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Nuevo modelo
D

esde diferentes ópticas se lanzan llamados a modificar la actitud presidencial para incluir, en su visión, actos y discurso, al conjunto de los mexicanos. Se parte de considerar, como cierta, que la existente narrativa es parcial, incompleta y hasta polarizante, situación harto complicada que en nada ayuda a la convivencia y sí tensiona el ambiente general. Se sostiene con vehemencia que va quedado fuera de la mirada gubernamental extensa parte de los ciudadanos. Y son, esos excluidos, precisamente aquellos que tienen y manifiestan posiciones divergentes de la oficial. No importa si el conjunto humano referenciado en el discurso y las acciones presidenciales sean, o no, efectivamente mayoría. Los urgidos llamados, expresados en el ámbito público, se sustentan en una concepción que abarque, sostienen enfáticos, a toda la población del país. Las minorías, por tanto, tienen que ser consideradas para dar debido sustento a la idea y práctica democrática. Aunque, en efecto, tales minorías hayan contado, de manera consistente y durante décadas, como objetivo primordial del excluyente modelo hasta hace poco vigente.

Los llamados no se detienen en buscar la inclusión, sino que parten de llevar consigo vetas de probada eficacia sobre la manera para conducir los asuntos públicos. En particular aquellos de carácter productivo, ya sea financieros, comerciales, industriales, tecnológicos y demás. Aunque también pretenden orientar los asuntos de naturaleza social, de justicia, seguridad o culturales incluso. Es decir, no sólo pretenden ser tomados en cuenta para todas las decisiones estratégicas, sino que éstas lleven impregnado el acostumbrado sello de la continuidad modélica. Llegado a este punto, los proponentes se adentran, con múltiples palancas argumentales, en la disputa por la conducción política de la nación en marcha.

El modelo que ampara las actuales decisiones públicas, fruto de la oferta masivamente votada, no es aceptado porque, según los críticos, no se hace extensivo para todos. Este reclamo subraya programas que alivien los efectos de la pandemia sobre aquellos mejor situados en la escalera económica, social y productiva. Se reconoce, no sin la mohína al calce, que hay razón de justicia en enfocar las baterías oficiales en los secularmente excluidos de todo alivio. Pero, de inmediato se solicita que el gobierno recurra a todos los medios disponibles para rescatar la estructura económica, ya muy afectada. Ello implica, tal como lo hace España que, hasta el momento, se endeudó hasta llegar a cifras superiores a 110 por ciento de su PIB. O el gobierno de Trump, que ha puesto en marcha cantidades fantásticas (3 billones de dólares) con cargo a la ciudadanía actual y futura. Y de similar manera se puede repasar la recurrencia al endeudamiento de la mayoría de las economías del mundo. La mexicana es, hoy por hoy, una honrosa excepción. El reto es y será, en efecto, grande e incierto.

Los proponentes de un cambio, además de no aceptar el nuevo modelo en legítima ejecución, lo desprecian, lo ridiculizan. No tiene pies ni cabeza, no hay estrategia, son recursos de poca monta los comprometidos, está equivocado, lleva al país al abismo y sutilezas condenatorias por el estilo. Los proponentes de la vuelta a lo básico –a sus trilladas concepciones acumuladoras y desiguales– desean, con inconfesable ardor, que la economía nacional se desbarranque hasta cifras inverosímiles (–30 por ciento del PIB y millones adicionales de pobres). El culpable, ya lo apuntan a toda voz, no será otro que AMLO. Y no sólo de eso será culpado, sino de propiciar también contagios y muertes al por mayor por su inconsistente actitud. Dejar la conducción del combate a la pandemia a una sola persona –puesta en picota diariamente– abre precipicio inevitable. La difusión de cualquier cifra es, de inmediato, atacada por inconsistente, incierta y hasta mentirosa. Ni siquiera el más que aceptable ritmo de atenciones, curaciones, contagios y hasta muertes les hace recapacitar. Prefieren voltear a escudriñar hacia otros países: Europa ha sido recurrente. Aunque sus cifras y proporciones digan otra cosa. O que se le prediga a España una caída de –9.25 por ciento del PIB, un desempleo de 19 por ciento o un déficit de 10.34 por ciento. El haber emprendido trabajos urgentes sobre un maltrecho sistema de salud, tras largos 40 años de cortapisas, latrocinios y ninguneos a su importancia, poco interesa a la mirada de los críticos. Hacerlo sería reconocer complicidades y evasiones al por mayor.

La tendencia privatizadora de la medicina mexicana cobra ahora su precio. Pero no cabe duda que, después de salir de esta crisis, se tendrá por delante una tarea de rescate obligado. Y se tendrá que llevar a cabo con recursos escasos y sobre la recurrente oposición de los intereses creados. Tal como se hará con los demás componentes del bienestar, la producción o la justicia. Ese es buena parte del nuevo cometido transformador.