ace unos años llegamos con un grupo de colegas a Honduras a una reunión en la cancillería de ese país, después de haber transitado por México, Guatemala y El Salvador. Pasamos fácilmente los controles de aduana y migración, pero un colega argentino fue retenido. Se le exigía un documento que demostrara que estaba vacunado de la fiebre amarilla. El colega no daba crédito a lo que sucedía y no había manera de convencer al funcionario que ese requisito era algo absurdo. No obstante, la disposición era reciente, de 2008, porque se había dado un brote de fiebre reciente en ese país.
Hace muchos años, al ir a estudiar a Francia, me exigieron como requisito para la visa de estudiante que presentara los resultados de un análisis en donde se comprobaba que no tenía sífilis. Se considera que el migrante es un potencial vehículo de infección y que el Estado que acoge tiene la responsabilidad de proteger a su población. Cada país pone sus requisitos y por lo general se quedan ahí para siempre, aunque los consideremos como anacronismos.
Se ha dicho y repetido, que todo va a cambiar después de esta pandemia, pero más que cambiar vamos a volver para atrás, a retroceder al siglo XX, e incluso al XIX. Donde los pasaportes se deben acompañar de una serie de vacunas y comprobantes sanitarios.
La pandemia de 1918 conocida como gripe española, no tuvo su origen en España, posiblemente fue en Estados Unidos. La pandemia tuvo mucho que ver con un momento de gran movilización de tropas entre América y Europa durante la Primera Guerra Mundial. Curiosamente, ahora el señor Trump quiere ponerle el nombre a Covid-19, de virus chino o, de perdida, virus de Wuhan. Echarle la culpa al otro, especialmente si es extranjero, es un recurso tan fácil y socorrido, como racista.
Lamentablemente, con la pandemia, no sólo se va a incrementar el nacionalismo, los controles y el cierre de fronteras, sino el racismo y la xenofobia, que van de la mano. Ese es el futuro del siglo XXI ponerle limitaciones a la libre circulación, reforzar los nacionalismos, volver al proteccionismo, incrementar la desigualdad y marcar las diferencias. La globalización es buena para el comercio y los grandes capitales, pero tiene consecuencias y una de ellas es la movilidad humana, considerada por muchos como nociva.
En efecto la pandemia del coronavirus sólo ha sido el detonador de tendencias que ya estaban muy presentes en el momento actual: en Estados Unidos la propuesta egoísta de América first; en Reino Unido el aislacionismo del Brexit; los separatismos en España, Bélgica y otros países; los muros antimigrantes en Israel, Melilla, Sahara, Estados Unidos; el renacer de la xenofobia y el racismo en contra de mexicanos, centroamericanos, chinos o asiáticos, islámicos y africanos.
No obstante, la realidad se impone más allá de los prejuicios, extremismos, tendencias y pandemias. En Estados Unidos, propiamente el único país que lleva estadísticas raciales precisas y actualizadas, 60 por ciento es blanco y otro 40 por ciento lo componen diferentes grupos: 18.3 por ciento hispano-latinos, 13.4 por ciento negros, 5.9 por ciento asiáticos y otros 2.4 por ciento. Eso nadie lo va a cambiar, más bien, para 2050 los blancos serán minoría. El concepto de raza fue un legado colonial, el de blanco es propiamente estadunidense, pero la realidad es multicultural.
Otro elemento de la realidad que resulta ineludible es la necesidad y urgencia de mano de obra para una serie de actividades que los blancos no quieren hacer. Como recoger lechugas, piscar tomates, ordeñar vacas, destazar pollos, filetear carne, lavar platos, limpiar pisos, poner ladrillos, pintar casas, reparar techos, cortar el césped, etcétera, etcétera.
Hace casi medio siglo, en 1975, el sociólogo estadunidense, Tim Dagodad, acusaba a la migración mexicana de deprimir los salarios, no pagar impuestos, abusar de servicios sociales, ser criminales e importar drogas. Una cantaleta que ya conocemos. Pero además decía que eran portadores de tuberculosis, tifoidea, hepatitis, enfermedades venéreas y disentería. Y la peor amenaza a la salud es que estos “ aliens” laboran en toda la cadena alimenticia.
Toda la tecnología más avanzada y la robótica son incapaces de suplir a un trabajador agrícola y Estados Unidos requiere dos millones de trabajadores en estas labores, la mayoría mexicanos e indocumentados. Ahora se les ha dado un reconocimiento, una carta, nada menos que de Homeland Security que los considera, como indispensables en la cadena de abastecimiento alimenticio.
Los trabajadores agrícolas, los peor pagados y con mayor carga física, resultaron ser indispensables, porque simplemente cosechan y procesan lo que ese país produce para su consumo. El concepto de seguridad nacional pasa por el de seguridad alimentaria, pero hasta este momento no incluía a los trabajadores agrícolas. ¡Urge una reforma migratoria!
O volveremos otra vez al pasado: favorecer, fomentar y perseguir la migración ilegal
para que siga recogiendo lechugas con la amenaza de ser deportados.