Unos 600 mil mexicanos, con dependencia a alguna sustancia
Jueves 9 de abril de 2020, p. 13
El universo de consumidores de drogas y alcohol en México sigue en crecimiento. Las más recientes estimaciones oficiales ubican en casi 600 mil personas con problemas de adicción, y cada vez más tempranas las edades de inicio: 17 años para los hombres y 18 en mujeres.
Según la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic) hay 2 mil 107 establecimientos en los que se atiende a farmacodependientes: mil 45 están registrados y sólo 348 son reconocidos por cumplir al menos 80 por ciento de estándares de calidad según la Norma Oficial Mexicana para la prevención, tratamiento y control de las adicciones.
Del total de sitios censados, las autoridades ubican una capacidad instalada de 68 mil 59 camas –un promedio de 32.3 por centro– y un porcentaje de ocupación de tres usuarios al año, lo que lleva a concluir que sólo unas 204 mil 177 personas reciben algún tratamiento residencial; esto es, apenas la tercera parte de quienes lo requieren.
Las comunidades terapéuticas avanzan sostenidamente como una alternativa. Existen alrededor de 40 en México y representan –de acuerdo con sus expertos– uno de los más sólidos tratamientos.
Su sistema “no se centra en el consumo de drogas y de ver a éstas como si fueran un ‘demonio’. Destacan las habilidades y capacidades de la persona y desde la perspectiva de su problemática total. Eso lo diferencia de las demás maneras de abordar la adicción”, explica Quetzalli Manzano, presidenta de la Federación Mexicana de Comunidades Terapéuticas (Femexcot), fundada en 2011.
Los modelos más empleados en México para atender el consumo recurrente de sustancias son el de ayuda mutua o de los 12 pasos
de Alcohólicos Anónimos (AA) y el llamado modelo Minnesota.
Pero las comunidades terapéuticas se conforman y actúan a partir del grupo y las diversas disciplinas sicoterapéuticas, “para que la fuerza de aquel sea la que sane. Es por la influencia de los otros –en tanto seres sociales– que vamos haciendo modificaciones en nuestra forma de vivir”, precisa. Su diseño y aplicación, basado en evidencia científica, se desarrolla “a partir del respeto a los derechos humanos. Para ingresar al tratamiento –ambulatorio o residencial– se requiere la aceptación de quien lo recibe. Al final el objetivo sí es lograr la abstinencia, pero no es el inicial, sino cumplir puntualmente los objetivos y metas”.
Además, elimina la jerarquía de médico-paciente para establecer una dinámica interpersonal y es el modelo oficial en países como Italia, España y Colombia.
El promedio de estancia en las comunidades es de entre seis meses y un año y con costos de entre 15 mil y 40 mil pesos mensuales.