a crisis por la que atraviesa la humanidad como consecuencia del Covid-19 nos proporciona muchas lecciones. El desastre tiene dos aspectos fundamentales: uno, la tragedia humana; el otro, el costo económico de combatirlo. En ambos casos el desastre tienen una raíz común: la globalización neoliberal que estableció los circuitos y las condiciones económicas y sociales a través de la cual se pudo propagar la pandemia.
La pandemia estalló primero en Wuhan, centro del transporte e industrias en China. El virus se apropió de las arterias del comercio y el turismo. Los primeros lugares afectados fueron los que tenían lazos económicos con esa ciudad, en particular Corea, Irán, Japón y Taiwán. Los peores brotes en Italia están relacionados con el turismo y el comercio textil con China. Los brotes en otras partes de Europa se pueden trazar directamente a Italia. Por su parte, Nueva York, Seattle y San Francisco también representan áreas conectadas con China y Europa. De la misma forma, se ha reportado que elites mexicanas que fueron a esquiar a Colorado contribuyeron a propagar el virus en México.
Estos 40 años de neoliberalismo y los valores individualistas y sociales del capitalismo nos han dejado mal preparados para enfrentar este virus que ahora se aprovecha del propio sistema económico para propagarse.
En Nueva York, centro de las finanzas mundiales, los hospitales ya están saturados, obligados a rechazar pacientes, sin equipo esencial para el personal médico, y sin ventiladores para los enfermos. Mientras, en hospitales de San Francisco, urbe que concentra el nuevo capital tecnológico, al personal médico se le exige traer de su casas sus propios artículos de limpieza. A las compañías de biotecnología también se les pide que donen productos químicos y cubrebocas. Esto resalta que en los últimos años los hospitales habían reducido el número de camas para así poder aumentar sus ganancias. La proporción de camas en hospitales estadunidenses ha caído de nueve camas por mil personas en 1960 a menos de tres por mil hoy en día. No sorprende que países como Japón y Corea del Sur, que invierten mucho más en el sistema de salud (12 camas por cada mil) hayan tenido mejores resultados para combatir la epidemia.
Como laboratorio para políticas de ajuste estructural, países como México y el resto del continente han sido incorporados al sistema mundial que propaga el virus y a la vez limita su capacidad de respuesta ante la pandemia. Siguiendo las prescripciones del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y las políticas adoptadas por la élite de la región, América Latina tampoco ha invertido lo suficiente en sus sistemas de salud. Como consecuencia, México se encuentra entre los países que menos ha invertido en relación con su producto bruto nacional. El peor país en la región es Perú, que gasta aún menos. Paralelo a esto ha sido la privatización del sistema de salud, lo cual lo coloca fuera del alcance de la mayoría de la población. Como resultado, la gran mayoría de las personas se automedican sin consultar a un médico.
La actual crisis también revela la falta de planificación internacional para combatir una pandemia. Lo que se ha visto es un sistema ad hoc de cooperación que privilegia a Estados Unidos y Europa, sin considerar las particularidades de los países de América, Asia y África. Aun cuando la Organización Mundial de la Salud propone planes para estas regiones, carece de fondos para su implementación.
Esto se nota al aplicar estrategias únicas cuando las condiciones sociales y económicas son tan distintas. En particular, la cuarentena como política no considera que en los países de América Latina la mayoría de las personas laboran en el sector informal y carecen de los recursos necesarios para su sustento. ¡Si no trabajan, no comen! Esto no implica que los gobiernos no deberían aplicar las medidas recomendadas por especialistas de la salud. Para lograr esto se requiere aumentar dramáticamente el gasto público con la finalidad de asegurar el bienestar de la mayoría de la población, especialmente los sectores más vulnerables. Esto requiere que las instituciones internacionales alteren las reglas fiscales que limitan los gastos públicos. Además, deben facilitar créditos adecuados a países que los necesiten. La población más vulnerable requiere de un salario básico garantizado y se debería aumentar el presupuesto para la salud. Asimismo, no se pueden tolerar despidos masivos. Como ha ocurrido en Estados Unidos, se deberían rechazar los llamados planes de rescate que favorecen a las grandes empresas con miles de millones de dólares en subsidios y que ofrecen unas cuantas migajas a la mayoría de la población. Sería mejor que los sectores económicos que por décadas se beneficiaron de políticas neoliberales paguen un impuesto que contribuya a un fondo de rescate nacional.
El neoliberalismo no sólo ha causado estragos en la humanidad, sino también cambios dramáticos en la naturaleza. El debilitamiento del medio ambiente, incluyendo el calentamiento global, la deforestación masiva, el neoextractivismo, la contaminación del aire y el crecimiento urbano desbordados facilitan la propagación de enfermedades como la gripe aviar, la porcina y ahora el Covid-19. El continuo abuso sobre el medio ambiente crea las condiciones que seguirán produciendo crisis como la actual.
Ante esta situación hay dos caminos. Los gobiernos neoliberales pueden usar la lógica de capitalismo de pandemia
y elaborar planes para blindar la economía tradicional, aumentar la transferencia de recursos públicos al sector privado y así proteger los intereses de los sectores más pudientes. Pero la crisis también puede crear la oportunidad para impulsar políticas que protejan a los sectores más vulnerables, establecer un salario mínimo, un sistema de salud adecuado a la realidad y fomentar una economía sustentable que proteja a la madre tierra de la que todos dependemos.
* Profesores Pomona College
Twitter: @mtinkersalas y Twitter: @victorsilverman