19 de abril de 2020
• Número 151
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Editorial
Vaya que vivimos tiempos axiales, liminares, ruptúricos: apenas en mi anterior editorial daba fe de la celebrable fractura ontológica que representa el nuevo movimiento de las mujeres y treinta días después tengo que dar fe del ominoso quiebre de los tiempos que representa la pandemia del Covid-19. ¿Y luego, qué?
Desde el siglo VI la gente asoció la peste negra con el martirio de San Sebastián: las flechas eran el mal y en el santo que milagrosamente se sobreponía a ellas estaba la salvación. Desde entonces, cuando nos sentimos amenazados buscamos nuestro sansebastián: nuestra estampita; nuestra tranquilizadora explicación y nuestro santo remedio. Y así lo hago yo, recurriendo a un texto que escribí hace catorce años sobre la dimensión sanitaria de la que he llamado la Gran Crisis, que en la nueva emergencia me sigue pareciendo válido.
Después de analizar las dimensiones medioambiental, energética, alimentaria, económica, migratoria y política del colapso civilizatorio, decía en El hombre de hierro sobre la crisis sanitaria:
“El problema generado en 2009 a raíz de la pandemia de influenza AH1N1, provocado por un virus mutante no pasó a mayores. Pero lo cierto es que el peligro de una crisis mundial de salud está latente. En una sociedad globalizada, resulta una mezcla explosiva la combinación de enfermedades cada vez más rápidamente dispersadas por millones de viajeros y una medicina que casi en todas partes se privatiza excluyendo a las mayorías de la debida atención… Hay, pues, un alto riesgo de que se repitan crisis sanitarias globales como la gripe asiática de 1957 que mató a cuatro millones de personas, o la gripe de Hong Kong que entre 1968 y 1970 dejó cerca de dos millones de víctimas, pero ahora agravado por el efecto empobrecedor de la crisis económica que favorece las enfermedades; por un cambio climático propiciador de pandemias y por una agricultura y una ganadería industriales que producen alimentos contaminados y de mala calidad. Además de que la avicultura y porcicultura intensivas, creadoras de lo que algunos llaman `monstruos metabólicos´, parecen estar asociadas a la aparición de virus mutantes. Según un estudio del Centro de Investigaciones Pew, `el continuo reciclaje de virus en grandes manadas o rebaños incrementará las oportunidades de generación de virus nuevos, por mutación o recombinación, que podrían propiciar una transmisión de humano a humano´. Epítome de nuestro fracaso civilizatorio en el ámbito de la salud…” Bla, bla, bla…
Lo bueno de tener nuestros sansebastianes es que tranquilizan: lo que pasa no es nada nuevo, estaba previsto, ya lo sabíamos, se los dijimos…; lo malo es que planchan, pasteurizan, normalizan un acontecimiento radicalmente disruptivo que nos tiene a todos encerrados viendo cómo se acaba el mundo. El problema de estas retóricas no es que sean falsas, sino que dan viejas respuestas a preguntas recién nacidas.
¿Recuerdan el chiste del niño que, para el examen de zoología, solo había preparado el tema de la lombriz, y cuando le preguntan por el elefante responde impertérrito: `El elefante es un animal grande y gris cuya colita asemeja una lombriz…´ Y se arranca: `Porque la lombriz…´? Pues así hacemos nosotros.
Dice el calificado economista: la recesión económica ya la habíamos pronosticado, la pandemia no es más que un acelerador…. Sostiene el actualizado politólogo: “La pandemia es parte de la mueva biopolítica que es la necropolítica, los gobiernos la exageran para justificar la profundización del autoritarismo…” Afirma el filósofo esclarecido: “Es una forma de prolongar el `permanente estado de excepción´, ya lo decía Benjamín…” Proclama el comunalista profundo: “La pandemia se origina en la globalización salvaje, de modo que su salida está en lo local, en las autonomías, en los Caracoles…” Anuncia el ambientalista pachamámico: “La madre naturaleza nos pasa la factura, tanto habíamos degradado el entorno del murcielaguito que…” Pontifica el marxista: “La pandemia oculta problemas estructurales como la explotación, pobreza y la exclusión, que matan más que el virus…”. Proponen los pactistas: “La pandemia crea las condiciones para un gran acuerdo nacional en el que, ahora sí, se nos escuche a todos…” Convoca el izquierdista radical: “Hay que transformar a la pandemia en un llamado a la revolución, el capitalismo está tocado de muerte, este es el momento de…”.
El reflejo reduccionista de los expertos es entendible y aceptable pues somos gente de buena fe que trata de decir la verdad -la verdad de cada quien- aunque no toda la verdad ni la más urgente a la hora de la verdad.
