Opinión
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Saña y estupidez
U

n bicho microscópico que se destruye fácilmente en unos segundos con jabón, tiene paralizada a la mayor parte de la humanidad. Esta tragedia inacabable no es producto de una condena de la naturaleza, sino de la estupidez intrínseca de las relaciones capitalistas que rigen la existencia. Por su mandato, los humanos no pueden simplemente producir los bienes que resuelvan sus necesidades: la prevención frente a la enfermedad, o los instrumentos y medicamentos para atender a todos, por ejemplo. No, prevención, instrumentos y medicamentos son producidos si, y sólo si, permiten a unos pocos individuos acaparar ganancias dinerarias sin solución de continuidad, en este caso a costa de la salud de todos, y al precio de la muerte para cientos de miles.

Cuando hay una alteración aguda de la existencia como la vivida hoy por todo mundo, la idiotez de esas relaciones queda al desnudo en su brutal limitación para organizar la vida humana; y el Estado –desde donde es posible poner atención a problemas colectivos de alta complejidad–, antes radicalmente despreciado, es llamado a resolver lo que las relaciones capitalistas y el mercado no pueden resolver. El Estado puede unir la necesidad y el problema de todos y cada uno, con alguna solución. Aunque aún en este caso, los bienes necesarios también deben obsequiar ganancias dinerarias a capitalistas privados. Los humanos del futuro verán con ojos desorbitados tanta demencia, tanto disparate.

No hay en ello sólo estulticia, también hay saña descarnada vuelta parte central de lo normal. Por ejemplo, Standard and Poor’s, Moody’s y Fitch, calificadoras financieras, han decidido degradar la deuda emitida por México, un país con un Estado jibarizado, y más de 60 millones de pobres, y ahora debe pagar intereses más altos, porque ha afectado ¡el clima de negocios! y probablemente las decisiones del gobierno, en el marco de la pandemia, continuarán impactando la inversión privada en los años próximos. Las relaciones capitalistas, impotentes frente al virus, empujan al capital financiero internacional a castigar al gobierno, arrancando más ganancias a sus recursos limitados.

Unos jóvenes, como los del Circuito de Plata de la Liga Mx, no pueden sencillamente desear jugar futbol y organizar sus competencias. No, esos jóvenes aspiran a ganar altos ingresos como atletas de alto rendimiento y volverse consumistas de alto nivel. Pero han sido frustrados por la decisión de Enrique Bonilla, titular de la liga, de cancelar durante cinco años ascensos y descensos entre divisiones, con la finalidad de consolidar proyectos estables que den ¡certidumbre a los inversionistas!. Las relaciones capitalistas hunden lo que sea –la vida misma– para obtener ganancias: la ley de la selva mercantil.

La tragedia capitalista llamada pandemia resulta de la degradación atroz de la vida de los humanos a partir de la institucionalización de la globalización neoliberal en los años 70 del pasado siglo. Ganó, como expresión que resumía las bases de la nueva normalidad, la sigla thatcheriana TINA (there is no alternative): no hay alternativa al capitalismo, al mercado, a la privatización de instituciones públicas, a la desregulación de las operaciones financieras, a la globalización financierizada, al aplastamiento de los salarios, a la supresión de derechos sociales, a la eliminación del Estado de bienestar, al encogimiento extremo de las instituciones públicas. Es hora de sacudirnos esta ideología de saqueo que infestó al mundo en beneficio desorbitado del 1%.

Las manifestaciones de protesta por la situación vivida en todas partes habían comenzado a crecer por el orbe, aunque mayormente identificadas como problemas locales. No obstante, también se inició una globalización de los motivos de la ira social. Ha sido el caso de la gigantesca cri­sis ecológica capitalista; es el caso de las mareas feministas, del desprestigio de la política liberal, del descrédito del autoritarismo, del repudio a la corrupción, de la desigualdad imparable.

En México, la exigua calidad humana de los beneficiarios del neoliberalismo, se expresa hoy en el uso criminal de la pandemia para intentar deslegitimar al presidente más legítimo que haya tenido este país desde el gobierno de Lázaro Cárdenas. No escatiman en el empleo bajuno de la mentira para intentar descarrilar el empeño minucioso de la autoridad sanitaria por mantener acotada la epidemia, a efecto de que los mexicanos no veamos rebasados los magros recursos de salud que dejó el neoliberalismo ejercido hasta la barbarie por los gobiernos de De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, con el apoyo de sus empleados de tantos medios escritos y electrónicos. Se han vuelto golpistas activos y nadie perteneciente a los nadies, a los excluidos de siempre, debiera perderlos de vista. Quieren el retorno cabal del mundo ­neoliberal.

Cada vez es más claro: es necesaria la radicalización de los movimientos sociales en favor de un mundo nuevo.