Postneoliberalismo. Una Nación, tres economías (1/2)
s claro que el gobierno de la 4T no es anticapitalista pero sí antineoliberal. Su enfoque está en el capitalismo social impulsado con el New Deal (Nuevo Pacto) del presidente Roosvelt tras la gran depresión de 1929 y adoptado por Europa después de la segunda guerra mundial, aunque ahora sólo son baluartes del Estado de Bienestar los países de alto desarrollo como Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda o Suiza, países que en lo interno mantienen distancia con el neoliberalismo. China aplica hoy con éxito el modelo mexicano de economía mixta que los neoliberales tiraron a la basura.
Este modelo, el neoliberal, representa la fase de descomposición del capitalismo, la que destruye el Welfare State. Lo impuso el capital monopolista global para su expansión y poderío en los 70s-80s usando como ejecutores a los gobiernos de los países industrializados que a su vez lo impusieron a la periferia. Hoy, a cuatro décadas de distancia la idílica oferta de prosperidad en la aldea global ha resultado ser una pesadilla; el mundo pasó de la economía del bienestar al neoliberalismo del malestar, de los estados-nación a estados títere, de economías de mercado con desarrollo social a economías monopolizadas con regresión social. Es de este modelo del que la 4T busca distanciarse... pero entre decirlo y lograrlo hay una distancia enorme, y tal vez esta crisis en curso sea su última oportunidad para sentar las bases de la transformación posible.
De hecho, México apenas ha iniciado su distanciamiento del modelo neoliberal en cuatro frentes visibles: 1) la recuperación del Estado como garante y rector del orden y los derechos constitucionales, 2) un combate frontal a la corrupción dentro y fuera del gobierno, 3) una severa austeridad, y 4) la mitigación de la pobreza con programas y subsidios directos. Cuatro pasos enormes y trascendentales en un país como el nuestro pero que sólo tocan la punta del iceberg.
Los gobiernos neoliberales se esmeraron en meter a México en una camisa de fuerza y sumisión firmando el Consenso de Washington y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) así como tratados similares con Europa y otros países. Acuerdos todos ellos impulsados por el capitalismo global en su proyecto de control cuando el GATT-OMC dejó de ser funcional para eliminar aranceles y abrir fronteras, y el FMI-BM-OCDE para liberar los flujos de capitales e inversiones. El último regalo que nos dejó el gobierno anterior fue la firma del nuevo Tratado México - Estados Unidos - Canadá (TMEC), que tiene todos los vicios sofocantes del TLCAN y algunos nuevos, desafortunadamente contando con el aval del actual gobierno que, suponemos, participó buscando evitar concesiones extremas por parte de México y/o buscando mantener la estabilidad del país en el inicio de su política transformadora.
El hecho es que México es un país maniatado y con muy limitado margen de acción para romper el cerco neoliberal; está anclado en la maquila y no retiene valor agregado. No obstante, es posible enrutar la economía del país con una estrategia que permita avanzar en la transición sin una confrontación directa (de altísimo costo) con el capital global y el gobierno estadunidense, y que permita al mismo tiempo relanzar la economía interna con mayor crecimiento, mejor distribución, y ocupación plena.
Una Nación, tres economías, podría ser la idea conceptual (ya expuesta en lo esencial hace varios lustros en estas páginas) para estructurar la nueva estrategia. A diferencia de las naciones avanzadas, nuestro país al igual que muchas naciones rezagadas, tiene una economía segmentada que va desde amplios estratos en pobreza extrema y economías de subsistencia, hasta estratos corporativos de alta tecnificación.
La falacia madre del neoliberalismo ha sido precisamente dar un trato igual (poner en la misma canasta) a unidades micro, pequeñas, medianas, grandes y corporativos haciéndolas "competir" en un "mercado libre", con el obvio resultado de que las transnacionales se engulleron a las empresas locales, coparon su mercado y marginaron al resto. Esta estructura monopolística transnacional es hoy el mayor impedimento a nuestro desarrollo.
México no tiene muchas opciones para salir de la trampa neoliberal, pero sí vías para corregir sus efectos más perniciosos. A tal efecto, esta propuesta se centra en diferenciar tres segmentos económicos y aplicarles tratamientos distintos:
1. Un segmento global, que abarcaría a las empresas transnacionales y a las mexicanas con operaciones globales. Este segmento tendría amplias facilidades para operar hacia afuera, en el mercado internacional, como maquiladoras o no, pero acotadas hacia adentro por una legislación anti-trust (anti concentración), que limite según el caso su participación en el mercado interno y la compra de empresas locales a fin de abrirle mercado a la producción y desarrollo de empresas mexicanas con alta integración nacional.
2. Un segmento nacional de la economía, integrado por empresas mexicanas medianas y grandes enfocadas al mercado interno (y eventual exportación) con producción de alta calidad e integración nacional mínima del 80%. Estas serían la columna vertebral de la reindustrialización de México y la recuperación del sector servicios, cubriendo los espacios que abra el acotamiento a los oligopolios o semimonopolios actuales. Su reto está en impulsar una nueva generación de auténticos empresarios nacionales (no "empresarios" empleados de transnacionales) conscientes de que eficiencia y alto empleo pueden y deben convivir en la producción interna, y de que México requiere sanear su sector empresarial en términos éticos, ecológicos, laborales y de calidad en sus productos y servicios. Recuperar industrias perdidas y crear nuevas cadenas integradas de productos finales es su tarea, y la del Estado abrirles espacios y garantizarles un entorno de viabilidad. Las manufacturas y los servicios son aquí un mundo abierto para la inversión privada y el arraigo del valor agregado.
3. El segmento rezagado, el inmenso universo de personas y unidades en la marginalidad, abarcaría a la economía rural de menor tamaño y de subsistencia, a las empresas familiares, micro y pequeñas, y a la vasta economía informal que sea factible de formalización. Integrar a este segmento a la economía en plenitud de derechos y desarrollo de capacidades, con apoyos a la producción y aseguramiento de mercados y precios sería el principal objetivo social de la economía. Si ahora los subsidios a la pobreza son necesarios, el objetivo es irlos sustituyendo por capacidad efectiva de trabajo, ingreso y seguridad social. Para este segmento se requeriría un gran apoyo gubernamental para, con las comunidades, organizaciones o individuos, diseñar programas a su medida y ritmo para su desarrollo autónomo, viabilidad, integración, y superación social y productiva.
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