofrecen sorpresas tan gratas como la siguiente:

Al terminar un disco que habíamos seleccionado, el sistema Spotify pone a sonar un siguiente álbum de acuerdo con los algoritmos cuyas fuentes son los gustos del cuentahabiente. Un disco que uno no eligió pero que el sistema computacional está seguro nos va a encantar.

Comienza a sonar la Sonata 132 de Beethoven interpretada por Mitsuko Uchida.

Y al llegar al minuto seis del segundo movimiento…

¡Comenzamos a escuchar jazz!

¡Zambomba!

Sí, jazz.

Pero estábamos escuchando Beethoven.

¿Cómo fue posible eso?

De eso trata el Disquero de hoy. De la increíble y apasionante historia de cómo Ludwig van Beethoven anunció la existencia, dos siglos antes, de un género que ni por asomo imaginaba nadie en su época, siglo XVIII: el jazz.

Comencemos por el contexto.

Beethoven escribió 32 sonatas para piano. Ese conjunto de obras, aunado a sus nueve sinfonías, cinco conciertos para piano y orquesta y sus 16 cuartetos de cuerdas, constituyen los ciclos concéntricos de su genio, figura y legado.

Todo análisis de la obra de Beethoven pasa por ahí, por esos círculos concéntricos.

El más importante de ellos es el ciclo de sonatas para piano.

Las razones: ese artefacto, el piano, fue el compañero de vida de ese ser heroico, vulnerable, apasionado, invencible, solitario. De hecho, la obra que hoy nos ocupa, la Sonata 32, fue la última que escribió para ese instrumento.

Fue su despedida.

Vivió aún cuatro años más, pero lo dejó dicho todo en su última sonata, nuestra Sonata 32.

Si decimos Sonata Claro de Luna estamos diciendo Beethoven enamorado. Si decimos Sonata Patética, estamos diciendo Beethoven abstraído, filosófico, pensador; si decimos Sonata Appassionata, estamos diciendo Beethoven. Punto.

Beethoven prácticamente inventó el piano. Trabajó directamente con los constructores de esos artefactos como ningún otro músico lo ha hecho. El piano moderno debe su existencia al trabajo de escritura de Beethoven, quien a lo largo de sus 32 sonatas trazó tres periodos estilísticos y de pensamiento, y de paso perfeccionó el funcionamiento mecánico del piano, en equipo con los constructores de esos artefactos.

Su ejemplo es tan importante que uno de los más grandes intérpretes de su obra pianística, el argentino Daniel Barenboim, creó su propio piano, bautizado Barenboim, en 2015, en complicidad con el laudero belga Chris Maene, después de inspeccionar en Siena, Italia, el piano que perteneció a Franz Liszt (1811-1886), considerado el más grande pianista de la historia y el único que se atrevía a interpretar las sonatas de Beethoven, consideradas hasta entonces intocables por su elevado grado de dificultad.

A diferencia de los pianos modernos, cuyo encordado o arpa interior es cruzado, Liszt usaba un piano con cuerdas en paralelo, y eso hizo Barenboim.

Y ya que salió a colación Barenboim, volveremos a él, porque la magia de las nuevas formas de escuchar música nos depararon otra sorpresa, que develaremos párrafos más adelante.

Por lo pronto, retomemos nuestro hilo: la Sonata 132 es el opus 111 de los 139 que escribió Beethoven. En una página de esbozos, anota el especialista Jan Swafford, copió sujetos de fugas del Réquiem de Mozart y del temprano Cuarteto de cuerda en fa menor de Haydn. “La opus 111 es a la vez un regreso a los modelos, una consumación y un replanteamiento radical”.

La introducción, sigue Swafford, comienza con repiqueteantes y ambiguos acordes disminuidos (cuyo efecto recuerda la introducción de la Patética, 25 años de maduración y sufrimiento después) que dan paso a un lento y enmarañado trino, tras lo que irrumpe un tema en do menor rugiente e impetuoso.

La prosa de Jan Swafford: Arranca, se detiene, tartamudea, se apaga.

El primer movimiento de la Sonata 132 es un portento: allegro con brio ed appassionato. “El tempo es en todo momento cambiante, ralentizando, acelerando, dando bandazos. Es como una representación de lo turbulento, lo desarticulado, lo furioso: lo terrenal en su estado enloquecido y antiheroico”.

