ivimos tiempos de angustia e incertidumbre. La barbarie del capitalismo neoliberal se nos revela en toda su esencia. Las consecuencias de poner al capital por encima de la vida hoy quedan a la vista.
Hoy también padecemos la sobreinformación, el ruido y la intensificación de la guerra mediática. Hipótesis que antes nos hubieran parecido absurdas, hoy se confirman. Los análisis de prospectiva se modifican constantemente. Un tímido consenso asoma en el nubarrón: nada volverá a ser igual.
Los gobiernos de todo el mundo se evidencian insuficientes ante la emergencia. Estados Unidos, centro del imperialismo, se convierte también en el centro de la tragedia y, como en el pasado, sus gobernantes, llenos de soberbia, apuestan por la guerra contra Venezuela. Cuba, siempre Cuba, ratifica su solidaridad con los pueblos del mundo y envía a cientos de médicos a donde sea necesario. El mensaje es potente: la salud nunca debió ser negocio.
La emergencia mundial ocasionada por el Covid-19 también ha propiciado, entre otras cosas, interesantes y arriesgados análisis. Algunos proponen el fin del neoliberalismo y el retorno al Estado Benefactor
. Otros sugieren el fin del imperialismo encabezado por Estados Unidos y el ascenso de la hegemonía global de China. Demandas como la Renta Básica Universal
, la nacionalización de hospitales o la suspensión de la deuda externa de las naciones ganan simpatías.
La pandemia actual está inserta en una crisis mayor que se transparenta y agudiza. Esa crisis, nombrada de diversas formas –civilizatoria, multidimensional, sistémica– está hecha de muchas crisis. Destaca la económica, que es mundial y que ya estaba en curso, como alertó Alejando Nadal antes de su partida. También están la crisis ecológica o ecocidio y sus efectos ya observables y medibles contra formas de vida humana y no humana y la crisis de la democracia liberal que ha posibilitado que lleguen al gobierno expresiones neofascistas que son la negación misma de la democracia. Igualmente, se observa la crisis de los Estados-nación, ya sea por su negativa a reconocer el derecho al autogobierno de los pueblos originarios o, bien, por ceder ante las corporaciones y otros poderes fácticos. Asimismo, destaca lo que don Pablo González Casanova llama la crisis de las soluciones a la crisis
y que hace referencia al agotamiento de antiguas salidas, como la guerra, no porque no sea opción para la élite mundial, sino por la capacidad de destrucción que se tiene y que hace revivir la hipótesis de la destrucción mutua asegurada.
Para el caso de México, la pandemia llegó en un contexto marcado por la violencia del crimen organizado y sus interacciones con distintos sectores del Estado. Esta violencia criminal estatal tiene como consecuencia altas tasas de asesinatos y desaparición de personas. La violencia focalizada contra quienes ejercen el periodismo, que defienden el territorio u otros derechos humanos es igualmente constante. También está la emergencia por la violencia contra las mujeres y su expresión más terrible, los feminicidios. Esta violencia, cómo han indicado las especialistas –y la realidad lo confirma–, continúa y se multiplica durante esta cuarentena.
A nuestros infortunios hay que sumar la emergencia migratoria que en México se había intentado contener con políticas antinmigrantes que hoy tienen a miles de personas recluidas en verdaderas cárceles. Por último, y no menos importante, está la crisis económica que ya venía y que se profundizará por la caída de los precios del petróleo, por la baja de ingresos provenientes del turismo y las remesas, y también por el alto obligado en sectores como la industria automotriz.
Todo lo anterior sucede, a la par, en un contexto de disputa donde fuerzas conservadoras como el Consejo Coordinador Empresarial o los gobernadores de Nuevo León y Jalisco, aprovechan la emergencia para presionar y defender sus intereses de clase.
Como en el pasado, los populismos de derecha –con su fascismo, xenofobia y su selección natural
disfrazada de “venganza de la naturaleza– y los populismos de izquierda
–con su capitalismo nacionalista y Estado de Bienestar
, con su hegemonía
que pretende anular a las resistencias, y con su extractivismo en nombre del progreso y el desarrollo– se presentan como alternativas
para darle nuevos aires a un capitalismo que ni la humanidad ni el planeta aguantan más.
Nuestra normalidad era ya una crisis a la que no podemos regresar. En el corto y mediano plazos la situación se dibuja peor. Pero, como decía Benjamin, no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria
. Hoy es preciso volver a pensar en utopías realizables y concretas, sin capitalismo ni patriarcado, con respeto y reconocimiento de las diferencias, internacionalista, con fuerte conciencia y prácticas ecológicas, y con mucho énfasis en los cuidados, en lo común y en la comunidad. La senda está marcada. Hay que mirar el horizonte.
*Sociólogo-UNAM
Twitter: @cancerbero_mx