iempos de pandemia, juegos de poder y éxtasis opositor. Exquisitamente puntuales, llegan a la cita para tratar de disputarle, al ganador, el poder político. Se alebrestan sin reconocer que perdieron la batalla central. No obstante, continúan en el pleito, ahora abierto y hasta llegar al límite de la resistencia de sus contendientes. El aparato completo de convencimiento difusivo, que tantos resultados y beneficios les dio durante los pasados 40 años, saca rudas fuerzas de flaqueza. Se lanza, como un solo combatiente, a la temporada de caza que, asumen, es la mayor, la ideal por definitoria. La bifurcada crisis, viral y económica, ha sido aceptada como campo para la confrontación actual. El gobierno y su líder –asumen casi con fruición– han sido golpeados en su frontispicio por su propias contrahechuras. Listan una larga serie de achicamientos y confusiones conceptuales, decisiones mal concebidas, fincadas en datos endebles y peor ensambladas. Acusan al Presidente de continuas arrogancias matizadas de fanatismo. Trágicos olvidos de fundamentales actores socio-económicos, según sus aventurados cálculos. Se aumentará la recesión en puerta y de ello bien se sabe quién será el culpable. Se le podrá derrotar en 2021, sostienen con seguridades sacadas de encuestas recientes y lecturas varias de publicaciones en inglés.
El coraje se ha trasmutado en forzado deleite, pues otean una hora propicia para la revancha. El KO en las urnas no deja de corroer sus entrañas, la respetabilidad y el hueco en sus amplios bolsillos. Más todavía cuando el tiempo pasa y el gobierno asienta sus reales y avanza. Los opinadores cotidianos –en apeñuscada bola– gotean bilis en sus sentidas predicciones de catástrofes venideras. Algunos han llegado a reflejar, en su propia morfología y en rasposos escritos, cambios notables donde mezclan regocijo crujiente adosado con desprecio y buena dosis de rencor. La opinocracia se levanta con argumentos que siempre parten de una rampante incomprensión de la intencionalidad y el cálculo de las políticas seguidas por la actual administración federal. Han azuzado a su permanente, ralo, sumiso pero bien armado auditorio, a tal punto que, esta singular región poblacional, siente que la hora de deponer a su ninguneado vencedor ha llegado. Y, sin respeto, lo califican de necio pues, a su entender, lleva atada consigo la debacle. La irónica respuesta del líder empresarial del CCE de aconsejar a sus alebrestados compañeros, para que, primero, aseguren 30 millones de votantes, no les hizo mella. Estos empresarios jaliscienses creen, de veras y sin farolazo tequilero de por medio, que la mayoría de los mexicanos pasan por similar pesadumbre: atisban que el campo ha sido arruinado y la ira que los incendia se extendió por contagio.
Al gobierno, aseguran sus guías mediáticos, le siguen sorrajando frases ocurrentes: imaginación fracasada, sin sentido de realidad. Se regodean en sus latigazos de plumero: ideologización del mundo y endurecida cláusula intelectual. Todo ello para afirmar, sin rastro de equivoco, que AMLO se aleja de la realidad y se aferra a sus prejuicios. Y todo esto porque no acepta seguir, como ya la larga, perversa y soberbia rutina de obsecuentes gobiernos pasados, de correr en auxilio de las empresas demandantes y las usuales complicidades. Estos politiqueros empresariales, tipo Coparmex, que siempre echan por delante a las pymes pero que, en la rebatiña de haberes y canonjías, se quedan con la mayor tajada del botín. Nunca ha sido diferente el proceso. Pero esta vez se les fustigó con dureza: primero los pobres y después lo mismo. Ninguna pérdida de realidad asoma en la ambición igualitaria del cambio en marcha. Confundir deseos, rutinas de mando adosadas a los traficantes de influencia, con tan presumida pérdida de realidad, no es otra que la santificada narrativa de los centros hegemónicos de poder. Esa que ahora fluye por el acosado mundo pandémico gritando conocer, de cierto y de primera mano, que los desobedientes quedarán fuera del huacal moderno y racional: el venidero mundo poscoronavirus. Lo propuesto por el Presidente, afirman, es el desastre, más de lo mismo. La fidelidad al mandato popular es trasmutado, por veleidosa suerte retórica, en hostilidad discursiva, una endurecida clausura intelectual, ¡sácatelas!
Para la base morena ya no cabe duda: la concentración excesiva de la riqueza estaría asegurada con los programas masivos, contracíclicos, fincados en el apoyo fiscal y la mayor deuda soberana. ¡No más de eso ha dicho el Presidente! Pero no cejan en su exigencia, desviarse del veredicto de la élite tecno-opositora-cupular causará pobreza adicional y tragedias que pueden evitarse, concluyen. Y tal parecer lo sorrajan, una y otra vez, a sus cautivos auditorios. En el fondo, es la dolencia por no entender, menos apreciar por caprichosos intereses, el justiciero y reivindicador cambio en marcha. Ni modo.