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El mundo espiritual de Meredith Monk
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▲ Portada del álbum On Behalf of Nature , de Meredith Monk.
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▲ Portada del álbum Memory Game, de Meredith Monk.
 
Periódico La Jornada
Sábado 2 de mayo de 2020, p. a12

Mueve su voz como mueve su cuerpo. Si su mano izquierda ondea, suena un silbo de mirlo. Si su antebrazo repta por los túneles del aire, sus tríceps intersectan meandros de arco iris, sus muslos baten sus temblores como trinos de aves y su pecho emerge enhiesto rumbo al sol, y todo eso forma una sinfonía que ya no sale de garganta alguna, sino que es el alma la que está ahora en plena ebullición. Sonando.

El misterio de esta epifanía tiene nombre y apellido: Meredith Monk, compositora, cantante, bailarina, coreógrafa, cineasta. Pensadora de sonidos.

Nació en Nueva York el 20 de noviembre de 1942, descendiente de músicos. Abuelo violinista que emigró de Rusia y de alguno de los óleos monumentales de Chagall, madre cantante que desarrolló carrera fundacional en las estaciones de radio, donde la niña Meredith merodeaba, curiosa, bailoteando con cierta dificultad motriz.

El ojo izquierdo de la niña estaba fijo, hasta que un médico descubrió que tal peculiaridad impelía a Meredith a rangos diferentes en su percepción en segunda y tercera dimensiones y en la amplitud horizontal derecha-izquierda.

La madre cantante inscribió a su hija en una escuela de enseñanza musical mediante el cuerpo. Así, Meredith aprendió a cantar al mismo tiempo que a decantar su cuerpo. Fue una revelación, la primera, de una serie que no termina.

La música permite a su cuerpo funcionar, supo.

Por eso su voz se mueve como su cuerpo. Por eso danza y canta al mismo tiempo. Es la razón por la cual si su pierna izquierda se levanta, un sonido de niña aparece desde el fondo de su pecho mientras su brazo derecho toca su tobillo y el hemisferio cerebral correspondiente emite vibraciones que ondulan, levitan, alzan vuelo.

Sin estas consideraciones, Meredith Monk sería escuchada solamente como una virtuosa de la voz, emisora de sonidos insospechados, habilitadora de músicas insólitas.

El universo sonoro de Meredith Monk se expande. Por vez primera en su carrera de más de medio siglo se junta con otros músicos para encontrar nuevas maneras de percepción.

El resultado es el álbum Memory Game, novedad discográfica que ahora nos ocupa.

Se trata de una retrospectiva en asociación con el grupo de culto Bang on a Can, el más importante protagonista de la interpretación musical de lo que se escribe hoy día.

A sus espléndidos 77 años, Meredith delega: su notable Vocal Ensamble protagoniza la mayor parte de este material: nueve obras de distintas etapas creativas de Meredith Monk esplenden en balance espléndido entre instrumentos y vocales.

Hace unos pocos días, Eve Willis escribió, en una de las múltiples reseñas que ha despertado este disco espléndido, que la obra de este álbum que más la conmovió fue el track cuatro, que se inicia con sonidos como de canción de cuna: Memory Song: recuerdo el sabor de los hongos del campo / la luz de velas / el primer café de la mañana..., en un juego de espejos donde la memoria mimetiza los recuerdos en anhelos: la memoria que se activa en el aislamiento, como el que vivimos en el mundo de estos días de cuarentena. La memoria del cuerpo.

Hay que destacar que la obra, extensa, intensa, de Meredith Monk, es una música ágrafa. No existen partituras porque todo nace de la improvisación, del gesto volitivo, de la acción primordial. A eso debe su condición de ente que deambula entre lo sublime, lo ritualístico, lo etéreo. Lo esencial.

Este su nuevo disco nace, como la casi totalidad de su obra, de la escena. El título responde al nombre de una de sus obras recientes: The Games: A Science Fiction Opera. De ahí proviene Memory Song. Y de distintos momentos y distintos discos se originan obras que resultan nuevas, dada su intervención a cargo de los geniales integrantes de Bang on a Can, que establecen un sistema invisible de vasos comunicantes que conectan con los distintos meandros complementarios del universo de la música diferente, propositiva, excéntrica y entrañable, como por ejemplo los sonidos más atrevidos del Balanescu Quartet, ecos de los Cocteau Twins, arremangamientos rítmicos como la encantadora, irresistible versión del Tokyo Cha Cha, track siete de este disco que a su vez proviene de uno de los álbumes mejores de Meredith Monk: Turtle Dreams, en especial del hermoso Vals inicial.

La discografía de Meredith Monk es un océano de asombros. Puede escucharse en Spotify, Apple Music, Deezer y demás opciones digitales hoy día más en boga debido a cuarentena.

En 2002 grabó su hermoso disco Mercy. Poco tiempo después falleció su pareja, Mieke van Hoek, notable coreógrafa holandesa, a los 56 años. Cinco años después el duelo mudó del silencio a los sonidos. El concepto budista de la impermanencia o la transitoriedad de las cosas, la convicción de que nada es duradero en este plano terrenal condujo a Meredith Monk, practicante del budismo, a su nueva obra maestra, el disco Impermanence, bajo el sello discográfico de excelencia ECM.

En el track 5, Disequilibrium, el ensamblaje de voces logra sonidos nuevos. Deja de sonar a voz humana para emparentarse con lamentos de locomotora. O bien los sonidos parásitos que teje en el track anterior, Liminal, donde la voz de un bajo parece una máquina woofer, ese dispositivo electrónico diseñado para producir bajas frecuencias, pero en realidad es el pecho de uno de los camaradas de la flaca Monk, y el todo suena con el mismo efecto que produciría agitar con una pala gigantesca el fondo de un estanque. Así se expande desde las bocinas y así se expande en el cerebro del escucha.

Gemidos, pujidos, ayes, cantares, aleluyas. El proyecto artístico de Meredith Monk activa sonidos, manejos, prácticas musicales que suelen consistir en equivocaciones, pifias o materiales de desecho en el argot de otros cantantes. Craquidos, chasquidos, chisguetes, cliqueares, aullidos, ululares. Lo primitivo convertido en lo más elaborado, lo esencial en pantagruélico, lo mínimo en monumental, lo que era humano es ahora ave, lo no dicho ahora se expresa cabal, lo que no tenía palabras para definirse tiene ahora maneras elocuentes de expresar su metafísica de manera muy sencilla, elemental. Humana.

Antes de Memory Game, Meredith Monk grabó On Behalf of Nature, obra maestra de madurez creativa donde escuchamos voces sonando a colmena, zumbido de abejas, peces saltando desde al agua y regresando tras el chasquido de la onda que forman en el agua, murmullos, coro de monjes budistas con pausas marcadas con pujido de monje mayor, como en las ceremonias en el Tíbet y de repente el conjunto de voces se detiene, hace un silencio que dura microsegundos que dura eternidades, y escuchamos entonces un aleteo monumental de miles de aves que emprenden vuelo. Y regresan a la vida. Voces vivas. Espejos fractales, como esas entidades, los eones, como los gnósticos nombraban a cada uno de los seres eternos, emanados de la unidad divina, que colmaban el intervalo entre la divinidad y la materia, formando el mundo espiritual.

Bienvenidos al mundo de Meredith Monk.