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Mar de historias

Rosas de diamantina

A

viso: Debido a la emergencia sanitaria por la que atravesamos, este año no se llevará a cabo la tradicional celebración con motivo del Día de las Madres. A las muchas situaciones inéditas que estamos viviendo se suma otra: un l0 de mayo sin abrazos, festival escolar, fotografías, obsequios, ramos de flores.

La que considero una triste noticia me trajo de inmediato el recuerdo de mis días de escuela, en particular del mes de mayo. En el calendario estaba marcada en rojo una fecha que esperábamos con ansia porque iba a depararnos experiencias nuevas, sorpresas y emociones.

I

Los preparativos para celebrar el l0 de mayo comenzaban en abril con una serie de juntas extraordinarias encabezadas por la directora y a las que asistían los profesores con mayor experiencia en las aulas: Eva, Chonita, Celeste, Laura, Julio y Enrique.

Mientras ellos diseñaban el programa, integrado por bailables, cantos corales, lectura de poemas y composiciones alusivas a la importancia de la fecha, la disciplina abandonaba los salones. En el mío –como de seguro en los otros– volaban aviones de papel y recaditos, pese al riesgo de que Alfonso, el niño sabiondo dejado a cargo del grupo, apuntara nuestras indisciplinas en un cuaderno para luego mostrárselo a la profesora. Ella, después de leerlo cuidadosamente, aquilataba las faltas y decidía cuántos puntos restar a nuestras calificaciones. En pocos días nuestro fondo quedaba en ceros y entonces aparecía el peligro de reprobar.

Durante las reuniones en la dirección, otro asunto a debate consistía en decidir qué alumnos iban a participar en el festival, a sabiendas de que los elegidos pagarían su fugaz notoriedad convirtiéndose, durante algunas semanas, en blanco de envidias y burlas. Aunque era habitual que el festejo siempre quedara a cargo de los alumnos más distinguidos, a la hora del recreo, mientras dábamos vueltas por los patios, se oía, dicha con nerviosismo, la misma frase: ¿Crees que este año sí me vayan a escoger?

II

Cuando al fin pasaban al frente los elegidos –que entre otras ventajas tendrían la de poder abandonar el salón a media mañana para irse a los ensayos–, la maestra Eva les pedía que no dijeran a sus madres en qué iba a consistir su actuación. Conservando el secreto las sorprenderían mostrándoles sus habilidades como bailarines, declamadores, magos y poetas en el escenario.

Fascinada por el misterio, a juicio de la maestra Eva tampoco debíamos mencionar qué clase de manualidades estábamos haciendo para regalárselas a nuestras mamás en su día. Por lo general elaborábamos cosas pequeñas: alfileteros, mantelitos bordados, pañuelos con iniciales... El complemento de esos obsequios eran las tarjetas de felicitación. Sobre la cartulina blanca escribíamos las frases cariñosas para reiterar nuestro amor y devoción a la festejada: Mamá: siempre te amaré. Para la mejor madre del mundo. Estás en mi corazón. Al final decorábamos las tarjetas con hojas y flores. Aquellos dibujos, por torpes que fueran, adquirían un toque mágico cuando los iluminábamos con la maravillosa diamantina. Vives en mi corazón.

En los días que dedicábamos a hacer las manualidades, nuestro salón de clases se vestía de fiesta gracias a los papeles de colores, los retazos estampados, los carretes de espiguilla o de soutache, las madejas de hilo vela, los estambres. Al piso de madera carcomida inevitablemente caían lentejuelas y chispas de diamantina, de modo que al terminar nuestra labor veíamos el piso forrado por una ligera alfombra multicolor y brillante. Sueños.

III

Previo al l0 de mayo, teníamos ensayo general. Entonces, gracias a los bigotes y las barbas de algodón, los sombreros, las capas, los sables de madera, nuestros compañeros nos inspiraban admiración al verlos convertidos en héroes, reyes, líderes, guerreros, valientes capitanes.

Las niñas también sufríamos una notable transformación. Dejábamos de ser Lucha, la hija del carpintero; Mary, la hermana del plomero; Rocío, la prima del albañil, para convertirnos –bajo las pelucas, los maquillajes y los adornos de bisutería– en damas de una corte imaginaria, princesas de cuento, hadas de los bosques de Viena, lideresas, heroínas.

La noche anterior a la celebración: insomnio, dudas, temores. La mañana del día señalado: nerviosismo, inapetencia, olvidos, carreras y, por encima de todo, la felicidad de saber que íbamos a celebrar a nuestra mamá, a halagarla y a entregarle, junto con sus regalos, la tarjeta embellecida con rosas bañadas en diamantina que nunca se marchitan. Yo amo a mamá.