a verdad es que resulta injusto darle a España el derecho de autor por la famosa gripe que azotó buena parte del mundo entre 1918 y 1920. Al parecer, quien puede presumir de la autoría es Estados Unidos, mediante los soldados que mandaron a luchar contra el Káiser en los campos de Francia.
Dice el eminente historiador Borja de Riquer, de quien he tomado algunas ideas confiables, que fueron soldados portugueses quienes, al regresar triunfantes a su país, dejaron una buena siembra en Medina del Campo, al cambiar de tren para seguir a Lisboa. Por eso ahí fue donde se manifestó con mayor ahínco la enfermedad, antes de pasar principalmente a Madrid y otras ciudades que destacaban por su aglomeración y la ancestral falta de higiene.
Ahora bien, no se le dé el mérito solamente a la población pobre y hacinada: entonces como ahora las autoridades tuvieron gran injerencia. En el caso de la gripe de 1918, con la discreción que les caracteriza a veces (aunque se juegue con la vida de muchos) guardaron la reserva del caso para no suspender las fiestas de san Isidro, en las que, además de desfogarse la gente, hicieron como cada año pingüe negocio los comerciantes de postín.
Los retrasos en tomar medidas y la pésima infraestructura de salud pública que entonces tenían dieron lugar a la enorme mortandad.
Según dicen los expertos, las autoridades españolas de hoy, de la misma calaña que aquéllas, mantuvieron la secrecía hasta que fue imposible disimular, con el valor agregado de que el gobierno de toda España aprovechó para reprimir a quienes tienen el descaro de querer ser libres porque ya están hasta el gorro
de pertenecer a su… madre patria
.
Lo interesante y representativo del caso es que, poco más de 30 años antes de la mencionada gripe española, en lo que tales peninsulares
sí pueden presumir de haber ayudado sobremanera a su difusión (lo mismo que con esta gripita
de 2020, como la llama el neonazi Jair Bolsonaro) es en la pandemia de cólera de 1885. Las autoridades también aprovecharon el control policiaco que había de la prensa en aquel entonces, como sucede en buena medida también ahora, y pensaron que la población mejor no se enterara hasta que la presencia de la enfermedad se hiciese evidente por sí sola.
Quiero recordar, sólo para echar agua a mi molino, que el dicho cólera de 1918-1920 se sintió en Jalisco mucho menos que en otras partes de México y del mundo. Los maldicientes malinchistas, que no faltan, aseguran que ello se debió a que vivíamos alejados del mundo civilizado… Pero un jalisciense sabio de verdad, don Enrique Estrada Faudón (q.e.p.d.), tenía una teoría relacionada con los vientos y el Sol. Aunque cuando le hablé de que, para mí, el tequila con limón y unos cuantos granos de sal habían tenido mucho que ver, quizá también a causa de su racional tequilofilia, el maestro Estrada esgrimió a favor de mi hipótesis la vitamina C, abundante en el limón mexicano y, por supuesto, la cualidad vasodilatadora del destilado de agave azul.