Otros, en cambio, son aves carroñeras que ven en la pandemia una oportunidad para sacar adelante sus deleznables objetivos: el PAN y el PRI salen de sus tumbas e instrumentalizan a los muertos; el Consejo Coordinador Empresarial y la Confederación Patronal exigen ruinosos megafobaproas (salvemos la economía y ésta goteara sobre la salud) y demandan la renuncia del presidente de la República… Y para lograrlo difunden falsedades: no se tomaron medidas desde el principio y por eso se propagó la pandemia, si cierras las fronteras el virus no entra, no se quieren aplicar pruebas rápidas para así ocultar los datos, se le vendieron nuestros tapabocas a China y por eso no se recomiendan…
Frente al griterío de los restauradores, que se montan en la emergencia sanitaria para tratar de regresarnos al pasado, López Obrador reafirma tercamente su proyecto: una Cuarta Transformación cuyos ejes estratégicos no cambian por efecto de la pandemia, como la mortífera influenza española no modificó los programas de los principales actores de la revolución de 1910.
Tiene razón Andrés Manuel: para enfrentar la crisis sanitaria y la económica que seguirá, hay que poner primero a los pobres, hay que proteger el empleo y el ingreso, hay que garantizar el acceso universal a los servicios… nunca más socializar las pérdidas mientras se privatizan las ganancias.
Y para esto habrá que seguir apoyando a 22 millones de personas en extrema pobreza, otorgar 2.2 millones de créditos a minis, pequeñas y medianas empresas; apresurar obras de infraestructura como la refinería y el ferrocarril transístmico que darán trabajo directamente a 100 mil e indirectamente a 250 mil; generar este año 2 millones de nuevos empleos; bajar el precio de los combustibles; acelerar la devolución del IVA; transparentar y movilizar los recursos que los fideicomisos… Todo sin aumentar impuestos ni contraer más deuda (¿se podrá?).
“No es tiempo de ocurrencias”, ha dicho López Obrador. Y, en efecto, no lo es; el diagnostico de los problemas estructurales del país no varía por la pandemia y la estrategia general para superarlos es la misma… Pero, fuera de eso, la crisis biosocial planetaria lo mueve todo; habrá que redistribuir recursos y ajustar las prioridades, será necesario revisar los tiempos y los ritmos, se cerrarán “ventanas de oportunidad” y se abrirán nuevas…
Hay que salir del neoliberalismo, esto no cambia; pero, así como no salías igual en la primera década del siglo XXI y con viento de cola (como lo intentaron en el Cono Sur de nuestramérica) que como tratabas de salir en la segunda década y con viento en contra (como nos tocó a nosotros), tampoco será igual el tránsito después de la pandemia que el tránsito antes de ella. Hay una 4T pre COVID-19 y una 4T post COVID-19, y no entenderlo así puede hacer más difíciles las cosas.
Pongo un par de ejemplos: De por sí éramos un país de pobres, pero el COVID-19 nos hará retroceder diez o más años en ese terreno ¿Necesitaremos otra década para regresar a la situación que teníamos al empezar 2020? ¿Hay una vía más corta? Sacar a alguien de la pobreza cuesta y tarda, pero de un día para otro una emergencia sanitaria, un sinestro natural o una recesión económica lo regresa a la situación anterior ¿No podríamos diseñar una prosperidad más resiliente a las crisis?
Pienso en los caficultores mexicanos. Un pequeño productor con café de exportación que vivía dignamente de una pequeña huerta y nada más, se va a arruinar ahora que por la crisis caigan los precios internacionales del aromático que es un bien de consumo suntuario al que le pegan fuerte las recesiones. En cambio, un caficultor que en su huerta también tiene frutales y quizá algunos apiarios, que cultiva una milpa de auto consumo y que dispone de un traspatio con hortalizas, gallinas y a lo mejor un par de puercos, perderá ingresos con la desvalorización temporal del café, pero podrá seguir adelante. El segundo es resiliente, el primero no.
No es receta, pero sí un modelo replicable y escalable. Un paradigma que vale para una familia, una comunidad y un país…
Regreso a la pandemia: nunca nos había pasado algo así, nadie de quienes hoy vivimos había tenido una experiencia semejante; enfrentamos la catástrofe biosocial del siglo y quizá de varios siglos: más global que las guerras mundiales, más ubicua que la gran depresión, más retadora que el neoliberalismo… Y de ésta saldremos cambiados.
Así lo entendía Jules Michelet, que en el estremecimiento de la peste negra descubría el génesis del aquelarre liberador. En su acercamiento al tema, el historiador no buscaba causas, culpables, curación… sino el nacimiento de una nueva subjetividad postapocalíptica. En La bruja, libro de 1872, señala que el aquelarre es mencionado por primera vez en 1353, y concluye sobre ese primer registro:
“¿Qué más natural? La peste negra arrasa el globo y `mata a un tercio de sus habitantes´. El Papa es degradado, los señores, batidos, prisioneros, sacan su rescate del pobre siervo y se le quedan hasta la camisa. Comienza la gran convulsión del tiempo seguida de la guerra de los siervos, la jacquerie… Se llega a tal grado de furor que se baila…”.
Bailemos, pues. •
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