a pandemia de Covid-19 ha puesto a prueba no sólo la capacidad de cada país para hacer frente a la crisis sanitaria y sus severas repercusiones económicas, el control del ritmo de los casos y el abatimiento del costo en los aparatos productivos, sino el modo específico para encarar el reto: imposición unilateral y menoscabo a la división de poderes o apelación a la cultura cívica de las personas y respeto al equilibrio de poderes. Para el pensamiento progresista universal es imperativo cerrar filas por la salud, con apoyo en las propias instituciones democráticas.
El valor superior tiene que ser defender la vida de cada ser humano en cualquier punto del orbe. Brindarle atención médica de calidad y con humanidad. Enseguida, mitigar el impacto en la economía internacional, nacional y familiar. Pero no podemos pasar por alto, en este proceso, la vigencia de las instituciones que han hecho posible la convivencia democrática en la diversidad, una conquista paulatina de sociedades cada vez más escolarizadas y ciudadanizadas, la disolución gradual de los regímenes autoritarios y la formación de gobiernos con vocación social, muchos en la vertiente de la socialdemocracia.
Cada país tendrá que cuidar, en medio de la pandemia y justamente para superarla, sus equilibrios y estado de derecho, procurar la sumatoria de esfuerzos de sus actores políticos en acuerdos que prioricen la vida y la salud de las personas, velar por la vigencia de su andamiaje institucional, comenzando por la preservación de su sistema de partidos políticos, ingrediente esencial de la renovación pacífica de los gobiernos, la democracia representativa y el equilibrio de los poderes.
El reto es universal. Nunca como ahora en la historia moderna, por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial, para algunos analistas, y la Gran Depresión derivada del crac de la bolsa de 1929, para otros, el mundo había enfrentado una crisis de esta magnitud, tocando ya los cinco continentes. El epicentro pasó de Asia a Europa, y ha transitado del viejo continente a América del Norte, y de ahí ha tocado también a América Latina. África y Oceanía ya han sido también alcanzados por esta ola incontenible. En el caso de África, la oficina regional de la OMS estima hasta 44 millones de afectados y 190 mil muertos durante el año, en caso de no observar las medidas de prevención.
Lo primero que tendríamos que decir, en efecto, es que esta vez, a diferencia de muchas otras crisis, el desafío es global y no privativo de regiones, sistemas o países. La pandemia de Covid-19, una verdadera peste del siglo XXI, un reto que no reconoce fronteras, ideologías ni grados de desarrollo. No hay tampoco defensas naturales de algunos individuos o razas, no hay inmunidad adquirida, pues se trata de un microorganismo desconocido, un virus nuevo en el cuerpo humano.
El impacto, sin embargo, ha sido diferenciado no sólo de individuo a individuo, sino también de país a país; China, Corea del Sur, España, Italia, Estados Unidos, Brasil o México, por citar unos casos, distinto por condiciones específicas de cada conglomerado social, la velocidad de reacción de los gobiernos, la fortaleza de sus instituciones, la organización y solidaridad de las sociedades, la infraestructura de salud y, sobre todo, la unidad nacional o la discordia entre sectores.
En el caso de México, la unidad y coordinación de todos los que tienen un mandato democrático, sus tres niveles de autoridad constitucional y sus grupos organizados, empresarios, clases medias y segmentos populares, es fundamental. Es la hora del continente americano, y México es uno de los puntos más sensibles por su extensa frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos, el país que hoy encabeza el número de contagios, con más de un millón 300 mil.
Es imperativo cerrar filas para que la espiral de contagios y muertes no ascienda desmesurada y aceleradamente en el país. Si se controla el ritmo, la infraestructura hospitalaria federal y estatal, pública y privada, no será desbordada y los pacientes podrán recibir una atención digna, sin el extremo de decidir quién sea atendido y quién sea ignorado, algo flagrantemente violatorio de los derechos humanos.
Pero lo más importante es el ánimo con que se encare el desafío: suma de esfuerzos, un solo bloque llamado México o dispersión de fuerzas y, peor aún, polarización de posturas, privilegiando los intereses políticos o personales de corto plazo: el lucro faccioso de la tragedia. Es el peor momento para demeritar a las instituciones que han sostenido el pacto federal, y el menos oportuno para un torneo de vencidas entre los actores políticos de las distintas ideologías.
Otro factor capital, en una estrategia de fondo, debe ser poner adelante a los que menos tienen, más allá de los programas sociales ordinarios establecidos: hasta ahora no hemos visto, como lo planteamos desde el principio, un programa específico de apoyo para las comunidades indígenas de México, ahí donde está la mayor vulnerabilidad sanitaria, económica y social.
*Presidente de la Fundación Colosio