urante este siglo, prestigiosos científicos, centros de investigación y la Organización de las Naciones Unidas han alertado sobre los efectos que ocasiona el cambio climático en la salud pública. Todos ofrecen pruebas suficientes de que las actividades humanas contribuyen a elevar la temperatura en el planeta, lo que incide de diversas formas en los suministros de agua y alimentos, la distribución de los brotes de enfermedades infecciosas y la aparición de otras relacionadas con la alteración del ambiente.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta desde hace cuatro lustros sobre las repercusiones sanitarias del cambio climático y sus estragos en el planeta: aumento del número de fallecidos por olas de calor, más desastres naturales, entre los que destacan las inundaciones por lluvias torrenciales y cambios de la distribución de enfermedades potencialmente mortales transmitidas por vectores. El paludismo como caso más sobresaliente por las 600 mil víctimas que deja cada año.
Los expertos de la OMS insisten en que la elevación de las temperaturas tiene consecuencias muy negativas en factores sociales y ambientales directamente vinculados con la salud, como los alimentos, el aire y el agua. Advierten que las regiones ubicadas en países que no cuentan con una infraestructura sanitaria sólida, como sucede en la mayoría, serán las menos aptas para prepararse y responder a los problemas derivados de las enfermedades conocidas y nuevas. No dudan en recalcar la necesidad de hacer reales los compromisos aprobados por la comunidad internacional para luchar contra el calentamiento global y así aumentar la seguridad sanitaria de la población mundial.
La OMS advierte que el cambio climático ya causa decenas de miles de defunciones cada año por las modificaciones en las características de las enfermedades, especialmente por las olas de calor intenso, la sequía y su contraparte: las inundaciones nunca registradas; la mala calidad del aire en las ciudades y en regiones con actividades que deterioran mucho el medio, como la minería a cielo abierto y la industria cementera; además de deficientes sistemas de abasto de agua potable y saneamiento.
Algunos datos: más de 7 millones de personas mueren cada año por enfermedades ligadas a la contaminación del aire. Con normas más exigentes sobre las emisiones y mayor eficiencia técnica de los vehículos, se salvarían de fallecer unos 2.4 millones de personas cada año. Se estima que entre 2030 y 2050 el cambio climático aumentará en otras 250 mil defunciones anuales por paludismo, diarrea, calor extremo y desnutrición. Ya que mencionamos el paludismo, depende mucho del clima. Transmitido por mosquitos del género Anopheles, mata sobre todo a niños africanos menores de cinco años. Los mosquitos Aedes, vector del dengue, son también muy sensibles al clima. Los estudios más puntuales confirman cómo el calentamiento de la Tierra aumentará su riesgo de transmisión en México.
Como siempre, son los niños, las mujeres y los pobres del mundo subdesarrollado los más afectados, pues cargan con las desigualdades en los servicios básicos de salud. Por lo que se refiere a los menores de cinco años, las enfermedades diarreicas debido a la falta de agua de buena calidad matan cada año a casi 760 mil. Además, la escasez del líquido por las sequías causa estragos en el medio rural. Y hambruna, como suele ocurrir en África.
Desde diciembre, un nuevo virus recorre el mundo y su origen todavía se desconoce, sólo dónde surgió y que ningún país está blindado contra él. Llega cuando menos se piensa y deja su estela de muerte, como ahora en Italia, España, Irán, Francia... Nada valen rezos ni estampitas de presuntos dioses o santos. Ni limpias de chamanes o brujos. Se desconoce su relación con el cambio climático. Pero el coronavirus es una advertencia de lo que vendrá si los ciudadanos de todo el mundo no exigimos, y logramos, cambiar el actual modelo económico por uno que vaya en armonía con la naturaleza. Y que eleve la calidad de vida de la mayoría de la población, hoy sumida en la pobreza y la desigualdad.