or una de sus caras, la pandemia del Covid-19, como el dios Jano, desvela lo que no veíamos; por la otra vela lo que algunos gobiernos y empresarios no quieren que veamos. Globalizada por los portadores del virus a partir de la ciudad china de Wuhan y los medios de comunicación (redes incluidas), su impacto corrió paralelo a la nota roja. Los gobiernos de todo el mundo erigido, salvo excepciones, sobre las bases del capitalismo salvaje (apodado neoliberalismo), pronto supieron dos cosas: una, que la salud de una gran parte de la población y su sistema sanitario habían sido vulnerados por este sistema y que si no tomaban las medidas de prevención y atención al contagio se verían desbordados por la velocidad del mismo en su propagación, y dos, que si ello llegara a ocurrir su capacidad de gobernar podría morder el polvo.
Los gobiernos que se rezagaron en tomar las medidas de prevención y atención a los contagiados (Italia, España, Estados Unidos y Brasil) están siendo sometidos a una recia crítica. Otros, más conscientes de la dimensión del contagio, de su significado sanitario y social, como Suecia y los países del norte de Europa, así como China, Cuba y Vietnam, de régimen socialista, más preparados para enfrentar catástrofes naturales y de otra índole, no han visto fracturada su economía en el grado que otros y tendrán más posibilidades de sortear la cauda de males que dejará tras de sí la pandemia en curso.
A estas alturas ya se puede evaluar mejor la dimensión del Covid-19 en sus diversos aspectos. En primer lugar se sabe que su tasa de mortalidad no es como para haber hecho de su presencia el enorme despliegue informativo y de interpretaciones responsables y falsas (una gran porción de la pandemia ha estado a cargo de una legión de apocalípticos interesados en ocultar otras realidades) que produjeron un golpe multánimo de pánico, ansiedad y desesperación.
Entre ese abanico interpretativo se hallan las razones del porqué en unas naciones se ha podido combatir mejor que en otras al coronavirus (la propia China, Corea del Sur y Alemania). Pero el énfasis está puesto en las medidas oportunas y sanitarias. No en la calidad de vida, grado de funcionamiento institucional, cultura social y condiciones del medio ambiente, que es el caso de Suecia y en general de los países noreuropeos, donde la corrupción, si la hay, no alcanza los picos conocidos por nosotros (baste señalar el grave desfalco al IMSS) ni negocios cuya operación dañe la salud; en suma, donde la responsabilidad gubernamental, la de las empresas y la de los ciudadanos, que pagan puntualmente sus impuestos, conforman un trébol virtuoso.
En esos países, los niveles de empleo, salario, dieta alimenticia, espacio de vivienda, acceso a la educación, la cultura y el deporte, rubros que hablan de una riqueza social mejor distribuida y de unas autoridades responsables, no los hay en otros. En esas naciones la salud humana está concebida como una continuidad de la salud de la naturaleza. Un dato: Suecia dispone en su territorio de 70 por ciento de áreas verdes.
Diversos estudios se han hecho sobre la conexión entre la salud y la calidad del aire. La presencia de desechos tóxicos provenientes de industrias, que evaden el control institucional mediante actos corruptos, y los de animales y humanos, sobre todo en amplias zonas urbanas que carecen de servicios públicos primarios, contaminan la atmósfera que respiramos. El tercer lugar de causas de muerte, según la Organización Mundial de la Salud, lo ocupan las enfermedades de las vías respiratorias inferiores: (gripe, bronquitis aguda, bronquiolitis, neumonía: 3.46 millones de muertes al año). Estas causas de fallecimiento son, a su vez, efecto de esos desechos sobre los cuales no sólo no hay control, sino que se los propicia desde el gobierno, a título de dejar hacer, dejar pasar, concediendo permisos de fabricación o construcción y haciendo caso omiso a la emisión de gases y detritus tóxicos a cambio de sobornos.
El hábitat de la humanidad ha llegado a un punto crítico insoslayable. “Hemos tenido otras pandemias en los años recientes y se han lanzado advertencias de que algo muy grave podría ocurrir... los desastres naturales –pandemias, incendios, huracanes, inundaciones– van a continuar”, dice el sociólogo estadunidense Jeremy Rifkin. Algunos gobiernos y gobernantes así lo han entendido. En su documento reciente Algunas lecciones de la pandemia Covid-19, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido bastante claro: el modelo neoliberal sólo se orienta a procurar lo material, el mero crecimiento económico, sin importar el bienestar de la gente ni el daño que este proceder puede ocasionar al medio ambiente y a la salud de las personas.
Es hora de que las palabras contagien de su coherencia a los hechos.