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El bálsamo de la lectura
E

nclaustrado pero en múltiples lugares a la vez. Mediante la lectura de artículos y libros se me ha concedido traspasar el encierro recomendado por las autoridades. Sé que otros millones de ciudadano(a)s no pueden guardar la cuarentena porque deben salir a procurar el sustento cotidiano, evaden el resguardo dado que carecen de alternativas viables para obtener ingresos. Es un drama que nos debe llevar a replantear el modelo de sociedad al que aspiramos.

Hace tiempo y en estas páginas referí cómo fue que me hice lector tardío (https://bit.ly/3bXDQI4). En mi hogar no había libros y el descubrimiento de la lectura aconteció en la adolescencia. Desde entonces leer forma parte de mi cotidianidad, no para saber más sino para ignorar menos, como habría dicho Sor Juan Inés de la Cruz. De forma paulatina fui percibiendo que la lectura es un acto personal pero no solitario. Es, por lo menos, un diálogo con el autor(a), que puede ampliarse a una comunidad que en diversos lugares y momentos expresa su parecer sobre una determinada lectura común.

Al igual que para el enorme poeta Jaime Sabines, mi libro de cabecera es la Biblia, en la traducción de Casiodoro de Reina (1569) y revisada por Cipriano de Valera (1602). La versión que uso es la conocida como revisión de 1960. Por la lectura, que permite viajar en el tiempo, he podido estudiar la Epístola a los romanos junto con comentaristas de la misma de distintos milenios: San Agustín (siglo IV), Martín Lutero (XVI) y Karl Barth (XX). El escenario del encuentro con dichos gigantes ha sido mi mesa de trabajo.

El valor de los libros no es tanto la información que nos dejan al leerlos, sino su potencial para ayudarnos a descubrir nuestra grandeza y/o fragilidad humana, nuestra estupidez pero también aumentar el ánimo para gastar la vida de otras formas. La lectura, cuando marca sus improntas en nosotros, nos permite mirar la vida desde nuevos ángulos y posibilidades.

Un gran lector, José Emilio Pacheco, acertó al escribir que No leemos a otros: nos leemos en ellos. Leer no puede ni debe ser un sustituto de la vida. Encerrarse en páginas y páginas de papel, o en formato electrónico, para evadir sistemáticamente la realidad es practicar un aislacionismo que reduce nuestro potencial humano, porque nos forjamos mejor en contacto con los otros, ya sean parecidos o completamente distintos a nosotros. Bien lo dice Marguerite Yourcenar en Memorias de Adriano: Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.

De otra manera lo plasmó José Emilio Pacheco en un, para mí, conmovedor poema, Literatura y realidad, que reproduzco sin estrofas: El tremendismo de la realidad, su incurable tendencia al melodrama y a lo absurdo. La realidad es psicópata: jamás se compadece de sus víctimas. Hace trampa al jugar con la esperanza. Todo lo escribe mal con letras chuecas llenas de errores de sintaxis. Ignora el ritmo, el tono, la armonía. Confunde los papeles asignados. Olvida lo que dijo en la otra página. Debería entrar en un taller literario, aprender cuando menos rudimentos de verosimilitud, coherencia y orden. Sin embargo posee en alto grado una virtud artística suprema: no se repite nunca, siempre es nueva, siempre nos deja con la boca abierta ( Los días que no se nombran. Antología personal, Ediciones Era, 2014, p. 414).

En estos días de confinamiento leer es un bálsamo. No debe ser mecanismo de evasión ni negación de la realidad, sino posibilidad de mirarnos de tal manera que, tal vez, estimule la construcción de entramados personales y comunitarios. Porque la lectura es uno de los factores que fortalecen la ciudadanía. Ayuda a conformar una personalidad democrática, aunque, debemos decirlo, no lo hace de forma automática. La búsqueda constante de información, ideas, propuestas y nuevos horizontes es una característica de quienes buscan construir democracia en todos los órdenes de la sociedad.

Los lectores que combinan libros y vida, a diferencia de aquellos a quienes pareciera sólo interesarles sumar páginas consumidas a su currículo, están mejor capacitados para contagiar a otros la pasión de multiplicar los espejos milenarios, centenarios, de hace unas décadas o de hoy que están por muchas partes. Espejos en espera de alguien que quiera contemplarse y, así, contribuir a que más busquen asomarse a la aventura de verse reflejados sin, como Narciso, quedar absortos e inmovilizados por lo que vieron. No espejos que inmovilizan, sí libros que amplían los senderos de la vida.

Sí, la lectura es bálsamo, sustancia medicinal aromática que se aplica sobre la piel para curar heridas, llagas y otras enfermedades, dice el diccionario. Es ejercicio de introspección, tiempo para examinarnos. Ya lo dijo bien el Eclesiastés, “todo tiene su tiempo […] Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar”.