19 de abril de 2020
• Número 151
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Salud rural y COVID
Jaime Simón Cortés Corman
En el altavoz de las cabeceras municipales de la Costa Chica, en el estado de Guerrero, se escuchan algunas de las recomendaciones sanitarias de la contingencia por el COVID-19: 1) no salir de casa, 2) lavarse bien las manos, 3) mantener una distancia de metro y medio entre una persona y otra, 4) no salir a la calle, salvo que sea necesario, 5) no llevar a cabo misas, confirmaciones, primeras comuniones y bodas, 6) no reunirse en la plaza central, 7) prohibido ir a los espacios públicos como las canchas de basquetbol para realizar ejercicio o algún deporte, 8) que las familias no acudan a arroyos o ríos, 9) no llevar a cabo fiestas infantiles, ni reuniones en casas particulares y 10) mantenerse atentos a cambios por el avance de la contingencia.
Es el mensaje que la presidencia municipal paga para que sea transmitido a la gente una vez comenzando la jornada de trabajo; se anuncia en castellano y en lengua ñomndaa.
Algunas personas lo toman en serio, otras no tanto. Curiosamente, una propaganda impresa con “Medidas para prevenir el Coronavirus” llega a las rancherías donde la gente, sobre todo las señoras y señores mayores monolingües, no saben leer. También hay un retén “sanitario” en la entrada de alguna cabecera municipal, pero que no funciona. Dicen que “es para la foto que le sirve a la autoridad municipal de que algo se hace”. Así son las medidas que se toman por el COVID-19.
Las restricciones de esta contingencia sanitaria llegan hasta en los lugares alejados de la gran urbe, pues ya en varias comunidades de la Costa Chica guerrerense se implementa cerrar entradas y salidas con horarios específicos. Por ejemplo, una comunidad perteneciente al municipio de Ometepec ha anunciado a través del perifoneo que “como la gente no entiende”, bloqueará los accesos durante toda la noche, o sea, de 9 pm a 6 am del día siguiente. Sin mayor protocolo de revisión, simplemente tomando medidas de ese calado sin ton ni son. La medida se replica en San Marcos y Marquelia.
Otro fenómeno que se mira es el regreso de los paisanos, la población migrante que sale para conseguir trabajo y una “mejor vida”. Quienes regresan de los Estados Unidos, debido a la contingencia han tomado un “descanso forzado” y otros han sido despedidos de sus trabajos. Por esta situación también se han restringido los accesos a las comunidades, porque alguien puede ser portador y trasmitir el coronavirus.
La “Semana mayor” o Semana Santa cambió sus habituales dinámicas de celebración, pues se prohibieron las representaciones o expresiones que involucran dicha celebración. En algunos lugares, han hecho procesiones extrañas, como una el párroco de una iglesia que, en una camioneta (algo lujosa) llevó el Cristo por las calles de la comunidad. La gente sentada en sillas o hamacas afuera de su casa mira el acontecimiento. En otras partes, sin actividad alguna en las calles, vía streaming se transmitió en vivo una misa en jueves santo. A pesar de las dificultades del internet, la gente se las arregló para no perder la tradición religiosa. “Nada más falta que el padrecito envíe las motomandado para recoger la limosna casa por casa”, dice un habitante con esa forma jocosa característica del costeño.
“¿Qué es el coronavirus? Hasta las ardillas tienen esa enfermedad, pero nosotros no nos comemos ese tipo de animal”, bromea un maestro rural del medio indígena que vive la cuarentena desde su casa y sin labor alguna que tenga contacto con el seguimiento de sus actividades por parte de la escuela de la comunidad, que se encuentra a 30 minutos en transporte colectivo.
“No sé si aprovechar este tiempo –la contingencia- para ir a mi terreno y chaponar” (preparar la tierra para la siembra de maíz), dice el profesor. “Eso es algo que no nos afecta, por lo menos los que estamos aquí. Tenemos otras preocupaciones, por ejemplo, comer o no morir en el intento”, relata de manera jocosa un maestro jubilado que se ha dedicado por décadas a la milpa.
A pesar de las limitaciones en el equipo y el personal, el sector salud público funciona en las cabeceras municipales; sin embargo, esto no pasa con las casas de salud construidas por autoridades municipales sin algún plan; algunos de estos espacios no tienen personal ni funcionan. Organizaciones civiles dedicadas a la salud con perspectiva de género, como la Casa de Salud de la Mujer Indígena “Manos Unidas”, que trabaja con parteras y promotoras de salud de la región, suspendieron sus actividades dada la contingencia.
Las reuniones en los núcleos agrarios han sido suspendidas; prácticamente la región de la Costa Chica ha parado sus actividades en sus reuniones agrarias para dirimir problemas o cuestiones que competen al sector. Al parecer, los conflictos de décadas por delimitación o por titulación también tendrán que posponerse. ¿Será así? ¿La pandemia también frenará la otra pandemia de la desigualdad, la pobreza y la disputa territorial? ¿O la agudizará? ¿Qué pasarán con los problemas agrarios de décadas?
Los problemas en las zonas rurales no paran, si acaso se reconfiguran pero siguen. Las dinámicas no pueden frenarse, algunas sí, pero no todas; no puede suspenderse la vida cotidiana de lugares donde la gente sobrevive con dificultad. •
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