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Mar de historias

Y después...

Ausencias

F

lor entra en la cocina. Asienta sobre la mesa la bolsa con alimentos y luego se dirige a la habitación donde encuentra a su madre, Artemisa, gimiendo.

Flor: ¿Otra vez? Y ahora por qué, ¿dígame?

Artemisa: ¿Te parece poco todo lo que sucede?

Flor: No, pero tenemos que controlarnos, porque si no, ¡imagínese! Además, ¿qué se gana con tanto llorar?

Artemisa: Ya sé que nada, pero al menos me descargo de la tristeza tan horrible que siento.

Flor: Es por Santino, ¿verdad?

Artemisa: Va para tres semanas que no lo veo. Aunque me habla por teléfono a diario, lo extraño mucho, porque no es lo mismo nada más oírlo que verlo. Pienso que a lo mejor me muero sin ver de nuevo a mi único nieto, y todo por culpa de la maldita enfermedad.

Flor: Contra eso lo único que podemos hacer es cuidarnos, y usted lo está haciendo bien. A ver, siéntese conmigo y cuénteme qué hizo en el ratito que estuve fuera...

Artemisa: Me puse a rezar y a decirle a Nuestra Señora que este Viernes de Dolores no fui a darle el pésame porque la iglesia está cerrada y sí, ya lo sé: por mi edad no puedo salir. Luego llamó tu primo Narciso. Lo sentí muy desesperado, y con razón: desde que le prohibieron que tocara su cilindro en la calle no ha ganado ni un centavo. El inocente me pidió 200 pesos prestados, pero le dije que, cuando mucho, le ajusto 50. Al ratito viene por ellos.

Flor: Ese ya ni la amuela: sabe que usted ahorita no está vendiendo gelatina y sólo cuenta con lo de su tarjeta pero de todos modos se pone a pedirle dinero.

Artemisa: ¿Y qué otra va a hacer? Nadie más puede ayudarlo. No pongas esa cara. Además, ya me dijo que me lo va a pagar. Oíste, Flor: están tocando. Ha de ser Narciso.

Alto a la música

Narciso: Y tú, Flor, ¿de casualidad no puedes prestarme algo? Con 50 pesos no la libro.

Flor: ¿Pero de dónde, mi amor? Esta semana sólo me cayó una compostura y la pegada de un cierre. Hubieras venido antes. Acabo de volver del tianguis y allí se me fueron los últimos 100 pesos.

Narciso: Yo pensaba empeñar el cilindro pero Amanda me dijo que ¿para qué?, si de seguro iban a darme cualquier cosa; que mejor lo vendiera porque así le sacaría un poco más.

Artemisa: ¿Dónde tiene la cabeza tu señora? En estos momentos, con tantísimas apuraciones, ¿cree que alguien va a interesarse en comprar un aparato de esos? Y por si no lo sabe, recuérdale que ese cilindro era de tu padre y no es cosa de que lo malbarates.

Flor: Mamá, usted no se meta, ya bastantes problemas tiene. Deje que Narciso arregle sus asuntos. Si quiere vender el cilindro, pues ¡adelante! Nada más que piense en un detalle: y después, ¿con qué va a trabajar el día en que la situación se normalice?

Narciso: No será pronto ni creo que vaya a ser cosa de abrir las puertas, salirnos a la calle y ¡órale, a chambear! Dice Pardo, el velador del estacionamiento donde guardamos los cilindros, que uno de los pensionados le aseguró que lo que viene va a estar peor que lo del virus.

Flor: ¿Y el pensionado cómo lo sabe?

Narciso: Porque es chofer y ha oído lo que dice el licenciado cuando lo lleva a la chamba. Le contó a Pardo que su patrón está muy preocupado de ver que tantos negocios sigan quebrando y de que mucha gente que vive al día ya no pueda ganarse ni un peso. ¿Qué van a hacer?

Flor: ¿Qué vamos a hacer?, dijo el otro. No sé ni quiero pensarlo. ¿Para qué? Lo bueno es que ninguno de nosotros se ha enfermado y hasta ahorita, mal que bien, vamos saliendo.

Artemisa: ¿Y después?

Narciso: Quién sabe... Tía, ya me tengo que ir: ¿me da los 50 pesos?

Flor: Bajo contigo y así le echo llave al zaguán porque la calle, como ya está bastante sola, a todas horas se ha vuelto muy ­peligrosa.

Narciso: Tú mejor ya no salgas.

Flor: Qué más quisiera, pero no puedo. Hoy fui al tianguis a traer huevo porque la tiendita de la esquina, donde antes lo compraba, cerró. Lucha, la que era dependienta, mientras encuentra otra chamba va a preparar tortas para venderlas desde la ventana de su casa. No quise desanimarla, pero ¿quién se las va a comprar si ya no pasa gente? Oye, se me acaba de ocurrir una cosa: ¿por qué no vas a ver al Negro? A lo mejor te da chance de que trabajes con él, tan siquiera uno o dos días.

Narciso: Yo también lo pensé y fui a buscarlo, pero ya no está. Dejó la boleada porque como en las oficinas ya no había empleados, a él se le terminaron los clientes. Ha de haber pensado: Ya estoy viejo, ¿para qué me arriesgo saliendo a la calle si no voy a ganar nada? Mejor me quedo en mi casa y a ver...

Flor: Ahorita, para donde voltées, encuentras lo mismo: desempleados, enfermos, gente más pobre.

Narciso: Sí, pero como tú dices: y después...