19 de abril de 2020 • Número 151 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Salud rural y COVID


Cucapas de Baja California.

América Latina Es momento de recuperar el sentido de lo comunitario

Milton Gabriel Hernández García

¡Quédate en casa!
¡Asï jama Ueakuni!
En lengua purépecha.
¡Quédate en casa!
¡Gi nth´ui ka ng´!
En lengua otomí.

No es la primera vez que los pueblos originarios de América Latina enfrentan una amenaza de grandes dimensiones como las epidemias y las pandemias. La historia de su conquista y colonización está atravesada por ello. Sin embargo, las condiciones específicas en que librarán esta batalla son diferentes, pues están profundamente condicionadas por el desarrollo desigual del capitalismo a escala global y por las diferentes expresiones estatales del modelo neoliberal que han profundizado en las pasadas cuatro décadas el empobrecimiento, la marginalidad, el despojo de tierras y territorios, la pérdida de autosuficiencia y soberanía alimentaria, así como la multiplicación de comorbilidades que han precarizado sus condiciones de salud.

En Latinoamérica, el modelo hegemónico ha convertido a los pueblos indígenas en la periferia de la periferia y desde esa posición librarán la batalla contra el COVID-19. En esta guerra asimétrica, la comunidad y lo comunitario vuelven a ser la trinchera desde la que fraguan las acciones de contención, defensa y autopreservación. En algunos casos, en articulación con el Estado, en otras, al margen de la estatalidad.

Las señales de alarma están encendidas. No son pocas las voces que han insistido en que los efectos de la pandemia en América Latina son concomitantes a las contradicciones étnicas, de género y de clase. Hace unos días, el Mecanismo de Expertos de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (MEDPI) señaló que serán ellos quienes “sufrirán de manera desproporcionada” los impactos del COVID-19, principalmente debido a la precariedad en que ya vivían desde antes del inicio de la crisis sanitaria. Precariedad de hondas raíces históricas. Esta instancia de la ONU fue más allá al señalar que la vulnerabilidad se entronizará con mayor intensidad entre aquellos individuos, comunidades y pueblos indígenas que por diferentes circunstancias se encuentran lejos de la comunidad, ya sean migrantes en las periferias urbanas empobrecidas y refugiados o desplazados internos por la violencia. Igualmente grave es en estos momentos la condición de los pueblos amazónicos que viven en aislamiento voluntario o la de aquellos que, habiendo establecido contacto con la sociedad regional y el Estado, han decidido aislarse nuevamente para resguardar su salud.

Por su parte, el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el Caribe (FILAC) señaló que frente al COVID-19, América Latina presenta “un reto adicional a encarar, pues gran parte de los habitantes viven en condiciones de vulnerabilidad extrema, incluyendo principalmente a los Pueblos indígenas. Condiciones que se traducen en altas tasas de desnutrición, inaccesibilidad a servicios de salud, precariedad de infraestructura y baja visibilización”. A escala latinoamericana, identifica cuatro vulnerabilidades que afectan directamente a los pueblos originarios: a) los que se encuentran en aislamiento voluntario cuentan con sistemas inmunológicos mucho más fragilizados frente a agentes patógenos externos; b) los que habitan en centros urbanos suelen estar ubicados en barrios marginales, sin acceso a servicios básicos de agua o alcantarillado; c) muchos pueblos indígenas perdieron o debilitaron sus sistemas de vida originarios, cambiando sus patrones alimentarios, lo que derivó en un cambio de sus perfiles epidemiológicos y la aparición de nuevas enfermedades como la diabetes, presión alta, disfunciones gástricas, cáncer, entre otras y d) en muchas regiones del continente, principalmente en tierras bajas, está enfrentando una fuerte epidemia de dengue y malaria, lo que ya de por sí afecta a las comunidades indígenas.

Es cierto que las vulnerabilidades son muchas y se han acumulado a lo largo de la historia, pero frente a la amenaza potencialmente devastadora, los pueblos originarios están ensayando o redescubriendo experiencias organizativas para preservar la vida, colocando en el centro la reproducción de lo comunitario como espacio de refugio y protección. En este contexto, las formas propias de organización social, la agricultura familiar, los saberes ancestrales y el control territorial están jugando un papel fundamental en la capacidad de autocuidado colectivo. Por ejemplo, en Colombia, donde el Sistema de Monitorio Territorial de la Organización Nacional Indígena ha denunciado que el 67% de los territorios indígenas no cuenta con servicios médicos del Estado y el 90% no cuenta con agua potable, muchas comunidades indígenas amazónicas y no amazónicas han decidido adoptar la política de aislamiento voluntario o resguardo territorial, sin embargo, solo el 30% de ellas cuentan con alimentos suficientes para resistir esta etapa que no se sabe con certeza cuánto durará.

