Jueves 7 de mayo de 2020, p. 8
Irán. La pandemia del nuevo coronavirus ha traído de vuelta algo no visto en Irán desde la Revolución Islámica de 1979, un autocinema.
Condenado una vez por los revolucionarios por permitir demasiada privacidad a parejas jóvenes no casadas, un autocinema ahora opera desde un estacionamiento junto a la torre Milad, en Teherán, con una película que satisface las posturas de los intransigentes.
Empleados rocían desinfectante en los automóviles que se alinean cada noche en el lugar con boletos comprados en línea para la llamada máquina del cine y sintonizan la película en una estación de radio.
Con los estadios y los cines cerrados, esta proyección en un estacionamiento es la única película que puede verse en un ambiente comunal en medio de la crisis del virus en Irán, donde se han reportado más de 98 mil 600 casos y más de 6 mil 200 muertes, aunque expertos locales e internacionales reconocen que la cifra probablemente es mucho mayor.
Fue fascinante. Esta es la primera vez que esto ocurre, al menos para gente de mi edad
, dijo Behrouz Pournezam, de 36 años, quien vio la película con su esposa. Estamos aquí sobre todo por la emoción, para ser honestos. La película en sí no importaba tanto. No me importaba qué película era ni de qué género
.
La cinta que se exhibe, sin embargo, es Exodus, producida por una firma afiliada a la rígida Guardia Revolucionaria de Irán. El filme, del director Ebrahim Hatamikia, se enfoca en agricultores de algodón cuyos campos son destruidos por el agua salada traída por represas locales.
Los agricultores, liderados por un actor que parece la respuesta de la República Islámica al vaquero americano Sam Elliott, conduce sus tractores a Teherán para protestar ante el gobierno.
Existe un precedente para esta indignación. Irán había construido represas alrededor del país desde la revolución –especialmente bajo el gobierno intransigente del entonces presidente Mahmoud Ahmadinejad– que los ambientalistas señalaron por dañar ríos navegables y tierra de labranza.