stamos en medio de la tormenta. Más de 600 mil casos de Covid-19 a escala mundial, la economía global con un pie en una profunda recesión –igual o peor a la de 2009, de acuerdo con lo dicho por el FMI–, ciudadanos aislados por supervivencia y cientos de miles de nuevos casos de infectados todos los días. De China, el foco rojo se ha trasladado a Italia y a Estados Unidos. La velocidad de la pandemia en un mundo interconectado es simplemente inédita. En 1918 la gripe española
que asoló a una Europa ya devastada por la guerra, aprovechó la vuelta a casa de millones de soldados para propagarse; un siglo más tarde, no se necesitó volver del frente de batalla para que la enfermedad se propagara.
En ese contexto, México se prepara para el golpe más duro con una ventaja: ha podido aprender de los aciertos y errores de otras naciones. Ir un mes más tarde es una ventaja que, todos tenemos esa esperanza, debe derivar en salvar la mayor cantidad de vidas posibles a partir de evitar contagios.
Sin embargo, en un plano macro, la pandemia ya permite sacar algunas conclusiones sobre el mundo que nos quedará cuando esto termine. Apunto tres de manera concreta:
1. El modelo de las instituciones de seguridad social que surgieron en la época de la posguerra está en crisis y debe fortalecerse. No es una cuestión ideológica ni de orientación política: no puede haber medicina de primera y de segunda en el mismo país. La fortaleza de los servicios de salud, así como su accesibilidad para la mayoría de la población ha resultado fundamental para enfrentar la crisis. Véase el caso de Alemania frente al de Estados Unidos.
2. Una pandemia es, en términos económicos, mucho peor que una guerra. Las guerras tienen fecha de inicio y fin. Etapas de reconstrucción e inyección de recursos. Las pandemias, ya nos lo enseñó el coronavirus, son un enemigo silencioso, amorfo, que para los motores de la economía se infiltra con incertidumbre en cada célula del sistema financiero. La crisis del Covid-19 rompe un paradigma para el mercado global: ya aprendimos que una pandemia frena todo y nada nos garantiza que una mutación no genere una nueva epidemia en dos o cuatro o seis años. Ese temor fundado, esa duda razonable, generará una natural aversión al riesgo afectando a las economías en vías de desarrollo. En otras palabras, en países como el nuestro no sólo sufrimos con mayor dureza el golpe de la crisis por contar con menos recursos presupuestales que otras naciones, sino que la estela de incertidumbre impide resolver con mayor velocidad los problemas.
3. La pandemia por Covid-19 nos ha hecho ver que a pesar de que dimos por hecho la automatización de la economía y digitalización de la vida cotidiana, el eslabón inicial o final de la interacción humana sigue siendo definitivo. Si esto no fuera así, el colapso de la economía global sería menos grave. Esto significa una clara llamada de atención sobre el futuro mediato: ¿qué va a pasar con toda la fuerza de trabajo desplazada por la automatización, qué implicaciones tiene eso para el financiamiento de las instituciones de seguridad social, para el ahorro para el retiro y la formalidad del empleo?, ¿hacia dónde y para qué evoluciona la tecnología?
Estamos obligados a la reflexión con humildad y esperanza, a repensar el mundo en el que van a vivir nuestros hijos y nietos. ¿De qué sirve que la tecnología nos permita tener equipamiento médico de punta, capaz de maravillas inimaginables para salvar la vida de una persona, si el paciente que lo requiere no puede disponer de ella por razones de acceso a seguridad social, precariedad del empleo o inequidad en las oportunidades? O el mundo democratiza el acceso a la seguridad social y reimagina la herencia institucional de la posguerra, o la idea del Estado de bienestar
será un objetivo financieramente inalcanzable. O repensamos las prioridades en materia tecnológica, o estaremos condenados a enterarnos, antes que nadie, que fuimos inca-paces de enfrentar nues-tros desafíos.
Un apunte final, como una luz de esperanza, quiero pensar que, en este complejo momento, algo que deberá surgir al interior de las naciones y en la relación entre ellas será la convocatoria de sumar a todos en búsqueda de las soluciones a procurar, dejando atrás odios y rencores que dividen y confrontan, así como deberá serlo la enseñanza de que, ante un enemigo común, después de la tormenta se imponga la solidaridad entre todos.