Una importante experiencia de organización socio-territorial para proteger a las comunidades es la de las 127 autoridades tradicionales del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que el pasado 17 de marzo se declararon en “Minga permanente de Protección de la vida, la salud y el buen vivir en los territorios indígenas del Departamento del Cauca, a través de los sistemas propios”. Esta acción colectiva implica no solo intensificar la vida espiritual de las comunidades, sino también los procesos de control territorial, prohibiendo la entrada de visitantes con cualquier tipo de fin, tanto a los espacios turísticos, como a los productivos y sagrados. Las estructuras propias de esta organización se declararon en emergencia cultural, territorial, económica y de salud. Cada autoridad tradicional debe coordinarse con su comunidad para definir mecanismos que regulen la entrada y la salida de los comuneros, evitando salidas innecesarias de su territorio. También se plantearon la necesidad de “mantener y ampliar la economía propia, basada en la producción local, la recuperación de prácticas productivas y alimentarias ancestrales”.

Cuatro vulnerabilidades afectan directamente a los pueblos originarios:

a) los que se encuentran en aislamiento voluntario tienen sistemas inmunológicos fragilizados frente a agentes patógenos externos;

b) los que viven en centros urbanos suelen habitar barrios marginales, sin servicios de agua o alcantarillado;

c) muchos pueblos indígenas cambiaron sus patrones alimentarios, lo que propició la aparición de enfermedades como diabetes, hipertensión y disfunciones gástricas, entre otras, y

d) en muchas regiones, principalmente en tierras bajas, está enfrentando una fuerte epidemia de dengue y malaria.

En México, numerosos han sido los pueblos y comunidades que se han organizado para hacer frente a la pandemia, tomando como referente las medidas generales dictadas por la federación, pero haciendo uso al mismo tiempo de su derecho a la libre determinación y autonomía En Sonora, el 18 de marzo, los seris o comca´ac, a través de sus autoridades tradicionales, dieron a conocer en redes sociales que los habitantes indígenas de este pueblo no podrían salir de su territorio ejidal y comunal mientras dure la contingencia. Además, se anunció que a partir de ese momento ningún externo (cocsar o mestizo) podría entrar. Para ello se instalaron destacamentos de la Guardia Tradicional en la entrada de las dos comunidades seris, Punta Chueca y Desemboque. Las medidas implican la suspensión del turismo y de la venta de productos marinos. El Gobernador Tradicional estableció medidas sumamente estrictas pues sabe que la población comca´ac tiene un importante riesgo, ya que un alto porcentaje padece diabetes e hipertensión. Además de estas acciones, “estamos quemando salvia y realizando cantos para ahuyentar al virus. Para comer, estamos retrocediendo al pasado, estamos recolectando frutos del desierto y pescando en el mar para la autosubsistencia”.

Para los pueblos indígenas, quedarse en casa es quedarse en la comunidad. La casa se extiende más allá de cuatro paredes, es la red de relaciones que han tejido en la urdimbre de la vida cotidiana, de la familia extensa, de los cargos comunitarios. Quedarse en casa significa hacer guardia en un retén para bloquear el paso a los fuereños, yendo más allá de las recomendaciones de las autoridades sanitarias. Me parece claro que, en estos momentos, los pueblos indígenas están tomando estas medidas no contra el Estado, sino porque tienen claro que si el COVID-19 los alcanza, las posibilidades de enfrentarlo son mucho más adversas a las que tienen quienes viven en las ciudades, que mal que bien, tienen mayor acceso al sistema público de salud y a la infraestructura hospitalaria que durante décadas socavó el orden corrupto y neoliberal. Ese que dejó al país sembrado con más de 300 hospitales fantasma, aunque cínicamente inaugurados por el gobernador o el presidente en turno. Es por ello que el desafío es inconmensurable y los pueblos indígenas lo enfrentan con lo que tienen y siempre han tenido a la mano: la vida comunitaria. •