l trance de la pandemia del nuevo coronavirus y la crisis económica que se ha desatado han fijado desde un inicio posiciones encontradas entre las decisiones de política pública y las demandas de las representaciones empresariales.
El enfrentamiento es tal, que ninguna de las partes optó por utilizar alguno de los gambitos que definen ciertas estrategias de ataque. No se ha sacrificado ninguna de las opciones disponibles para extender las posibilidades tácticas. El diccionario ofrece una oportuna definición de gambito, que es: La acción hábil en un juego u otra situación con la que se intenta conseguir una ventaja, lo que usualmente supone tomar algún riesgo
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El gobierno ha establecido como prioridad la atención de la parte más necesitada de la población. Eso quedó claramente reiterado en el mensaje del Presidente del pasado 5 de abril. Hay plena consistencia de su parte, esa ha sido su postura política por mucho tiempo.
Las organizaciones empresariales demandan medidas que contengan la sangría de recursos derivada del parón económico por medio del tratamiento de los impuestos: extensiones en el plazo de los pagos, devoluciones expeditas. Además, reclaman la contratación de endeudamiento para canalizar recursos a las compañías, principalmente pequeñas y medianas, para pagar salarios a los trabajadores y conseguir transitar los meses de escasa o nula actividad económica por la parálisis del mercado.
La liquidez es el nombre del juego en materia económica. Hoy lo es de manera generalizada y con capacidades muy diferenciadas entre los agentes económicos. Cuando el flujo general de los pagos se interrumpe de manera abrupta como ahora, la mayor parte de las empresas, esas pequeñas y medianas en las que se generan dos quintas partes del empleo del país, no pueden sostenerse, literalmente quiebran y la posibilidad de que resurjan tras la crisis es escasa.
El costo social será enorme. Se ampliará por el impacto que tendrá en las personas que trabajan por cuenta propia, principalmente mujeres que, con sus familias, representan más de 30 millones de habitantes, localizados en una miríada de poblados a lo largo del país. A esa población no la atienden los bancos, pero usan financiamiento para mantenerse trabajando. Es gente productiva, de escasos recursos, que también necesita protección.
No toda la población vulnerable es igual. No todas las empresas son iguales, claro está. Las más grandes tendrán pérdidas que podrán soportar en sus balances, habrá quebrantos que podrán resarcirse luego con financiamiento o con reservas. Algunas mantendrán su actividad y sus flujos, como ocurre con las que cubren la demanda de bienes imprescindibles, por ejemplo, alimentos, medicamentos, mensajería y demás.
Hay que distinguir claramente los diversos tipos de población vulnerable y de empresas en riesgo de desaparecer con el duro impacto que tienen las quiebras y el despido de trabajadores. El efecto negativo no es sólo sobre la propiedad y el patrimonio de millones de familias de dueños, sino la extensión al ingreso de millones de otras familias, muchas de las cuales tienen cobertura de la seguridad social que ahora puede perderse.
Todo esto tiene un efecto dominó
; por ejemplo, en la recaudación de impuestos y la capacidad de gasto del gobierno, que puede comprometer el objetivo principal de distribuir ayuda a la población más frágil. En las tres primeras semanas del inicio del confinamiento se perdieron 350 mil empleos registrados en el Instituto Mexicano del Seguro Social y la merma seguirá en las próximas semanas.
El endeudamiento es el elemento esencial de una economía de mercado y define el modo de funcionamiento del capitalismo hoy por encima de la producción y la generación de riqueza utilizable socialmente.
Las condiciones de la ingeniería financiera se han comparado con un proceso de alquimia en el que se financia cualquier tipo de activo, definido prácticamente de cualquier manera, como ocurrió con las hipotecas en la crisis de 2008. Una forma de alquimia también fue lo que hicieron entonces los bancos centrales, al inundar de liquidez los mercados comprando la deuda privada. Hoy, algunos están inundando de liquidez los mercados para evitar el colapso económico mientras dura la pandemia. Es una forma de sostener las menguantes relaciones económicas y el tejido social. Millones de desempleados en el mundo están teniendo así algún ingreso.
Pero la deuda así generada tiene sus vericuetos. Parte de esa liquidez puede usarse por los bancos y las empresas para comprar acciones muy depreciadas de empresas que siguen siendo esencialmente solventes en medio de la iliquidez reinante. El efecto concentrador de ingreso y riqueza será bárbaro. En este sentido, la negativa del Presidente de recurrir al endeudamiento tiene, en principio, un sustento. Pero el asunto es que las alternativas no suelen ser en blanco y negro, sino que exigen optar por diversos matices del gris. Este es otro de los terrenos en disputa hoy en el país.
El juego que se ha planteado puede ser de suma cero y el impacto social será muy grande por el efecto adverso de la pandemia, cuyos efectos apenas empiezan a verse y por la recesión económica que apunta a ser de grandes dimensiones.
Este es un país muy complejo y requiere una visión adecuada, por parte de todos, para tratarlo y replantear las pautas del conflicto abierto ya de par en par. La gente, en toda su diversidad, necesita hoy medidas que atenúen el gran costo de la crisis sanitaria y económica, sin protagonismos de ninguna parte que acaben poniendo a todos en un riesgo mayor y duradero.