19 de abril de 2020 • Número 151 • Suplemento Informativo de La Jornada • Directora General: Carmen Lira Saade • Director Fundador: Carlos Payán Velver

Salud rural y COVID


Servicios de salud ineficientes para las comunidades originarias.

Baja California Enfermedades crónico-degenerativas, adicciones y ahora el COVID-19…

Gilberto González Arce

Desde pequeño tuve la fortuna de escuchar las pláticas de mi tata Teófilo y mi bisabuela Teodora Cuero (madre e hijo) sobre los remedios del monte que usaban para curar sus malestares. Lo bueno que era tomar una tasita de té todas las noches, las diferentes plantas que se podrían combinar y aquellas que tenían que usarse con precaución aunque también en esas conversaciones cotidianas se hacía referencia a los medicamentos que les recetaba el médico cuando acudían a su cita, en la ciudad de Ensenada. Los recuerdos de esas pláticas me llevan a reflexionar sobre los cambios en los determinantes de la salud en cada comunidad nativa de Baja California y en las necesidades de salubridad de los integrantes de las comunidades originarias, una situación no ajena al resto de los pueblos y comunidades indígenas en el territorio Mexicano.

Diabetes mellitus, hipertensión arterial, obesidad, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, anemia, asma, cardiomegalia, hipertiroidismo, hipotiroidismo, tuberculosis, cáncer, trastornos de salud mental, depresión, ansiedad, esquizofrenia, demencia y estrés postraumático son algunas de las enfermedades con mayor prevalencia en edad adulta en las diferentes comunidades. Estas patologías médicas que predominan en la población indígena son crónico- degenerativas y producen discapacidades permanentes, como ceguera y amputación de miembros inferiores. Para dar atención a estos padecimientos, las personas esperan que los servicios de salud lleguen a sus localidades una vez por semana, aunque también existen comunidades en las que no existe un espacio donde se dé la atención médica necesaria, como Juntas de Nejí, comunidad kumiay y Santa Catarina, localidad pa ipai. En general, la disposición de los servicios de salud en las comunidades originarias es ineficiente; de las siete comunidades con asentamiento humano sólo la comunidad El Mayor Indígena Cucapa, en el municipio de Mexicali, cuenta con un módulo permanente del Instituto Mexicano del Seguro Social. Cuando no se cuenta con los servicios de salud, la población indígena se traslada a las zonas urbanas más cercanas, arriesgándose a que no alcancen cupo para recibir la atención requerida, pues no se toma en consideración los kilómetros recorridos para recibir los tratamientos necesarios, por lo que se ven obligados a buscar consultorios privados, gastando el poco recurso económico con el que cuentan.

Aunque las enfermedades anteriormente mencionadas son menos frecuentes en adolescentes y jóvenes, las juventudes indígenas son parte de las estadísticas nacionales de drogadicción y alcoholismo. El consumo de estas sustancias ha puesto en riesgo el desarrollo comunitario, cultural y la vida de cada integrante de las comunidades, provocando así un deterioro de la salud mental de los consumidores que, como bien es conocido, afecta a toda la familia, desde el ámbito de salud hasta la economía de cada integrante. “Cómo podemos enseñar a las nuevas generaciones si están perdidas en las drogas”, se pregunta una mujer kumiay desesperada por la situación actual de la lengua materna que está en peligro de desaparición, otro grave problema aunado a la situación de la adicción en los jóvenes. No obstante, es importante mencionar que la situación no es general en toda la población juvenil, aunque es cierto que la prevalencia es alta.

Ante este difícil panorama en cuanto a la salud, es importante mencionar el estrés generado por el COVID-19/SARS-CoV-2. Para dar atención a esta pandemia, el gobierno mexicano ha puesto en marcha algunas medidas, como el Quédate en casa y el guardar distancia, a través del el personaje Susana Distancia, pero la información no ha llegado del todo a las comunidades, de manera que aún se puede sentir la normalidad de la vida cotidiana. Lo único que cambió fue la vida escolar, a raíz de que se decretó el receso a nivel nacional. Otras medidas como el lavado de manos se ha hecho más frecuente. Algunos compañeros y familias han dejado de ver la televisión, por el estrés que les provoca ver que cada día se acercan más los casos a sus territorios; otros tantos comentan que prenden sus televisores para estar informados: “No está de más, afortunadamente no estamos enfermos, si no imagina qué vamos hacer, los doctores vienen solo un día por semana y a veces tardan mucho más […] Afortunadamente todos aquí estamos bien, tratamos nuestras enfermedades con puras hierbas” menciona Armando González Cuero, miembro de la comunidad indígena La Huerta.

En otras comunidades más cercanas a las zonas turísticas como San Antonio Nécua y San José de la Zorra, aledañas al Valle de Guadalupe en el municipio de Ensenada, se han tomado medidas precautorias como el cierre de entradas y salidas a turistas, visitantes y habitantes hasta nuevo aviso, acciones que podrán ser la diferencia en los números de contagios en nuestras comunidades, pues la preocupación más grande actualmente es quién entra a las comunidades. El turismo es uno de los principales generadores de este estrés, así como aquellas personas que huyen de la ciudad tratando de mitigar el impacto psicológico de la cuarentena y deciden ir a las zonas rurales como alternativa viable para los citadinos. Algunos indígenas que vivimos en la ciudad de Ensenada hemos regresado a nuestras comunidades para resguardarnos de esta pandemia que cada vez está más cerca de las zonas rurales, donde no se siente como tal la cuarentena, pues hay tanto que hacer en la primavera y los colores y los ruidos de la naturaleza cautivan.

Antes del COVID-19, las comunidades indígenas ubicadas en este territorio hoy llamado Baja California disfrutaban de sus territorios sin preocupación, pero la época misional, la urbanización y cosmovisiones distintas cambiaron los determinantes en la salud de nuestra gente. Se enfrentaron a nuevas enfermedades de las cuales resistieron con el conocimiento de las plantas, pero en la actualidad las enfermedades emergentes deberán de ser asistidas y tratadas con medidas precautorias y tratamientos adecuados, mientras que las enfermedades crónico-degenerativas deben ser tratadas de manera digna con suficientes insumos y profesionales de la salud. Esta es una deuda histórica que se tiene en general con las comunidades indígenas de México y en particular con las de Baja California, por tantos años invisibilizadas y dejadas en el olvido. •


El consumo de sustancias ha puesto en riesgo el desarrollo comunitario, cultural y la vida de cada integrante de las comunidades, provocando así un deterioro de la salud mental de los consumidores que, como bien es conocido, afecta a toda la familia, desde el ámbito de salud hasta la economía de cada integrante.