19 de abril de 2020
• Número 151
• Suplemento Informativo de La Jornada
• Directora General: Carmen Lira Saade
• Director Fundador: Carlos Payán Velver
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Salud rural y COVID
Beatriz Lucía Cano Sánchez DEH-INA
En estos días, México y el mundo afrontan una grave crisis sanitaria por la emergencia de la enfermedad infecciosa COVID-19, declarada pandemia por la Organización Mundial de Salud desde el pasado 11 de marzo. No es la primera vez que el mundo afronta una situación sanitaria de este tipo.
Aunque diversos analistas han mencionado que la propagación de la enfermedad es consecuencia de la globalización, lo cierto es que la historia muestra que enfermedades como el cólera o la influenza han tenido un alto impacto a nivel planetario. Una de las pandemias más estudiadas por los historiadores es la influenza de 1918, que, según algunas estimaciones, mató a más de 40 millones de personas en el mundo. En México, los primeros casos de influenza se identificaron en abril de 1918 en el Cuartel de Zapadores y en la Escuela del Estado Mayor Presidencial, lo que obligó al Consejo Superior de Salubridad a ordenar que los enfermos fueran separados y los dormitorios se desinfectaran para evitar nuevos brotes. Aunque en ese momento se logró actuar con eficacia, no sucedió lo mismo en octubre de ese mismo año, cuando la cantidad de enfermos sobrepasó la capacidad de atención médica.
Ante las noticias que mostraban que en Estados Unidos existía una gran mortandad a causa de la enfermedad, en un primer momento las autoridades mexicanas cerraron la frontera con la intención de evitar que la enfermedad llegara a suelo mexicano, pero ésta se reabrió al poco tiempo, debido a la presión de diversos sectores económicos, tanto mexicanos como estadounidenses, que alegaban que la economía sufriría un fuerte colapso. La aparición de casos en Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila hicieron que el Consejo Superior de Salubridad recomendara establecer cordones sanitarios y otras disposiciones complementarias como el cierre de escuelas, templos, teatros y, en general, de cualquier centro de reunión, pues se tenía la esperanza de que al evitar el contacto disminuiría el riesgo de contagio. Pese a estas previsiones, la influenza continuó con su avance por el país. La información de periódicos de la época mostraba que el número de infectados aumentaba día a día, además de que la mortalidad era altísima en estados como Chihuahua, Coahuila, Guanajuato, Querétaro y Puebla.
Como no se tenía una noción clara de las razones que causaban la enfermedad, se decía que ésta se propagaba a causa de las condiciones de suciedad que se podían encontrar, por ejemplo, en mercados y calles de las ciudades, así como por la falta de educación de la población masculina que escupía en todas partes y por las vendedoras de alimentos que no los preparaban de forma higiénica.
A través de los artículos de la prensa, se puede constatar que la problemática se tornó grave por la falta de médicos y de medicinas, lo cual ocasionó que se produjera un alto número de defunciones, al grado que se denunciaba que existía una gran cantidad de muertos que no se pudieron sepultar por falta de espacio en los panteones. Aunque las autoridades, tanto sanitarias como políticas, buscaron implementar medidas para mitigar la problemática, la realidad es que México, al igual que otros países del mundo, carecía de la capacidad para atender una enfermedad que rebasó los esfuerzos del personal médico.
Resulta interesante mencionar que, tanto en el pasado como en el presente, el ingenio popular ha tomado a la enfermedad como objeto de diversión. Ante lo irremediable, es preferible reír antes que llorar por la muerte. Así como en las redes sociales circula un meme que dice que el coronavirus no iba a durar porque fue hecho en China, en 1918 se recurría a las caricaturas para mofarse de una enfermedad que se había adueñado de la vida de las personas.
Una caricatura publicada el 2 de noviembre de 1918 en La Prensa mostraba a un hombre que le preguntaba a la portera de una vecindad por uno de los inquilinos. La señora respondía que el aludido bajaba en esos momentos la escalera; el inquilino bajaba en un féretro acompañado de su viuda llorosa.
Los médicos también fueron objeto de la sorna popular, circunstancia explicable por el hecho de que no lograban encontrar la cura para sus enfermos. Así, en una caricatura publicada en El ABC ilustrado del 31 de octubre de 1918, se presentaba la conversación de un médico y un enfermero. El primero inquiría acerca de la evolución de los enfermos de influenza, el enfermero respondía que habían muerto nueve. El médico mostraba su sorpresa, pues alegaba que había dejado medicina para diez enfermos, y el enfermero respondía que “uno de ellos no quiso tomarla”. Este chiste aludía a la escasa confianza en los médicos; al grado que se pensaba que sus medicinas mataban más rápido a los pacientes. La desconfianza también se plasmó en la tradición musical. El corrido llamado “el dotor” narraba el fallecimiento de don Chon, el sepulturero del lugar, a causa de una “peste” desconocida. Como un médico ordenó que los enterraran en un hoyo muy profundo, los encargados de hacer la tarea, Nabor y Canuto, llevaron el cuerpo al panteón, pero cuando lo depositaron en la fosa, don Chon se incorporó y les pidió que no lo enterraran vivo. La respuesta de Nabor resaltaba lo ingeniosa que podía resultar la imaginación, pues le dice a Canuto
échele tierra, compadre,
ese ya se petatió
dijo el dotor que está muerto
y pues pa’ eso estudió
a poco el muerto tarugo
va a saber más que el dotor
La situación descrita en el corrido fue real, pues se cuenta con testimonios que indican que muchos muertos, a las pocas horas “resucitaban”, lo cual ocasionaba graves problemas pues se pensaba que el fallecido había revivido por influencia del demonio. Ante la falta de medicinas, muchas veces ocasionada por los abusos de los boticarios, la población inventó algunos remedios que, se aseguraba, aminoraban los mortíferos efectos de la enfermedad. Así, por ejemplo, se aconsejaba tomar tequila o aguardiente con limón como preventivo, también se llegó a decir que poner algunos naipes en la cabeza podían ser efectivo, aunque el remedio más utilizado fue el té de canela. Tanta confianza se le tenía que hasta mereció una zarzuela, escrita por D. Uranga, en la que se aconsejaba emplearla pues
La canela te cura al momento
Y si crees
Que la influenza te da
Toma al punto canela y te juro
(que te curará)
Tanto las caricaturas como las canciones evidenciaban los sentimientos de desesperanza, desolación y temor ante la muerte, pero al mismo tiempo la sociedad se daba la oportunidad de reírse de su desgracia. El estudio de las enfermedades, desde el ámbito histórico, resulta una excelente oportunidad para mostrar cómo las sociedades del pasado las afrontaron, cuáles fueron los procedimientos que aplicaron para su curación y los imaginarios que se construyeron respecto a ellas. •
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