Con la Sonata 132, Beethoven deja atrás el talante heroico de sus partituras, para instalarse en el territorio de lo poético.

Llegó el momento culminante de este Disquero:

El segundo movimiento, Arietta: variaciones sobre un tema simple y profundo, un flujo ininterrumpido que aumenta gradualmente de velocidad hasta llegar en la tercera variación a una turbulenta jovialidad rítmica.

La segunda variación, anotan los musicólogos, mantiene el tempo precedente (L’istesso tempo) y el espíritu (dolce e sempre legato), pero la métrica del compás cambia a 6/16. Las duraciones de las notas del motivo original son menores, y el cambio de ritmo y la armonía utilizada anticipan al swing, y especialmente al jazz.

Eso dicen los analistas más rigurosos. Y eso es lo que escuchamos: jazz.

Y eso ya se sabía, pero prácticamente ningún pianista lo había puesto de manera tan evidente, cachonda, divertida, bailable como lo hace Mitsuko Uchida:

La aplicación Spotify permitió al Disquero hacer experimentos, combinaciones, repeticiones, para alcanzar el siguiente análisis:

Estamos en el segundo movimiento de la Sonata 32, Arietta: después de la introducción, introspectiva, meditativa, llegamos, gracias al contador de la pantalla en Spotify, al minuto 4:37 y justo ahí comienza la fiesta:

Inicia como un ragtime lento y al minuto 6:35 se convierte en un cakewalk y luego en un charleston y al minuto 7:07 es francamente jazz.

Maravilla.

Eso en la versión de Mitsuko Uchida.

Luego analizamos otras 15 versiones de la Sonata 132 para escribir este Disquero.

Un consenso entre musicólogos arroja un total de 13 pianistas como los mejores en Beethoven. Por supuesto, eso depende del gusto de cada quien. Por lo pronto, el Disquero escuchó la Sonata 32 con esos 13 gigantes, además de dos más de su preferencia: Glenn Gould y Fazil Say. Con los siguientes resultados:

En orden cronológico, desde el más antiguo: Artur Schnabel (1882-1951), quien fue el primero en grabar, en los años 30 del siglo XX, el ciclo entero de las 32 sonatas de Beethoven, suena por momentos a Conlon Nancarrow por la profusión de notas y alta velocidad.

Luego, Solomon Cutner (1902-1988), conocido como Solomon, suena bien británico; Wilhelm Kempff (1895-1991) es sin lugar a dudas el jefe de la tribu: su versión del jazzecito la baila con singular elegancia, prácticamente vemos sobre el piso de madera los vaporosos holanes de los vestidos de las damas. Delicia.

Otro Wilhelm, de apellido Backhaus (1884-1969), fue un alemán nazi cuya versión de la Sonata 32 es otra cátedra de baile; no es tan jazzístico como dancístico.

Aparece Friedrich Gulda (1930-2000), austriaco conocido como pianista de clásico y de jazz; su versión: sumamente expresiva, con peculiaridades en los acentos, tales, que nos hacen flotar.

El ucraniano Sviatoslav Richter (1915-1997) hace de la Sonata 32 un viaje ligero y veloz, pasión premeditada, y enseguida escuchamos la versión del italiano Maurizio Pollini (1942), cuya grabación de las últimas tres sonatas las revive ahora como la novedad discográfica del momento: Last Three Sonatas.

En orden cronológico, la cátedra magistral de Claudio Arrau ((1903-1991), estudioso a profundidad de cada página beethoveniana con todo y su contexto histórico, y luego Rudolf Serkin, coetáneo absoluto de Arrau (mismas fechas vitales comparten ambos: 1903-1991), también contextualiza la última triada de sonatas; luego Alfred Brendel (1931) y luego, otro gran descubrimiento: Daniel Barenboim, argentino, hace sonar la Arietta no como jazz sino ¡como tango!

Maravilla.

Además de su clase de tango, Daniel Barenboim pone la cereza en el pastel: su versión de la Sonata 32 es la quintaesencia de la poesía. Sublime.

Ahí está la Sonata 32, con todos estos intérpretes aquí estudiados, en Spotify (también está disponible en Apple Music, Deezer y otras aplicaciones). Queda usted invitada, hermosa lectora, amable lector, a disfrutar las versiones que elija para que lije la duela del salón de baile imaginario con ese pasaje jazzístico otrora inimaginable, del mismísimo Beethoven. ¿Bailamos?

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